PRÓLOGO
Esta obra se escribió en 1988 y nunca ha sido editada.
Cansado de gastar tiempo y dinero haciendo copias (no entiendo el motivo de la alergia a los CD’s y correos electrónicos, pero agradezco que no exijan que los escribamos con pluma de ganso y en papiro) para diversas editoriales que, generalmente, ni siquiera leían el libro pero que me citaban entre dos y seis meses después para hacerme perder el tiempo y decirme que no les interesaba, decidí debutar como “editautor” y publicarla por mi cuenta. La falta de recursos económicos me obligó a hacer un resumen de la obra y publicarla por partes, reviviendo la idea de las “novelas por entregas” empleada en el siglo XIX. Solo edité la primera parte, pues la experiencia me demostró que los distribuidores y dueños de librerías se dividen en dos grupos: los que solo aceptan “best sellers” (muchas veces “bestial sellers”) de venta rápida y dinero fácil y los que esconden las obras nuevas en lo mas recóndito de las librerías (casi siempre en la bodega) para evitar que algún posible lector se entere de la existencia del libro.
Todo esto me llevó a la conclusión de que lo mejor es publicar E-Books gratuitamente en Internet; al menos habrá algunas personas que se interesen y, quizá, compartan mis opiniones. De todas formas, considerando que los autores solo reciben el 6% del precio del libro, nunca pensé en hacerme rico como escritor (aunque no me caerían mal unos cuantos pesos).
Publico aquí la edición resumida, mientras actualizo la obra completa que prometo editar próximamente.
INTRODUCCIÓN
Al
nacer su nieto, el señor X, en un arranque de cariño y previsión, corrió al
banco y adquirió cierta cantidad de valores cuyos intereses, metódicamente
reinvertidos, garantizaran en alguna medida la futura seguridad económica del bebé.
Durante
el camino de regreso, el señor X, con esa plácida alegría de los abuelos,
soñaba con el regalo que algún día, años más tarde, disfrutarla su nieto: un
viaje dé placer, el pago de unos estudios, un automóvil... La inversión valía
la pena a pesar del esfuerzo que representó disponer del dinero, pues el señor
X, es un ciudadano común y corriente perteneciente a la clase media, quizá
tirando a baja, como hay muchos por el mundo; obligado a vivir al día y, en el
mejor de los casos, con la posibilidad de ahorrar paciente y tesoneramente
pequeñas cantidades que en un momento se desvanecen para convertirse en un
televisor, una semana de vacaciones, ó algún otro gustito efímero. Aquel día el
señor X fue completamente feliz.
Desde
entonces el nieto del señor X ha sido sistemáticamente esquilmado.
Esto
no significa que el banco no haya comprado acciones de una siderúrgica o una
cervecería a nombre del recién nacido, ni que la empresa correspondiente haya
dejado de pagar religiosamente los dividendos. No. A lo largo del tiempo los
intereses acumulados se reinvirtieron y el capital creció. Pero el nieto del
señor X ha sido sistemáticamente esquilmado.
Ha
sido esquilmado porque su capital hubiera podido crecer mucho más, porque los
intereses hubieran podido ser mucho mayores, porque una buena parte de la
riqueza generada con su inversión nunca llegó a sus manos. El nieto del señor X
ha sido sistemáticamente esquilmado.
Su
caso no tiene nada de extraordinario. Es totalmente similar al de millones de
ahorradores en todo el mundo: jubilados, pensionistas, amas de casa,
estudiantes, trabajadores de todos los niveles que apartan algo de sus ingresos
para asegurar el futuro; todos son sistemáticamente esquilmados.
Una
buena parte del capital que mueve a la industria y el comercio está constituida
por las aportaciones de estos pequeños inversionistas a los que se engaña
retribuyéndoles con migajas de lo que su dinero, bien manejado, les podría dar.
Pero
existen también grandes inversionistas. Poseedores de formidables riquezas,
capaces de sostener por si solos una ó varias empresas. Estos también son
sistemáticamente esquilmados.
Lo
mismo sucede con los contribuyentes: el Estado les proporciona servicios muy
inferiores a lo que se debía esperar por los impuestos pagados.
Cada
vez que compramos un objeto, que pagamos un servicio, el precio está muy por
encima de lo que adquirimos ó la calidad está muy por debajo de la que
podríamos esperar. Todos somos esquilmados. Por alguna razón misteriosa nuestra
riqueza, el fruto de nuestro trabajo, se desvanece, se esfuma. Vivimos
angustiados deseando adquirir cosas que nos sirvan, deseando alcanzar la
tranquilidad y la comodidad y nos encontramos en condiciones mucho peores que
las que debíamos tener. ¿A donde van a parar nuestros ingresos?.
Este
hecho, que hasta la fecha ha pasado inadvertido, se debe a una obscura
conspiración de la que todos somos víctimas y en la que los conspiradores no
solo se apropian de nuestra riqueza, sino que además dominan nuestra voluntad,
nos hacen infelices, y lo logran con tanta destreza que ni siquiera notamos su
presencia.
Pero
¿Quiénes son ellos?, ¿Dónde se ocultan?, ¿de que medios de valen para despojar
a todo el género humano?, ¿Cómo se las ingenian para privarnos de la felicidad
sin que siquiera lo sospechemos?, ¿Dónde y como actúan?.
Por al momento solo revelaremos
su clave secreta: EPEP. Los EPEP son esos hábiles conspiradores. Se encuentran
infiltrados en todas las actividades humanas.
Obran tan sagazmente que durante
generaciones y generaciones han controlado nuestras vidas, han determinadlos
rumbos de la humanidad, han manipulado nuestra actividad.
Su acción es múltiple y
devastadora. La notamos en la escuela, la industria, el comercio, el arte…
incluso en nuestra vida familiar.
La principal característica de
los EPEP es su adaptabilidad; lo mismo los encontramos en la libertad que en la
dictadura, en la bonanza que en la miseria, en las épocas de conservadurismo
que en las revoluciones… Los EPEP son ubicuos y polifacéticos.
Intervienen en todas las
actividades. Aparecen en todos los países. Surgen en todas
las épocas. Y nadie los puede ver.
Su
capacidad para ocultarse radica en que están ante nosotros; a la vista de
todos. Tratamos diariamente con ellos sin darnos cuenta que todas sus acciones
se encaminan al mismo fin: perjudicarnos, hacernos
infelices, destruirnos.
La
presencia de los EPEP entre nosotros data de hace mucho. Las famosas
pirámides
de Gizeh son obra de ellos. Los EPEP son grandes constructores de pirámides. No
solo las egipcias, sino todas las del planeta se deben a ellos.
En
la forma de estos monumentos está oculta la simbología de los métodos que emplean para identificarse entre ellos y
para manejar secretamente los destinos de
la humanidad. En el lenguaje cifrado de las pirámides están grabadas las consignas de los EPEP: evitar que el hombre se desarrolle plenamente, impedir que
florezca su ingenio, su imaginación,
su capacidad creativa, su potencialidad para amar; fomentar el resentimiento, la angustia, la
frustración, el egoísmo, la
mediocridad.
Los EPEP son unos saboteadores. Son
los grandes saboteadores de la humanidad.
DESAFIO AL LECTOR
Frederick Dannay y Mamfred B. Lee, creadores de las novelas
de misterio de Ellery Queen, introdujeron la costumbre de retar al lector a
descubrir al criminal una vez presentados todos los datos necesarios para ello a lo largo de la trama de la
novela. En nuestro caso haremos lo mismo. La única diferencia es que ahora el lector cuenta ya
con la información suficiente para reconocer a los EPEP, lo único que falta es que le vayamos
proporcionando pistas, cosa que haremos en las páginas siguientes, para
que identifique entre sus compañeros y
amigos a muchos de estos peculiares seres.
Desafiamos al lector
a reconocer la gran variedad de EPEP que lo rodean.
Suerte y adelante.
CAMINITO DEL TRABAJO
Para comenzar a
descubrir la actividad de los EPEP analizaremos la forma en que nos obligan a actuar en nuestro trabajo, pues éste, ya sea industrial, comercial o de
cualquier otro tipo, está diseñado por
ellos. Siendo fundamental para nuestra supervivencia y siendo, también, la actividad a la que más tiempo
dedicamos, al controlarnos y
manipularnos en él consiguen dominarnos de una manera casi total. Por eso prestan especial atención a la
organización y desarrollo del trabajo
productivo.
Supongamos
que vemos a un presidiario escapando de la cárcel. Su acción nos parecerá completamente lógica y racional.
No la aprobaremos, pues no nos agrada la idea de que un ladrón o un asesino
anden sueltos; pero reconoceremos que actúa de acuerdo a sus intereses: se trata
de un ser humano al que han privado de la libertad
y que lucha y se arriesga por recuperarla.
En
su huida suda, se angustia, sufre taquicardias, se desespera, gime,
llora, grita, patalea, mientras corre frenéticamente tratando de alcanzar la libertad.
Por el contrario, en
todo el Mundo diariamente entre aproximadamente
siete y nueve de la mañana, millones de seres sudan, se angustian, sufren taquicardias, se desesperan,
gimen, lloran, gritan, patalean, mientras corren frenéticamente... hacia sus cárceles.
Corren
frenéticamente
para llegar a un sitio donde se les privará de la libertad un mínimo de ocho
horas diarias; generalmente más.
Este espectáculo es aterrador; especialmente en las grandes
ciudades. Las calles se llenan de vehículos que, mientras se embisten y
entorpecen mutuamente, depositan en la atmósfera toneladas de substancias
tóxicas que no solo dañan la salud de quienes viajan en ellos sino que
destruyen lenta pero eficazmente cualquier
forma de vida e incluso la materia inorgánica.
Todos hemos visto
alguna vez al menos una fotografía mostrando los métodos que empleaban los nazis para transportar
deportados a los campos de concentración: hacinados en grandes vagones, con
espacio e higiene insuficientes. Los deportados eran obligados a entrar en ellos. Se les forzaba a culatazos,
golpes y empujones. No sufrían de angustia ni consultaban
persistentemente el reloj esperando al huacal con ruedas en que iban a ser trasladados
ni suspiraban de alivio al verlo aparecer ni, mucho menos, corrían felices a
abordarlo. Los deportados actuaban racionalmente; los usuarios de transportes
públicos, no. Entran gustosos a la neblina de sudor vaporizado del vehículo de
que se trate (metro, autobús, tranvía,
tren....) y aspiran con deleite los aromas a sobaco, pies, flatulencias,
etc. mientras, con la sonrisa en los labios, aceptan ser pisoteados, empujados,
apretujados y zarandeados. (Algunas compañías de "metros" han,
llegado al grado de contratar hombres robustos y pesados que empujan al
interior de los vagones a los usuarios, comprimiéndolos hasta la asfixia, para
optimizar la utilización del espacio). En otras ocasiones cuelgan en racimos, asidos a las puertas y ventanas de un autobús con
el riesgo de caer o quedar
embarrados en algún poste que se aproxime demasiado.
En
todos los casos el transporte público de pasajeros denota una falta absoluta de respeto por el ser humano. Denota
un desprecio total por la dignidad, la
individualidad, la salud y la comodidad de los personas.
Ello se debe a que el transporte público y, en general,
todo el movimiento de vehículos, ha sido
diseñado y está controlado por los EPEP y tiene un solo fin bien
definido: ablandar a los humanos; llevarlos a un estado tan profundo de
angustia, de impotencia, de decaimiento en las primeras horas del día (además
los obligan a madrugar inmisericordemente) que los haga llegar totalmente derrotados a sus cárceles, donde soportarán
resignadamente todas las vejaciones, todas las injurias, sin tener fuerzas para
rebelarse. Serán dóciles y mansos.
Por eso, el tránsito de vehículos jamás será fluido. Cada progreso tecnológico alcanzado es contrarrestado
rápidamente por los EPEP: a las mejoras en la construcción de pavimentos
responden con la instalación de topes y baches; a los pasos a desnivel se les
convierte artificialmente en pasos a nivel obligando a camiones y autobuses a
circular por los arroyos laterales; la fabricación de vehículos cada vez más
rápidos y estables se contrarresta con señales que restringen la velocidad a un
máximo equivalente al que desarrollaban las carretas de bueyes y con todo un cuerpo
policiaco destinado especial y exclusivamente a evitar el libre tránsito; las
vías rápidas se destruyen colocando semáforos en las salidas para provocar
embotellamientos absurdos; la apertura de calles se compensa haciendo vehículos más voluminosos...
Para los EPEP es
fundamental evitar el tránsito
fluido. Si los empleados tardaran poco
tiempo para trasladarse de sus hogares a sus trabajos, llegarían descansados, alegres, con la mente despierta... Y
esto es lo que hay que impedir a toda costa. Entorpecen el tránsito para
prolongar lo más posible la tortura, la agonía a la que someten a todos los que se ven obligados a transportarse (¡todos a la misma hora!) de un lugar a otro.
Lo importante es
llevar la ansiedad, el malestar, hasta límites que hagan estallar los nervios de los seres humanos, para que entren completamente
derrotados a sus cárceles, para que
acepten sin resistencia lo que allá les
espera
LIBERTE, LIBERTE CHERIE
Una vez humillados,
vejados, desgastados física y emocionalmente (obligados, en el mejor de los
casos, a permanecer tensos y angustiados sobre el asiento de su automóvil
durante un tiempo que se hace interminable, quemando sus salarios en el motor
recalentado del vehículo), los millones y millones de humanos entran
deprimidos, angustiados, derrotados a sus cárceles, a los sitios donde los EPEP
los concentran para aniquilarlos y a los que llaman "lugares de
trabajo": fábricas, obras en construcción, minas, comercios, oficinas,
etc. Allí permanecerán encarcelados durante la mayor parte del día.
Al delincuente normal
se le restringe la libertad, pero no en el grado en que se priva al empleado
común. El presidiario no puede salir a la calle (lo mismo que el empleado) y
está forzado a cumplir ciertas tareas y obligaciones; pero, en general, dispone
de su tiempo y de su voluntad dentro de la prisión. El recluso utiliza la mayor
parte de su tiempo para hacer lo que quiere: observar aves hasta convertirse en
experto ornitólogo (como el famoso Preso Número Nueve inmortalizado en el
cine), leer, escribir, aprender y practicar un oficio, fumar mariguana, jugar
tenis o ajedrez, consumir tortas y refrescos, etc. Por el contrario, el
empleado carece de estos privilegios; todo el tiempo que dure su
encarcelamiento estará sometido a la restricción más completa en todos
sentidos; no solamente no hará lo que
quiere, sino que además se le obligará a vestir, actuar, hablar y pensar de
acuerdo a determinadas normas establecidas. Le estará prohibida cualquier
manifestación de personalidad, de volición o iniciativa propias. Le estará
prohibido pensar. COMETER ACTOS DE RACIOCINIO ES UNO DE LOS DELITOS MÁS
PERSEGUIDOS EN EL AMBIENTE LABORAL.
Solamente los empleados gubernamentales de casi todo
el mundo gozan de privilegios semejantes a los de los presidiarios; solamente ellos
pueden observar aves hasta convertirse en expertos ornitólogos, leer, escribir,
aprender y practicar un oficio, fumar mariguana, jugar tenis o ajedrez, consumir
tortas y refrescos en cantidades desorbitantes, etc.
No deja de ser maravilloso que mientras filósofos,
humanistas, políticos, sociólogos y hasta teólogos se la pasan hablando de la
libertad y los derechos del hombre, de la dignidad y el libre albedrio, la
mayor parte del género humano permanece encarcelada casi toda su vida. ¡Y lo
hace voluntariamente!.
EL BURRO DE LA ZANAHORIA
La habilidad
manipuladora de los EPEP es tan grande que nos tienen convencidos de la necesidad de nuestras prisiones: por eso
asistimos voluntariamente a ellas.
Entre
otras razones, la más poderosa que esgrimen para que les creamos es que gracias a nuestra permanencia en las
cárceles contamos con los bienes y servicios
que en ellas se producen, que sin ella
no tendríamos ninguna de las comodidades de la vida moderna. Ante tal argumento ¿que podemos objetar?. No nos
queda mas remedio que aceptar
gustosos el sacrificio de nuestra libertad durante "unas pocas
horas" a cambio de las indudables ventajas que obtenemos: hermosas residencias, suculentas comidas, celulares,
Ipads, automóviles, cruceros de placer a los lugares más recónditos del planeta, abrigos de pieles, joyas...
¿Joyas?...
no joyas! - dirá el lector - ¿Donde están esos viajes, esas pieles y todo lo demás?. La
evidencia demuestra que la mayoría de la gente apenas tiene para mal
alimentarse, vestir con harapos y dormir apiñada en pocilgas, sin acceso a la higiene,
a la salud, a la educación, al recreo... ¿Donde están todas esas comodidades
que salen
de la industria y el comercio?.
-¡Ah!-, responderán los EPEP - lo
que pasa es que los que viven así son vagos irresponsables, carecen de
aspiraciones, les gusta vivir
en esas condiciones. Pero con un pequeño esfuerzo podrían alcanzar todas las bendiciones prometidas. ¡Lo
que tienen que hacer es trabajar
más!.
Pero
los que viven así
son más del 90% de la población mundial, y de la parte restante, la mayoría
lleva una vida precaria que apenas le permite cubrir sus necesidades básicas (ropa,
casa y comida), algunas
primordiales como educación y salud y, ocasionalmente, algún pequeño gusto, pero ¡nada más!.
Resulta que solamente una cantidad inferior
al 1% del género humano no está formada por "vagos e irresponsables carentes de aspiraciones".
Y
resulta también
que esa minúscula minoría es la que no tiene que levantarse a las seis o siete de la mañana para,
después de tomar como único desayuno un
sorbo de café negro, caer en las garras del transporte público o sufrir los embotellamientos
para ir al trabajo. Resulta que esa minoría es la que no está obligada a
permanecer enclaustrada durante ocho horas, ni continuar su cautiverio dos o tres extras, antes de volver
agotada y degradada a su hogar.
Ante
esta evidencia ¿no
será que estamos al revés?, ¿no será que la manera de obtener automóviles, celulares,
Ipads, viajes y joyas no es trabajar más, sino por el contrario, trabajar
menos?.
Algo
nos hace suponer que. ahí está la solución; sobre todo si consideramos que en el siglo
pasado se trabajaban jornadas de doce y hasta dieciocho horas y que, la
gente vivía mucho peor que ahora.
Pero sigue en pie la
pregunta, ¿donde están las
hermosas residencias, las suculentas
comidas, los cruceros de placer y los abrigos de pieles que debían salir
de las industrias y los comercios?.
Generación tras generación la inmensa
mayoría de la humanidad ha permanecido
encarcelada, ha trabajado hasta el agotamiento, ha sufrido humillaciones y castigos, esperando ver el resultado de lo que se llama "actividad económica",
esperando ver el producto de sus esfuerzos, la retribución a sus fatigas,
esperando el milagro de las comodidades
y satisfacciones prometidas, esperando en los casos más humildes, poder
participar en la rifa de "un pollo de verdad", como ocurre en esa fabulosa película de Zavatinni-De
Sica, "Milagro en Milán”.
Pero nada. Del
gigantesco ano de la actividad económica
solo salen gases venenosos, aguas sucias,
bosques convertidos en eriales, bombas, cañones, podredumbre, miseria...
Y
la gente, cansada de esperar, vuelve a su rutina, a su escasez, a su desamparo... soñando que la voraz, la insaciable actividad económica, la que se traga campos y bosques
enteros, la que engulle montañas y
clava sus colmillos en las profundidades de la tierra, la que extermina
plantas y animales "no útiles", la que absorbe la energía de todos los humanos, algún día soltará,
al menos, un pollo de verdad.
Pero
eso nunca sucederá
mientras existan los EPEP, mientras sean ellos quienes controlen la
actividad económica.
En ocasiones, los
humanos, cansados de esperar, han tomado acciones drásticas, han llegado, incluso, a cambiar los
sistemas políticos: liberalismo,
capitalismo, socialismo, comunismo, keynesianismo... El resultado ha sido
igual: la actividad económica sigue sin dar frutos. Los EPEP se han amoldado a
todos los sistemas y han seguido saboteando. La única revolución que puede
tener éxito es la que se haga contra
estos nefandos entes; la que los elimine totalmente. Solo entonces podremos
gozar de hermosas residencias, suculentas
comidas, celulares, Ipads, automóviles, cruceros de placer a los lugares
más recónditos del planeta, abrigos de pieles, joyas... y pollos de verdad
LA CARAMBOLA
A primera vista podríamos suponer que los pobres resultados de la
actividad económica se deben al desconocimiento
de las leyes que la rigen, pero si observamos con más detenimiento notaremos que no
es así; los EPEP conocen
perfectamente las teorías económicas y administrativas y
dirigen todos sus esfuerzos a lograr que no se apliquen correctamente. Las utilizan en forma
negativa para evitar que e1 trabajo humano rinda frutos, para consumir
inútilmente materias primas y energía, para dilapidar los ahorros del señor X e
impedir que su nieto reciba demasiados dividendos, para, en pocas palabras, sabotear la actividad económica.
Ya que comenzamos hablando
de vehículos, podemos tomar
como ejemplo un automóvil para ver como los EPEP atentan contra la utilización de recursos bajando lastimosamente
los rendimientos.
Da una manera general
podemos definir el rendimiento como la relación entre un resultado obtenido y lo que hubo que
aportar para ello; una relación entre lo que sale y lo que entra. Este concepto
lo podemos aplicar a casi todo. En un negocio, el rendimiento es la relación
entre la ganancia y el capital que la produjo. En física y química se suele medir como relación de
energías. Aplicando esto a un automóvil diremos que toma la energía almacenada
en el combustible y la transforma en movimiento. El rendimiento es, por tanto,
la relación entre la energía del movimiento y la del combustible.
El rendimiento de un
automóvil es
aproximadamente del 20%, lo que significa que de cada cien litros de gasolina
consumidos, solamente veinte se emplean para
empujarlo realmente. El resto (cuatro de cada cinco litros) se invierte
en mover las partes internas del motor y la transmisión o se disipa como calor
en el tubo de escape, el agua de enfriamiento y la masa metálica del motor.
Todo esto, sin embargo, es necesario; es consecuencia de las leyes físicas y
químicas que se aplicaron al inventar y mejorar paulatinamente el motor y los
mecanismos del coche. Si el rendimiento es tan bajo, se debe a limitaciones impuestas por la naturaleza y
al conocimiento incompleto que tenemos de ella. A medida que
descubramos nuevas leyes
físicas las aplicaremos para crear máquinas más eficientes y,
consecuentemente, más económicas,
mas productivas y
menos contaminantes. (El paso de la
física de bulbos a la de estado sólido en la industria electrónica nos
da un claro ejemplo de lo que significa el desarrollo científico y tecnológico).
Pese a su bajo
rendimiento, el motor de gasolina es de los más eficientes con que contamos en la actualidad;
sobre todo si comparamos su peso con la potencia que proporciona, condición
necesarísima cuando se trata de mover vehículos por tierra, agua o aire.
La llagada al mundo
de este motor tuvo como consecuencia el mejoramiento de muchas industrias y la
aparición de otras que no hablan sido posibles hasta entonces.
Pero los EPEP lo
controlaron inmediatamente para darle su utilización ineficiente actual; un automóvil moderno es una pesada mole de
cerca de dos toneladas en la que casi siempre viaja una sola persona cuyo peso
promedio apenas llega a los setenta kilos. Empleando materiales y estructuras
ligeras junto con un motor de menor potencia que, en consecuencia será más
liviano, no sería difícil construir un vehículo que, con todo y su solitario
pasajero, pesara como máximo doscientos kilos. Por una simple regla de tres
podemos concluir que el coche actual necesita diez veces mas potencia
que un microautomóvil para una sola persona, y esto representa diez veces más
gasto de combustible, diez veces más contaminación atmosférica, diez veces más
costo, diez veces más rápido el agotamiento de una fuente de energía no
renovable como el petróleo... y eso sin considerar el costo y el desperdicio
debido a la producción de materias primas, sobre todo acero, a la mano de obra
utilizada, los capitales invertidos, etc.
Haciendo una
extrapolación excesivamente simplista pero no carente de aproximación,
podríamos decir que la industria automotriz y sus subsidiarias necesitan
solamente la décima parte de su capital, mano de obra, insumos, etc. para
obtener los mismos resultados, medidos en viajero-kilometro. O mejor aún, puede
multiplicar por diez el número de personas con automóvil propio, pueden
decuplicar el número de viajeros-kilometro, hacer que diez veces más gente
viaje sin las incomodidades y las vejaciones proporcionadas por los transportes
públicos actuales, sin generar más gastos o más contaminación.
Pero, por supuesto,
este planteamiento carece de sentido para un EPEP. Esto equivale a suponer que
la industria del automóvil tiene como objetivo proporcionar un medio de transporte
económico, rápido, seguro, eficiente y cómodo para los seres humanos: cosa
inconcebible para los EPEP. Para ellos, el automóvil es un objeto ineficiente,
ruidoso e incómodo cuya única finalidad es demostrar el status social de su
dueño; el automóvil no tiene nada que ver con el transporte, aunque de manera
secundaria se emplee para ello.
Por tal motivo, si
alguien, en un alarde de inteligencia, osara salir a la calle en un coche de
doscientos kilos o menos, no tardaría en ser arrollado por un tráiler lanzado
"accidentalmente" contra él. El efecto sobre el público seria tan
fulminante, que todos correrían a acorazarse dé acuerdo a su categoría social,
es decir, de acuerdo a la cantidad de blindaje que pudieran pagar.
Este ejemplo, además
de demostrar como los EPEP reducen el rendimiento de las máquinas y, en
general, de cualquier actividad (al lector no le costará ningún trabajo
encontrar en su experiencia diaria infinidad de casos similares, para lo que le
bastará observar el tiempo que se desperdicia haciendo colas, la cantidad de
escritos y formas impresas que hay que llenar para la solicitud más sencilla,
lo inadecuado y difícil de manejar muchos aparatos y herramientas, etc.), pone
de manifiesto algunas otras características del modus operandis de los EPEP.
En primer lugar
notamos que lo que buscan en este caso (y, como veremos más adelante, en todos
los demás) es el establecimiento de una jerarquía, de un status que se debe
mantener a toda costa; el automóvil no es un medio de transporte sino un símbolo
jerárquico.
También, y de primera
importancia, es necesario recalcar lo que podríamos llamar efecto de carambola.
Al jugar billar apuntamos a una bola, dirigimos el tiro contra ella, pero para
que, de rebote, le pegue a otra. El tiro no va destinado a la primera sino a la
segunda. Los EPEP apuntan al transporte pero lo buscado es el status social.
Apuntan al rendimiento pero lo buscado es el gasto inútil de recursos. Apuntan
a la actividad económica pero lo buscado es impedir que se generen bienes y servicios
que satisfagan las necesidades humanas. Apuntan al comercio y a la industria
pero lo buscado es mantener encarcelada a la gente... Si analizamos nuestras
actividades, económicas o no, considerando el efecto carambola, descubriremos
la intervención de los EPEP en el diseño de casi todas. Encontraremos que
pasamos gran parte de la vida apuntando inocentemente en una dirección
determinada para acabar chocando en otra totalmente distinta. Los EPEP son
grandes carambolistas. Con esto en mente, el nieto del señor X puede empezar a
darse una idea de porque sus dividendos son tan escasos.
LA ESCASEZ COMO NORMA
Cualquiera que sea la
ley o el principio administrativo que analicemos siempre llegaremos a la
evidencia de que se utiliza mal o no se aplica, su empleo correcto haría
productiva la actividad económica, generaría abundancia; cosa que no pueden
permitir los EPEP pues para ellos es primordial la escasez. Si alguien resuelve
permanentemente sus problemas de supervivencia y comodidad no tendrá necesidad
de trabajar y por lo tanto ¡se escapará de la cárcel!.
Los EPEP pueden
tolerar que algunos humanos, un grupo reducido de privilegiados, huya y viva
libremente; hasta resulta ventajoso, pues los prófugos crean un modelo a
seguir, una imagen idílica por la que suspiran los demás, que se cuelga como la
zanahoria delante del burro y que incita a trabajar con más fuerzas para llegar
al edén vislumbrado, a aferrarse con más ahínco a la prisión. Pero la
generalización de esto, la fuga en masa de los penales, no es admisible, pues
representarla el derrumbe del sistema que durante tanto tiempo han sostenido.
La escasez es básica;
es el cimiento sobre el que los EPEP han construido la "realidad" en
que nos obligan a vivir. La escasez nos fuerza a acudir diariamente a nuestro
trabajo. El no cumplir con esto nos acarrearía aún más privaciones y, en el
extremo, la muerte por inanición (al menos esto es lo que nos han hecho creer y
como ejercen un control tan efectivo sobre nosotros no les es difícil
demostrárnoslo).
La promesa de
placeres y riquezas como recompensa al trabajo es cada día menos creíble; la
mayoría de la gente no ve ante sí más probabilidad que la de pasarse en
"chinga" toda la vida y morir con la misma escasez con que nació. Y
esta no es promesa, sino una afirmación contundente. Es la amenaza real y
efectiva con que nos despiertan diariamente los EPEP. ¡Porca miseria!
PORCA MISERIA
Todos los idiomas
tienen una expresión profusamente empleada para mostrar desagrado, ya sean las
escatológicas "¡Shitl!” o "¡Mérde!" de ingleses o franceses,
el "¡Coño!" español o el
mexicanísimo "'¡Chingada Madre!". Pero hay una que expresa de
maravilla la verdadera causa del malestar, que va al fondo del problema, que
desentraña verdaderamente nuestro descontento: ¡Porca Miseria1.
Los italianos la
utilizan a cada momento: cuando se les hace tarde, cuando se golpean un dedo,
cuando llueve o hace frío... en situaciones que no parecen tener relación
alguna con su situación financiera. Y sin embargo, esta interjección es la expresión
más cabal, más concisa, más realista del origen de nuestros problemas.
Pasamos la vida
ahogados por nimiedades, cosas que no solo no deberían tener importancia sino
que ni siquiera deberían ocurrir y que sin embargo absorben la mayor parte de
nuestra atención, nos angustian, irritan permanentemente nuestro sistema
nervioso, nos hacen agresivos y depresivos simultáneamente... El contacto
eléctrico que no hace contacto, el grifo que gotea, la puerta colgada, el cajón
que no cierra, la manija que se queda en nuestra mano... ¡Porca miseria!... Los
cuadernos de la escuela que no pudimos comprar porque había que pagar el gas,
la comida que hubo que racionar para que no nos cortaran la electricidad, los
botones que emigraron de la camisa, la tubería que empapó la pared, la ventana
que se rompió, la visita que no pudimos hacer, al agujero que se presentó
intempestivamente en el calcetín, el pantalón heredado del hermano mayor, la
suela que se desprende como si el zapato quisiera gritarnos que ya necesita ser
jubilado, la silla desvencijada, el resorte que salta del colchón... ¡Porca
Miseria!... Despertarnos en lo mejor del sueño y salir de la cálida comodidad
de las sábanas para enfrentarnos cada mañana al partero que nos cuelga de
cabeza y nos azota antes de empaparnos con agua fría... jPorca miseria!... La
ducha que se niega a proporcionarnos un chorro con la temperatura y presión
deseadas, el agua que se acaba cuando estamos enjabonados, el corazón que
comienza a dar brincos cuando miramos el reloj, el idiota que nos obstruye el
paso, los hoyos estratégicamente distribuidos por el suelo para que nos
rompamos una pierna... ¡Porca miseria!...
Y si tenemos un
automóvil que hace dos meses bebió ávidamente el litro de aceite que
conseguimos darle, debemos considerarnos afortunados (¡Afortunados de que
después de cinco años conserve las bujías originales!). Lo mismo que si tenemos
un televisor en el que podemos imaginar ciertas figuras entre el conjunto de
rayas temblorosas de su pantalla, o un tocadiscos para reproducir chasquidos, o
una lavadora que da tumbos frenéticos por toda la casa, o..., o..., .somos
afortunados de poseer algunos objetos que la mayoría no tiene y que siguen
funcionando a pesar del servicio que han dado durante demasiados años. Somos
afortunados de haber encanecido pensando en como pagar tantas deudas. Somos
afortunados de tener algunas privaciones menos que el resto...
¡Porca miseria!
LOS EPEP COLESTEROL:
EPEP dique y EPEP normativo
Entramos
al supermercado, tomamos un carrito y avanzamos sonrientes dispuestos
a hacer nuestras compras. El pasillo por el que
caminamos está desierto, todo es tranquilidad... pero de pronto aparece a medio camino,
obstruyendo el paso, un carrito atravesado que nos impide continuar... Nadie
está cerca de él... No parece que exista
ningún motivo para que lo hayan colocado en tan incomoda posición... Lo
empujamos a un lado y continuamos... Cinco metros adelante aparece otro
carrito, igualmente solitario, igualmente estorboso...
Después de hacerlo a un lado seguimos adelante... Otro carrito aparece
en las cercanías... Para evitarlo torcemos bruscamente y nos enfilamos a otro
pasillo... Operación inútil; delante de
nosotros surge otro carrito bloqueándonos...
No
se trata de accidentes fortuitos ni de mala suerte nuestra. Los EPEP trabajan
afanosamente moviendo carritos a todo lo largo y todo lo ancho de
todos los supermercados para complicar la simple adquisición de un bote de leche o una caja de galletas. Su
misión consiste en dificultarnos todo y no escatiman esfuerzos para conseguirlo.
A
veces conseguimos detectar alguno, disfrazado de inocente ama de casa, que aparenta
contemplar con candor la etiqueta de algún frasco, pero
que en realidad evalúa los estropicios logrados con su
labor.
Se
trata, por supuesto, de un tipo especial de EPEP. Reciben el nombre
de EPEP diques, variedad particular de los EPEP colesterol, especialistas
en obstruir cualquier tipo de flujo.
Trabajan siempre en
colaboración con los EPEP
normativos, ampliamente capacitados en el diseño de vías por las que no se
quepa. Son los que miden cuidadosamente la distancia que debe de haber entre los estantes de los supermercados
para que forzosamente nos veamos atorados en presencia de los carritos
abandonados o de los EPEP diques que avanzan en sentido contrario, por mitad
del pasillo, con caras de viejas rezongonas dispuestas a no ceder el paso a nadie.
Son
los mismos que colocan los puestos de los mercados públicos de tal forma que siempre choquemos con alguien y los
que prevén oportunamente el espacio en que
se instalará un vendedor ambulante (en
realidad un EPEP dique) que obstruya totalmente el paso en todos sentidos.
Los EPEP normativos
laboran afanosamente en las oficinas de normas y estándares, en los departamentos de diseño y en lugares
semejantes para lograr que, por ejemplo, todos los muebles sean ligeramente más
grandes que las puertas por las que debemos meterlos,
que las escaleras de mano tengan veinte centímetros menos de los necesarios para alcanzar a donde debían
llegar, que los focos alumbren lo
suficientemente mal para que no lleguemos a distinguir las letras o para
que éstas sean lo suficientemente pequeñas como para ser ilegibles aún con la luz más potente, para que las cajas se desfonden en cuanto las levantamos, etc.
Trate
al lector, por ejemplo, de conectar un cable suelto en el motor de su coche;
verá que se encuentra
precisamente en la parte más caliente del
mismo y que no pueden agarrarlo más que sufriendo profusas quemaduras en la
mano. Intente conectar los cables de una plancha o una lámpara a las terminales
de un enchufe y verá que no caben.
Pretenda cerrar una caja hermética para guardar comida en el
refrigerador, o de abrir una botella
"abrefácil", o de deslizar un "zipper", o de meter una
prenda en la bolsa que le sirve de envoltura, o. . .
Si
encuentra una sólida manija de acero reforzado con un gran brazo de palanca, en
la que pueda apoyarse y empujar con fuerza, tenga la seguridad de que la puerta
en que está instalada se abrirá con un soplo; pero si encuentra una manija
diminuta de un material sin resistencia y semidestruida, puede jurar que la
puerta correspondiente no se abrirá ni con dinamita.
El pasillo amplio e iluminado de
un edificio es el que no lleva a ninguna parte; por el contrario, el pequeño y
obscuro, con desniveles y salientes en el piso, sirve para comunicar todas las
áreas.
No
hay un solo recipiente para líquidos que no gotee.
Los
mingitorios públicos siempre están cerrados.
Para
cualquier trámite pase a la siguiente ventanilla.
Si
no tiene prisa, fórmese en la caja rápida.
Todo lo anterior es consecuencia
de las normas establecidas por los EPEP para complicarnos la existencia. La
reglamentación es importantísima para los EPEP, pues gracias a ella consiguen
una gran uniformidad en las fallas y los defectos.
MAS EPEP COLESTEROL:
EPEP Maginot, Panzer, Bursatil, Calmoso y otros
Ya
dijimos que son los encargados de evitar cualquier clase de flujo y, por lo
tanto, su campo de acción favorito es la vía pública. Armados de un camión o un
coche pueden hacer milagros: por ejemplo, avanzar apuradamente hasta rozar la
defensa del coche de adelante, cuando es evidente que éste no puede caminar, y
así bloquear una bocacalle. Si cuenta con la colaboración de un EPEP
transversal, que se correrá inmediatamente para cruzarse en el único paso por
el que podría haberse resuelto el embotellamiento, podremos gozar de horas
enteras de solaz y esparcimiento estacionados en una esquina.
También
encontramos esta especie de EPEP disfrazados de agentes de tránsito,
manipulando los semáforos y en reñida competencia con sus congéneres para
vencer en el entretenido "juego de
los embotellamientos".
Otras
veces simulan aparatosos choques o vuelcan la carga completa dé un camión, la
que invariablemente contiene varias toneladas de pequeños y filosos vidrios,
para atraer a otros EPEP que se apresuran a llegar al lugar de los hechos para
circular a vuelta de rueda contemplando "altamente preocupados" el
accidente o deteniéndose de improviso en los carriles por los que aún se podía
circular.
También
los encontramos trabajando tozudamente, a las horas de mayor circulación, en la
apertura da zanjas y baches que, una vez abiertos, jamás serán tapados. Estos
pertenecen a la variedad conocida como EPEP Maginot, de probada habilidad en la
construcción de trincheras, fosos y demás fortificaciones que cortan la
circulación. Son famosos por poner "jardineras", topes, rejas y todo
lo imaginable en las vías de circulación.
Otras
veces los encontramos rellenando las coladeras y desagües para que se
conviertan en hermosos surtidores en la primera lluvia.
Lo
más frecuente, sin embargo, es verlos circular lenta y pesadamente por un
mínimo de dos carriles al mismo tiempo, soltando negrísimas nubes por el escape
de su vehículo. Estos son los EPEP panzer; muy abundantes por cierto.
Pero
su actividad no se limita al tránsito de vehículos. También los encontramos en
los pasillos de los cines y teatros, dando un paso cada treinta mil palabras,
impidiendo la salida del resto del público, o en las aceras de las calles y en
los andadores de parques y jardines formando inocentes grupos familiares o de
revoltosos chiquillos, que se expanden hasta bloquear por completo el camino.
Pertenecen a loa EPEP difusos.
Podemos
hallarlos igualmente en las cajas de las tiendas pagando un chicle con el
billete de mayor denominación posible, o en la de los bancos depositando varios
costales de moneditas o haciendo todos los pagos y transacciones comerciales de
un regimiento entero. Se trata de los EPEP bursátiles.
Tampoco
es difícil encontrarlos en una ventanilla de atención al público pidiendo por
diezmillonésima vez la misma explicación o haciéndose un lio espantoso con los
papeles que lleva en la mano. Se les conoce como EPEP calmosos.
Son
los mismos que salen del baño de un tren o un avión, perfectamente acicalados
después de haber permanecido tres horas encerrados mientras las vejigas de los
demás pasajeros se inflamaban hasta límites indecibles.
EPEP OPORTUNO
Llegamos
a una puerta cargados con muchos bultos. Como nos es imposible abrirla,
depositamos todo en el suelo, abrimos y volvemos cargar con todo. En cuanto
damos el primer paso hacia la puerta, alguien la cierra... Es el EPEP oportuno.
Es
el mismo que espera a que hayamos distribuido sobre una mesa decenas de papeles
para abrir la ventana justo cuando terminemos.
Es también el que, cuando nos ve
con la esposa o la novia, se acerca a preguntarnos sobre la rubia despampanante
que nos acompañaba el otro día.
EPEP PITONISO
Es
aquel que ve pasar a su lado a un niño pequeño y viene calmadamente a avisarnos
que se va a caer en un pozo.
O
el que espera pacientemente a que terminemos un arduo y larguísimo trabajo para
anunciarnos, al final, que se nos olvido colocar la primera pieza.
O
el que, después de días de desvelo, afirma que lo que hicimos no va a funcionar
por alguna razón que el vio desde el primer momento.
Es
el que avisa oportunamente de todos los accidentes y todas las desgracias que
se podrían haber evitado cinco segundos antes.
EPEP DISTRIBUIDOR
Se
trata de aquel que tiene a su cargo distribuir las actividades de cualquier
grupo de gente. El que destina una sola persona a atender al grueso del
público, mientras otras treinta se ocupan de uno solo. El que amontona a todos
los obreros en un pequeño espacio para que se estorben mutuamente, mientras
existen miles de metros cuadrados totalmente libres. El que decide realizar
inmediatamente una tarea determinada, sabiendo que ésta depende de la buena
terminación de otras labores previas, que están todavía por efectuarse, o que
escoge la más inútil, la más innecesaria, postergando las urgentes y las
importantes.
Es
también el que elige el camino más largo y más enredado para hacer algo que, de
otra forma, resultaría sencillísimo.
Una
variedad de éste es el EPEP rayado, que aparece invariablemente en las
ventanillas de informes y que repite una y otra vez, como disco rayado (de ahí
su nombre), las mismas instrucciones, vengan o no al caso y sean o no la
respuesta a la pregunta que les formulamos: -"¿La oficina del señor
Rodríguez?- "Llene por triplicado la forma HFRTC-27 y entréguela junto con
su acta de nacimiento en la ventanilla 35" No le sacaremos ni una palabra
más... si insistimos demasiado nos repetirá con enojo: - "Llene por
triplicado la forma HFRTC-27 y entréguela junto con su acta de nacimiento en la
ventanilla.
LA REALIDAD EPEP
Nuestra
vida diaria se desarrolla dentro de "la realidad". Siempre referimos
nuestros actos a
esta "realidad", nos enfrentamos a "problemas
reales", confrontamos todo con "la realidad". Somos
"realistas" cien por ciento...
Pero
en cuanto hacemos el más ligero análisis de cualquier hecho, descubrimos cosas
sorprendentes que contradicen lo que suponíamos como inobjetablemente real.
No
vamos a hablar de "verdades" como la inmovilidad de la Tierra y el
giro del Sol alrededor suyo, que fueron indiscutibles en el pasado; sino de
otras que conforman nuestra "realidad" actual y que son tan poco
sostenibles como la anterior. Ya hemos citado lo irreal que resulta pretender
obtener hermosas residencias, suculentas comidas, celulares, Ipads,
automóviles, cruceros de placer a los lugares más recónditos del planeta,
abrigos de pieles, joyas y pollos de verdad como resultado de nuestro
trabajo... y sin embargo seguimos trabajando con la esperanza de lograrlo.
Igualmente
podríamos pensar en lo irreal que es suponer que las grandes potencias
mundiales van a proteger y ayudar en su desarrollo a las naciones débiles, que
quienes tienen la oportunidad de ejercer el poder en su propio beneficio no lo
van a hacer y otras muchas suposiciones por el estilo.
Y
sin embargo, todos los días y a todas horas pensamos y actuamos tomando como
hechos irrefutables, como patrones a seguir en nuestras conductas, una
colección inenarrable de disparates y contradicciones en los que creemos
ciegamente.
Esta
insistencia en apegarnos a una "realidad" que tiene tan poco de real
es consecuencia de la actividad subversiva de los EPEP que han diseñado una
"realidad" a su gusto y nos la han impuesto con tanta habilidad que
no dudamos de ella en ningún instante. Nuestra moral, nuestra conducta, nuestras
aspiraciones, nuestras creencias, nuestra labor diaria son dictadas por los
EPEP y van casi siempre en contra de nuestros propios intereses. Pasamos la
vida luchando por metas que nos perjudican y lo hacemos convencidos de que son
benéficas... y que es posible alcanzarlas.
ESCALAFÓN Y REGLAMENTOS
Para
qua entremos en la "realidad EPEP", para que la creamos y la
aceptamos, los EPEP han inventado dos armas fundamentales; el escalafón y los
reglamentos.
Dijimos
anteriormente que los EPEP son grandes constructores de pirámides. En su
mayoría éstas no son de piedra; son las pirámides escalafonarias. En cualquier
actividad humana aparece inmediatamente un escalafón: un sistema que especifica
la posición jerárquica de cada uno y las relaciones de sumisión y vasallaje que
debe cumplir con respecto a los que ocupan lugares más prominentes. La pirámide
jerárquica nos encasilla de una manera determinante y definitiva, y marca
inexorablemente nuestra actividad, nuestro comportamiento e, incluso, lo que
debemos desear, a lo que debemos aspirar y lo que podemos obtener si nos
comportamos fieles a lo que se espera de nosotros.
Existen
pirámides jerárquicas en todas las empresas, en todos los gobiernos; pero
también existen en las relaciones que tenemos con todos nuestros semejantes:
las castas, las clases sociales, las razas, etc. son pirámides inventadas por
los EPEP para controlar y regular nuestras vidas.
La
pirámide jerárquica es el mecanismo por el cual nos introducen a la
"realidad EPEP" y por el cual nos obligan a permanecer en ella.
No
existe una sola industria, un solo comercio, un solo centro de actividad
productiva, que no cuente con un organigrama que indique su constitución
jerárquica. Ello se debe a que los EPEP consiguen, de esta forma, controlar su
producción para evitar que dé frutos.
En
la pirámide convivimos constantemente con los EPEP. Seria un error suponer que
se encuentran concentrados en los pisos superiores da la misma. De ser así los
habríamos identificado hace mucho. Los EPEP se encuentran en todos los niveles,
incluso en los más bajos. Se sitúan en los lugares más estratégicos para
controlarnos e intervenir oportunamente si pretendemos romper el orden
establecido.
En
la pirámide aprendemos a vivir aislados, a obedecer, a ser improductivos...y a
mentir.
La
mentira se encuentra en la esencia misma de la gran pirámide escalafonaria. Su
estructura está diseñada para lograr ésas carambolas fantásticas de que
hablábamos antes.
La
producción requiere el esfuerzo coordinado de muchas personas. Pero al
encasillarnos dentro de pequeñas piramiditas, que, agrupadas formando otra
mayor, nos aíslan, evitan la comunicación directa entre quienes deben coordinar
sus acciones. Dentro de la pirámide la única comunicación permisible es la del
jefe con su subordinado inmediato y la respuesta dócil de éste. La coordinación
entre empleados de un mismo nivel está prohibida. Y tampoco se permite saltar
escalones; Si alguien pretende decir a los altos mandos como corregir o mejorar
algo, ¡es sedición!.
Las
órdenes deben venir de arriba y bajar pausada y lentamente los escalones
jerárquicos hasta llegar a su destino. No importa que en el trayecto se
alteren, se malinterpreten y se desvirtúen; no importa que tarden tanto que
lleguen cuando ya no son necesarias; lo fundamental es conservar la disciplina,
el principio de autoridad. Si con ello se malogra la producción, ¿que más da?,
¿a quien le importa ésta?.
El
mismo camino debe seguir cualquier
reclamo, cualquier sugerencia de
los de abajo; pero en sentido inverso; subiendo penosamente para que en cada
escalón se eliminen los detalles inconvenientes, para suprimir cualquier cosa
que pueda perjudicar o que se pueda tomar como una acusación. Durante el
ascenso la propuesta se irá empequeñeciendo, se irá diluyendo hasta perderse
totalmente en la nada.
La
comunicación horizontal, en el mismo nivel, está proscrita y en caso de existir
no serviría de nada, pues para poner en práctica cualquier acuerdo se necesita
autorización de los jefes y éstos no están dispuestos a permitir la
indisciplina, la anarquía que resultaría si cada quien pretendiera coordinar
sus actos con los de aquellos que tienen labores que afectan a la suya, el caos
que se originaria si los subordinados colaboraran para resolver sus problemas
comunes.
Y
en última instancia, para permitir esto, los jefes tendrían que consultar con
sus jefes.
Para
justificar la pirámide escalafonaria, se nos dice que gracias a ella se
coordina el trabajo de todo el personal de una planta; pero la verdad es que
impide la comunicación y con ello la coordinación. Cada empleado atiende a una
función particular aislado por completo de los demás, sin saber para que sirven
sus acciones y como afectan a otros. Sin poder ayudar y sin recibir apoyo. En
lugar de un esfuerzo común y consciente, tenemos una producción fragmentada de
la que cada quién sabe algo, pero de la que todos ignoran su alcance.
La
incomunicación es primordial para los EPEP. Gracias a ella nos ocultan la
realidad, nos mantienen ignorantes de las metas que debemos alcanzar, de los
planes para llegar a ellas, de los resultados obtenidos. Pero, además, y esto
es lo más importante, nos aterrorizan.
Obligados
al silencio, al aislamiento, nos enfrentamos con una estructura misteriosa y
gigantesca que nos exige resultados pero que no nos dice cuales son éstos.
Entre las sombras de la gran pirámide sentimos clavados en nuestra espalda los
penetrantes ojos de algún vigilante que nos acecha y escuchamos el lastimero
susurro de un EPEP que nos musita al oído toda clase de amenazas: ¡Cuidado, te
vigilan!; el jefe es muy exigente; no estás rindiendo lo debido; sobra mucha
gente en la planta; tu trabajo no es importante...
Por
las vías vacías de información verídica, corren en tropel los rumores que
propagan los EPEP para angustiarnos, para provocar nuestro temor y nuestra
inseguridad. Siempre habrá alguno dispuesto a recordarnos que nuestro trabajo
no es importante, que la empresa puede prescindir de nosotros en cualquier
momento. No importa lo que hagamos, sea lo que sea carece de interés,
cualquiera puede hacerlo mejor o por menos sueldo. Los EPEP nos fuerzan a
pensar que somos inútiles, a autodevaluarnos, a denigrarnos. Y con ello
consiguen nuestra sumisión, nuestra aceptación ciega de las órdenes recibidas,
por absurdas e incongruentes que sean, la entrega de nuestra voluntad para
conservar el empleo, para no morir de hambre a media calle... La dignidad es un
articulo de lujo que muy pocos pueden pagar.
Ejercen
continuamente el terrorismo en nuestra contra; no a base de tirar bombas, sino
demostrándonos a cada momento nuestro poco valer, nuestra falta de cualidades.
Y soltando amenazas veladas que deterioran la confianza en nosotros mismos.
Deben convencernos de que la gran pirámide es magnánima; que si no prescinde de
nosotros, si no nos elimina, es por bondad; que, de hecho, no somos más que
becados que recibimos un salario que no merecemos.
Lo
lamentable es que, en cierta forma, lo anterior es correcto. Habiendo
controlado el establecimiento de objetivos,
habiéndose apoderado de la planeación de la producción, habiendo logrado
el control de los productores, habiendo conseguido ocultarnos los escasos
resultados de nuestra actividad, no les ha sido difícil crear métodos de
trabajo en los que el hombre carece de valor; métodos en los que una inmensa
masa humana hacinada se mueve ciegamente para producir poco o nada y donde es
considerada como parte intercambiable de una maquinaria inútil.
La
división del trabajo, que permitía la especialización y el incremento de
rendimientos, ha sido empleada para convertir al trabajador en un ser
incompleto, capaz de ejecutar solamente un reducido número de operaciones
simples, repetitivas, mecanizadas, para las que no se requiere ingenio ni
conocimiento.
Despersonalizado,
idiotizado por la monotonía y la aridez, el trabajador se ha convertido en
pieza desechable de un mecanismo que le supera y lo esclaviza. La forma más
bestial de ésta enajenación es el trabajo en cadena, conocido como taylorismo,
donde el obrero repite hasta el agotamiento una sola acción mientras mantiene
su mente en blanco.
El
taylorismo marca el límite de la crueldad, de la enajenación, el
embrutecimiento y fragmentación del ser humano; pero los demás métodos de
trabajo conducen a los mismos resultados, aunque con más suavidad. La tónica
general en la industria o el comercio es dar una función específica y limitada
a cada individuo y evitar que se salga de ella. Debe repetir una y otra vez
unos cuantos patrones de conducta, unas pocas operaciones, sin mostrar ninguna
variación, sin interesarse por lo que hacen otros, sin pretender modificar lo
ya establecido, sin querer progresar, sin ver al futuro...
Al cabo de algún tiempo el
trabajador ha perdido todas sus habilidades excepto las tres o cuatro que
repite constantemente y, en consecuencia, se ha convertido en un inútil; lo que
le hace temer cualquier cambio.
Al
estar tan limitado y simplificado su trabajo, el empleado es fácilmente
reemplazable... No es importante.
Y
esto nos lleva a la mentira. Acongojados por nuestra falta de importancia, por
la facilidad con que podemos ser eliminados y por la miseria a la que
llegaríamos si esto último sucediera, nos vemos obligados a inventar una
trascendencia y una importancia a aquello que, posiblemente, no la tiene.
Tenemos que justificar nuestro trabajo.
¡Este
es, en realidad, nuestro verdadero trabajo!. No es aquello que producimos,
aquello que realizamos. Lo que consumirá la mayor parte de nuestra atención, de
nuestra energía, será demostrar nuestra importancia; hacer saber a todos que
somos imprescindibles, que somos necesarísimos. Gastamos nuestro tiempo,
nuestro esfuerzo, en crear una apariencia, una ficción...Una irrealidad.
Hemos
caído en la trampa de los EPEP. Esto es precisamente lo que ellos quieren. Que
vivamos de espalda a la realidad. Que nos enfrasquemos en el juego siniestro de
mantener una fantasía de apariencias. Que solo veamos una ilusión de oropeles.
Que adoremos la falsedad.
En
lugar de hacer activa la actividad económica, en lugar de producir lo que
necesitamos y dedicarnos a descansar después, en lugar de hacer lo que
queremos, nos hundimos en la simulación y tratamos de auto convencernos de que
no vemos la miseria, la falta de libertad, la angustia, la ignorancia que
realmente nos acompañan.
¿Que
pretende aquel empleado cuyo estante está lleno de partes por reparar o aquel
otro que tiene el escritorio lleno de papeles?. “¡Tengo muchísimo
trabajo!", nos dicen. "¡Pues ponte a hacerlo!", pensamos para
nuestro adentros. ¿Pretenden demostrar que pasaron el día de zánganos y que por
eso se les acumulo el trabajo?.
¿Pretenden
demostrar que son torpes, ineficientes y lentos y que por eso no terminan a
tiempo sus labores?. ¿Pretenden demostrar que son unos imbéciles que se dejan
sobreexplotar aceptando más trabajo del que razonablemente podría desarrollar
una persona normal?. Lo que intentan, aunque el análisis objetivo más ligero
los contradiga, es hacer creer que son muy importantes, que sin ellos el mundo
no seguiría su marcha...
Lo
mismo nos quieren decir aquellos que, después de estar ocultos, de pasar
desapercibidos todo el tiempo, emergen llenos de energía y preocupaciones
escasos minutos antes de la hora de comer o en el momento en que la sirena
señala el fin de la jornada. ¡Hay que verlos como se mueven febrilmente mientras
sus compañeros se alimentan o se preparan para partir!.
¿Y el jefe que tras consumir su
vida en jornadas de dieciocho horas, deja su teléfono para que lo llamen a las
tres de la madrugada cuando se presente algún problema?. ¿Está haciendo gala de
su incompetencia administrativa?. ¿Está diciendo que es incapaz de organizar a
sus subordinados para que resuelvan la más ínfima de las crisis?. ¿Está
diciendo que éstos son ineptos y que solo él puede tomar soluciones?. Y
entonces ¿porque conserva una planta de personal tan estúpido e inútil?. ¿No es
su responsabilidad velar por la eficiencia de su departamento?. ¡Cuántos
mártires hay en la industria!. ¡Pobrecitos!.
Todos
ellos tienen algo en común: entorpecen la producción.
Forzados
por el miedo al despido se convierten en aliados de los EPEP e introducen sus
propios métodos de sabotaje dañándose a si mismos, dañando a sus compañeros,
dañando al nieto del señor X, pues al deteriorar la producción generan una
escasez de la que todos somos víctimas.
Si
fuéramos capaces de pensar sanamente, sin la presión de la angustia y el
terror, nos daríamos cuenta de esto. Pero siempre hay un EPEP cercano dispuesto
a orientarnos, dispuesto a decirnos lo que debemos hacer, lo que se espera de
nosotros: "Tu ocúpate de lo tuyo. Los demás que se rasquen con sus uñas.
Ningún humano vale tu más mínimo sacrificio". Nos inyecta el veneno del
egoísmo para que sigamos aislados,
incomunicados. Pero un egoísmo
tonto. Se puede ser inteligente y velar por los intereses propios. Habiendo abundancia
YO viviré mejor y con menos temores que conservando unas cuantas migajas que
debo disputar constantemente a todos. Habiendo abundancia YO dispondré de mi
tiempo, mi voluntad, mi dignidad... "No hay para todos", dirá el
EPEP, "Nunca habrá para todos. Toma tu parte. Piensa solo en ti. Arrebata.
Almacena. Acapara. Quienes te rodean son tus enemigos, ¡Debes despojarlos para
poseer!". Cierto. En un mundo de escasez solo podremos satisfacer nuestras
necesidades luchando ferozmente.
Sobreviviremos asesinando a nuestros semejantes. Pero la escasez puede
desaparecer; lo único que hace falta es un poco de colaboración. Por eso nos
aíslan. Mientras, no contemos con recursos suficientes no podremos pensar en la
ciencia, en el arte, en la amistad; no podremos ser verdaderamente, humanos y
ellos nos seguirán dominando, obligándonos a obsesionarnos en la búsqueda del
mendrugo de pan... Nuestra mayor muestra de espiritualidad es un eructo.
TOP SECRET
|Top
Secret!. ¡Información confidencial!. En toda actividad económica se manejan
grandes cantidades de información reservada, de datos que solo deben conocer
unos pocos.
Se
ocultan los estados financieros de las empresas, se ocultan los ingresos de los
altos ejecutivos, se ocultan los planes desarrollo, se oculta la fórmula de una
medicina que podría salvar vidas, se oculta el descubrimiento científico que
mejoraría la vida de todos, se ocultan las fallas en los sistemas militares de
defensa que estuvieron a punto de provocar una guerra atómica, se ocultan los
errores que descontrolaron un pozo petrolero o una planta nuclear, se ocultan
los daños ecológicos que afectarán a nuestros hijos.
El desconocimiento de todo
esto nos impide
tomar medidas correctivas y los errores persisten, se hacen eternos. No
podemos replanear ni fijar objetivos. Mantenemos las rutinas idiotas e
improductivas. Las potencias industrializadas esconden los libros de texto de
universidades, esconden los
informes y reportes
de sus laboratorios de
investigación científica... Niegan el acceso del tercer Mundo a la tecnología
moderna. Pero niegan al mismo tiempo la aportación que podría hacer esta gran
parte de la humanidad al progreso colectivo. ¡Porca miseria!.
Todos
ocultamos algo: el número de vueltas que hay que dar a un tornillo para que la
máquina trabaje bien, la factura que falta para hacer el corte del mes, la
lista de clientes potenciales que pide otro vendedor, la localización de
ciertas partes en el almacén...
Todos
ocultamos. La posesión de un secreto, de algo que solo nosotros sabemos, nos
hace importantes. Sin esa pequeña pieza que escondemos, la producción
fallará... ¡Nuestra chamba está asegurada! podemos dejar que los demás se
desesperen, que dilapiden tiempo y energía inútilmente tratando de solucionar
el problema, mientras nosotros taimadamente los contemplamos con una sonrisa
sarcástica en los labios. En el momento oportuno apareceremos teatralmente y
con aire de suficiencia resolveremos el asunto. ¡Todos quedarán maravillados de
nuestra habilidad!... y exigiremos un aumento de sueldo. Nuestra capacidad de
sabotaje nos permite chantajear... ¡perdón!... negociar mejores condiciones
laborales. El daño que hagamos a la producción, la contaminación y la escasez
que provoquemos, deben ser premiados. Mientras más secretos tengamos, mientras
más obscuras sean nuestras funciones, mientras menos se sepa lo que hacemos,
seremos más imprescindibles. A mayor ocultamiento mayor importancia.
Con
demasiada frecuencia lo que ocultamos es nuestra incapacidad, nuestra ignorancia.
Ocultamos también lo que no existe. ¿Cuántas veces disfrazamos con la máscara
de la confidencialidad el hecho de no dar una información que en realidad no
poseemos?.¿Cuántas veces la confidencialidad es el parapeto que nos protege de
tener que reconocer que no hemos cumplido nuestras funciones?. ¿Cuántas de las
arcas marcadas con el sello del Secreto Máximo están totalmente vacías?.
¿Y
cuantas veces, también ocultamos tras un torrente de palabras rebuscadas,
absurdas, incoherentes, nuestra ignorancia total o nuestra incapacidad
absoluta?. ¡Que lo digan nuestros políticos!.
¿Cuantas
veces nos escondemos tras el pretexto de un supuesto profesionalismo, de una
hipotética dificultad para pasar nuestros tecnicismos al lenguaje vulgar de la
gente ignorante y no preparada para penetrar en los herméticos arcanos de
nuestra superior sapiencia?.
Negar
la información, encubrir la ineptitud, ocultar lo importante, son herramientas
comunes de las que nos valemos para proteger nuestro salario. Pero para usarlas
necesitamos dar la apariencia de que colaboramos, que nos esforzamos por hacer
producir a la empresa donde trabajamos. Debemos montar un circo para convencer
a quienes nos rodean de lo importantes que somos. Y en eso consumiremos nuestra
jornada; no nos quedará tiempo para producir. Pasaremos corriendo entre la
gente, frunciremos el ceño, subiremos a galope las escaleras, nos agitaremos,
palmotearemos, gritaremos, mostraremos rabia o enojo, consumiremos calmantes,
entraremos en profundos trances de sesuda meditación, todo mientras hacemos...
¿que?.
El
secreto, el misterio, el aislamiento, la falta de coordinación, la
incomunicación, nos protegen. Solo tenemos que adornarlos suficientemente.
Debemos movernos mucho, llamar la atención, para que nadie perciba que en
realidad estamos inmóviles; que no hacemos nada. Pero también podemos quedarnos
quietos, rígidos. Si permanecemos así durante bastante tiempo acabaremos por
causar interés. Debemos estar ahí, siempre en el mismo lugar, antes de que
lleguen los demás y seguir así cuando todos se hayan ido. El misterio de
nuestra inmovilidad atraerá a los curiosos: "Debe estar haciendo algo muy
importante; Cuanta dedicación al trabajo", pensarán quienes nos observen y
una vez logrado éste efecto podremos dormitar tranquilamente mientras los demás
se agitan en sus respectivas pantomimas. Ni que decir que en el primer caso no
hacemos mas que imitar a los EPEP gelatina, siempre en movimiento; mientras que
en el segundo habremos aprendido nuestra lección de un EPEP roca, inconmovible
con el tiempo.
EPEP VIGÍA
Es
importante conservar nuestros secretos. Mientras más tengamos mas subiremos en
el escalafón. Y por eso, también, es importante descubrir los secretos de
otros.
Nunca
falta ese tipo de EPEP que encontramos en la oficina o el taller hurgando entre
la basura. No lo hace solo por afinidad con el material que manipula. También
busca entre la chatarra, entre los papeles sucios, algo que hayamos tirado y
que le sirva de indicio para conocer nuestros secretos. Busca apoderarse de
ellos para delatarnos, para suplantarnos, para desacreditarnos y demostrar que
sus secretos son más y de mayor importancia. Lo podríamos considerar como un
espía, pero sería darle mucho valor: es un pinche fisgón.
No
teniendo nada que hacer, está permanentemente alerta al acecho de que dejemos
la gaveta abierta, el documento olvidado, para meter su sucia nariz y correr a
informar de lo mal que desempeñamos nuestras funciones y lo bien que las haría
él. Al restarnos importancia se hace más imprescindible, asegura su trabajo,
ayuda a otros EPEP en su labor de vigilancia. Por eso goza siendo ruin. Se nos
acerca zalameramente y con su plática fingidamente amable se entera de nuestras
inquietudes, nuestros anhelos, nuestras fallas y limitaciones, nuestra forma de
pensar. Posiblemente nos induzca a violar los reglamentos, a quebrar el orden
establecido, para así poder exhibirse ante sus amos como todo un modelo de
servilismo y de .traición. Todo esto se
paga; los EPEP dan jugosas recompensas (treinta monedas de plata) utilizando
para ello la cuenta del nieto del señor X.
El
trabajo de soplón es muy socorrido. Hay demasiadas plazas en cualquier empresa.
Por supuesto que los chivatos no producen nada; por el contrario, su labor
entorpece la obtención de resultados; pero esto es doblemente deseable para los
EPEP: aumentan la vigilancia y la escasez. El soplón tiene que justificar su
puesto y por lo tanto debe reportar conjuras, desordenes, indisciplinas, etc.
Si éstos no existen tendrá que inventarlos provocando a otros para que caigan
en su juego, o tendrá que calumniar a alguna víctima inocente, o al menos ajena
a los delitos que se le imputan. Sembrador permanente de conflictos, enredos y
rumores, el soplón propaga la desconfianza, el desaliento, la confusión, y con
ello reduce la productividad.
Todas
las empresas cuentan con demasiados fisgones incrustados en todos los niveles.
La función de muchos jefes intermedios es exclusivamente ésta; otros la ejercen
parcialmente, y lo mismo ocurre con buena cantidad de los empleados de bajo
nivel. Su labor se complementa con los cuerpos creados especialmente para la
vigilancia: policías, tomadores de tiempo, supervisores, etc.
Todas
las empresas cuentan también con una especie de Gestapo privada encargada de
vigilar a todos, incluso a los vigilantes: la Contraloría.
La
obtención de cualquier bien o servicio se ve obstaculizada por la pesada carga
de todo éste personal improductivo e inútil, pero que suele cobrar bastante
bien.
¿Como
queremos obtener resultados si nadie trabaja y todos vigilan?.
El
exceso de vigilantes, que distraen recursos fundamentales, demuestra la
desconfianza hacia el ser humano y la falta de interés por la producción que
caracterizan a los EPEP. El desprecio que sienten los EPEP hacia nosotros se
hace notable en la revisión de paquetes, maletines, bolsas y cajuelas de autos
a que nos vemos sometidos al entrar o salir de un establecimiento industrial.
Se nos trata como ladrones, atentando contra nuestra dignidad.
Todos
somos delincuentes mientras no demostremos lo contrario.
No
podríamos abandonar el tema de la vigilancia sin mencionar al tipo de empresa
que más recurre a ella: los gobiernos.
El
gobierno de cualquier país de cualquier tendencia, es una empresa. Está
constituido y estructurado como una industria o un comercio. Y por supuesto,
sus cargos principales son ejercidos por EPEP. Cuenta con un director general,
un tesorero, un gerente administrativo (el ministro del Interior o de
Gobernación), etc. También se supone que se dedica a la actividad económica,
aunque, como en las demás empresas, no se vean los resultados por ninguna
parte. Pero sin duda debe producir algo; al menos produce descontento.
Los
subordinados de estas empresas, o sea los ciudadanos, tienen una característica
muy peculiar: en lugar de cobrar, pagan por trabajar. El ministro de Hacienda
los exprime meticulosamente con el pretexto de producir obras benéficas para
todos.
¡Claro!.
No podemos negar que algunas de éstas obras si se ven: un urinario público, una
carretera que no va a ninguna parte, cierto número de faroles que algún día
alumbrarán, un servicio eléctrico de corriente alterna (a veces hay, a veces
no)... son la justificación de la sangría que se hace a nuestros ingresos.
Pero
el grueso de nuestros impuestos se emplea en vigilancia: policía secreta,
policía disimulada, policía uniformada, policía topless, policía antimotines,
policía anti tránsito, policía bancaria, policía agraria, policía judicial,
policía perjudicial, policía federal, policía política, policía militar,
ejército, marina, fuerza aérea, cuerpos de espionaje, contraespionaje y
recontra espionaje, servicios de inteligencia (poca... poca... ), James Bonds,
Mata Haris, Supermán, Batman, halcones, soplones, fisgones, y simples
chismosos...
El
gobierno, constituido como una super empresa, debe vigilar a las demás
organizaciones. A lo largo y ancho de cualquier nación circulan infinidad de
inspectores sanitarios, inspectores fiscales, inspectores industriales,
inspectores laborales... obstaculizando la producción y vigilando el
cumplimiento de leyes y reglamentos absurdos y entorpecedores. ¡Señor
Inspector!. ¡Que manera más elegante de nombrar a un fisgón!.
El
ciudadano de cualquier nación derrocha cantidades enormes de dinero en que lo
vigilen.
¿Porque?.
¿Que clase de delincuente es el ciudadano?. ¿Y porque debe pagar la
desconfianza que provoca en sus gobernantes?. que la paguen ellos si se sienten
intranquilos!.
LOS REGLAMENTOS
La
pirámide escalafornaria sirve fundamentalmente para vigilar. ¿Pero que vigila?.
Vigila que haya una gran incomunicación, vigila que no exista trabajo
coordinado sino una serie de funciones aisladas y fragmentadas, vigila que
prevalezca la escasez para que tengamos miedo, vigila que nuestro terror sea
tan grande como para aceptar de por vida un trabajo monótono, inimaginativo,
del que desconocemos sus objetivos , sus resultados y la forma en que se
coordina con el de otros, vigila que nuestro pánico nos lleve a ocultar lo que
hacemos y a desarrollar toda clase de juegos y malabares destinados a engañar a
quienes nos observan y a quienes dependen de él , haciéndoles creer que
desempeñamos labores muy importantes, vigila que acabemos por considerar
correcta ésta actitud y que caigamos en la esquizofrenia convencidos de la
realidad de nuestras fantasías y que neguemos lo evidente, vigila que cundan la
desconfianza y el egoísmo, vigila que nos autodevaluemos, que nos despreciemos
y que despreciemos a todo el genero humano, vigila que aceptemos que se nos
vigile a todas horas, vigila que carezcamos de iniciativa, de inventiva, y que
obedezcamos ciegamente.
Por
todo esto se idearon los reglamentos. Para saber lo que deben vigilar, los EPEP
necesitan un manual que les proporcione una relación de las funciones que debe
desarrollar cada quien. Si la finalidad de la actividad económica fuera
producir bienes y servicios, bastaría un poco de análisis y sentido común para
determinar las labores que se requerirían en cada momento; pero como no es así,
nadie sabe lo que se espera de él y por lo tanto, para evitar confusiones, se
catalogan la acciones de tal forma que podamos averiguar que operaciones
debemos ejecutar y cuales nos están vedadas. Los reglamentos nos permiten saber
que fantasías, que irrealidades, que insensateces, debemos desarrollar en
presencia de los EPEP para mantenerlos contentos.
Los
reglamentos nos evitan la penosa necesidad de pensar. Nos dicen cual es nuestra
función: apretar tornillos, teclear en una máquina, sonreír estúpidamente,
abrir y cerrar puertas, barrer... ¡Pero no todo junto!. ¡Una sola cosa!. Si
nuestra función es lavar vasos no debemos ni siquiera pensar en escribir
poesías; ¡el ser humano es demasiado torpe para ocupar su mente en varias
labores simultáneamente!. Lo que, leído entre líneas, significa que debemos
mantener paralizado nuestro cerebro, que no debemos intentar siquiera cambiar
nuestra actividad y mucho menos tratar de modificar el orden establecido, la
rutina eternizada... debemos pasar toda la vida apretando los mismos tornillos,
tecleando las mismas máquinas, lavando los mismos vasos... El progreso es
nocivo.
Nuestra
tranquilidad y nuestro bienestar dependen, ante todo, de que nos aferremos con
la más estólida rigidez prusiana a los reglamentos, como aquel soldado
kaiseriano que cada vez que salía del sanitario reportaba a la superioridad:
¡Micción cumplida!.
Conociendo
los reglamentos sabemos cual debe ser nuestra conducta y, consecuentemente,
podemos diseñar la farsa necesaria para que crean que estamos produciendo; ésta
debe ajustarse perfectamente a lo reglamentario. Para ello contaremos siempre y
en todo momento con la asesoría de los EPEP que nos rodean. Siempre están cerca
y nunca falta alguno que nos muestre con su ejemplo la forma correcta de actuar.
COCKTAIL EPEP: Analítico, Extreñido,
Preparatorio, Meticuloso y madrugador
Los
EPEP analíticos abundan en los cuadros administrativos. Son aquellos que, sea
cual sea el tema que les planteemos, declararán invariablemente que es muy
interesante, muy importante y que hay que analizarlo detenidamente. Lo último,
lo de detenidamente, es muy cierto; el asunto permanecerá detenido durante años
y años mientras el EPEP lo estudia, lo analiza, lo evalúa, tan concienzudamente
que cuando llega a alguna conclusión nadie recuerda por que y para que se hizo
el estudio; ni siquiera él.
Sin
embargo, no hay muchas posibilidades de que esto suceda.
Generalmente
el EPEP analítico almacena el importantísimo e interesantísimo asunto y lo
olvida. Si algunos años después preguntamos por él, el EPEP nos reconfirmará la
importancia e interés del tema y declarará que está en estudio... pero no podrá
darnos ni la menor luz de lo que ha adelantado en tanto tiempo.
Esta
no es más que una variedad, una subespecie, de los EPEP colesterol ya
mencionados.
Existen
también los EPEP estreñidos; los que nunca obran. Los EPEP preparatorios y los
meticulosos que son de ésta especie.
Los
primeros invierten la mayor parte del día en preparar lo que van a hacer; de
ahí su nombre. Sacan papeles de los cajones, afilan lápices, asientan buriles,
van al almacén a pedir alguna parte y al volver descubren que no es la que
necesitan, etc. Cuando por fin tienen todo lo necesario, es demasiado tarde y
empiezan a guardar el material para iniciar el trabajo al día siguiente.
Los
segundos son unos perfeccionistas: repiten diez mil veces el mismo escrito,
aprietan cinco mil veces la misma tuerca, repasan a lápiz las letras borrosas
de un escrito a máquina, dibujan doscientas veces el mismo cuadrito, explican
de cuatrocientas formas el mismo hecho simple y evidente... Pero antes de ello
se documentan bien: consultan en el diccionario el significado de todas las
palabras, piden datos e informes a todo el mundo, oyen atentamente nuestra
explicación y cuando la hemos terminado nos piden volver al principio o
expresan exactamente lo contrario de lo que dijimos... cuando parece que, por
fin, hemos conseguido introducir algo dentro de sus obtusos cerebros, se van,
con la sonrisa en los labios y los ojos radiantes, a pedir la misma explicación
a otra persona.
También
son estreñidos los EPEP madrugadores, que se levantan tempranísimo y se
acuestan tarde porque así pueden huevonear más tiempo.
EPEP STEAPPLE-CHASE
Una
variedad muy abundante es la de los EPEP steaple-chase que, entre otras cosas,
son los encargados de pedirnos toda clase de documentos, papeles, notas,
recibos, facturas, actas, etc. cuando iniciamos algún trámite burocrático.
Su
especialidad consiste en poner toda clase de obstáculos. Si les pedimos que
desarrollen cualquier actividad encontrarán instantáneamente cincuenta mil
dificultades, cien mil motivos por los que no se puede realizar lo solicitado.
Son
también los que colocan bultos en las áreas transitadas, los que dejan
coladeras abiertas, los que se estacionan en doble fila, etc.
EL COMPAÑERO EPEP SINDICAL
Los
EPEP steaple-chase tienen especial afinidad por los cargos sindícales. No es
difícil encontrarlos al frente de centrales obreras y organizaciones similares.
Allí se desempeñan de maravilla: su actividad es francamente nefasta,
definitivamente siniestra... Se les distingue fácilmente porque todo el mundo
se dirige a ellos llamándolos "compañeros", trato con el que ellos
responden también a todos aquellos a los que van a perjudicar inmediatamente
después.
Cuando
todavía no alcanzan un lugar relevante en su lucha en pro del proletariado,
deambulan por fábricas, talleres, comercios, etc. con las manos en los
bolsillos y aire de dejadez recomendando a sus "compañeros" que hagan
lo menos posible. Organizan tertulias, preparan rifas, venden toda clase de
chácharas, y con mucha frecuencia son los encargados de hacer préstamos
usureros a sus "compañeros".
Si
se les pide realizar alguna labor nos demostrarán sobradamente que les faltan
herramientas, que no hay refacciones adecuadas, que los sistemas de producción
no son los apropiados... y finalmente nos revelarán que, de todas formas, no es
posible hacerlo porque va contra el reglamento interno de trabajo, no son sus
funciones, altera las condiciones laborales, afecta el trabajo de otros, hay
que modificar el contrato.
Es
realmente notable su aversión hacia las máquinas nuevas o los sistemas de
trabajo que reduzcan el esfuerzo y eleven la producción.
El
compañero EPEP sindical pasará años dejando que otros hagan el trabajo por él,
en espera de la ansiada oportunidad que le permita convertirse en
"representante de sus representados" y le dé ocasión de mostrar sus
dotes de progresista y anti burgués.
Durante
mucho tiempo los EPEP se opusieron al sindicalismo; pero cuando éste fue un
hecho inevitable, maniobraron hábilmente, se infiltraron y lograron
desvirtuarlo completamente.
A
lo largo del siglo XIX los obreros lucharon por conseguir condiciones de
trabajo que al menos parecieran humanas y por tener el derecho a asociarse en
uniones que los representaran y canalizaran sus aspiraciones a una vida mejor.
La
búsqueda de un salario justo que les permitiera alimentarse, vestirse, dar
educación a sus hijos; la obtención de un local limpio y seguro para trabajar,
el derecho al descanso, la salud y el recreo, su propia elevación cultural para
hacerse mejores, eran las metas que, en el lenguaje obrero, se llaman
"reivindicativas". Pero al lado de éstas existían otras de tipo
político, que planteaban la lucha de clases y la transformación de la sociedad.
Los EPEP consiguieron paralizar ambas.
Después
de casi un siglo de lucha constante, de esfuerzos y amarguras, de
persecuciones, encarcelamientos, despidos, asesinatos, desapariciones y
masacres, los que participaron en éste proceso lograron finalmente algunas de
las demandas reivindicativas que se habían planteado. Los primeros años del
siglo XX vieron como, en un país tras otro, se reconocían estos derechos. Las
aspiraciones a un mejor nivel de vida dejaban de ser subversivas y quienes se
asociaban para intentar hacerlas realidad dejaban de ser delincuentes. Se abría
la posibilidad de sentarse a discutir cuerdamente, sin intolerancias, la
búsqueda de un arreglo que favoreciera tanto a empresarios como a obreros. En
aquella fase inicial se establecieron salarios mínimos y jornadas máximas, la
higiene y la seguridad hicieron su aparición en la industria, se invento la
seguridad social y la atención médica barata o gratuita para los asalariados,
las escuelas y universidades se abrieron a todo el mundo... Pero allí estaban
los EPEP dispuestos a tomar en sus manos el movimiento obrero y regresar todo
al buen camino. Desde los años cuarenta controlaron las demandas
reivindicativas a su manera; es decir, desde entonces no se ha avanzado un solo
paso.
La
primera medida que tomaron fue la de substituir las aspiraciones a una mejor
educación para el obrero y su familia, por el establecimiento de cursos de “capacitación
industrial”, exclusivamente para el empleado, destinados teóricamente a
adiestrarlo en su trabajo, pero de ninguna manera a mejorarlo culturalmente, a
quitarle las telarañas fabricadas por la ignorancia y el fanatismo; cursos que
ni siquiera lo ayudan a mejorar su nivel dentro de la empresa, sino que lo
perfeccionaron en la rutina que ya hace. La educación científica,
universitaria, socialmente útil para el obrero y sus familiares quedo excluida
de la lucha sindical.
Pero
esto fue solo el primer paso. La seguridad de un salario estable, permanente y
suficientemente alto como para permitir que el obrero se convirtiera en un
consumidor constante, planteó la posibilidad de que las industrias dejaran de
producir para una pequeña élite y lo hicieran para grandes masas; lo que
significaba abundancia para todos: costos bajos, rendimientos altos y ganancias
para los empresarios junto con la satisfacción de las necesidades de las
mayorías. Esta situación que condujo, después de la Segunda Guerra Mundial, a
una de las épocas más felices y de mayor prosperidad, fue modificándose
progresivamente gracias a la labor de los EPEP sindicales que dejaron reducir
gradualmente el poder adquisitivo de sus "representados" hasta
obligarlos a volver a la miseria habitual, contrayendo simultáneamente el
mercado y obligando a los industriales a disminuir un día si y otro también sus
volúmenes de producción, hasta llevarnos a la crisis mundial que padecemos
actualmente, donde no hay trabajo por que no se requiere porque no hay quién
venda puesto que nadie tiene para comprar porque se les paga una miseria. ¡Ah.
Pero eso si!; ¡con despliegues de pancartas,
con prosopopéyicas
declaraciones sobre los
derecho obreros, con
rasgaduras de vestiduras para
probar un ferviente fervor proletario...1.
La
jornada de ocho horas que se logró en los primeros tiempos se mantiene, en el
papel, igual que entonces. Fue un buen principio, pero debió servir para
ajustes posteriores; para analizar como se desarrolla cada oficio, cada
actividad, y fijar jornadas según el esfuerzo, el desgaste físico y mental,
según los efectos sobre la salud... y también de acuerdo al rendimiento.
Si
consideramos el esfuerzo realizado, es obvio que un minero consume muchas mas
energías que, por ejemplo el empleado de una tienda de ropa. Ocho horas de
jornada pueden representar un cansancio aceptable para el último, pero serán
agotadoras para el primero.
El
efecto nocivo producido por polvos, substancias tóxicas, gases irritantes,
etc., no se toman en cuenta para nada al determinar la jornada. A quienes están
expuestos a estas condiciones se les da un litro de leche... ¡Y ya!. ¡Asunto
arreglado!.
Posiblemente
las únicas excepciones a lo anterior sean las de quienes trabajan con
materiales radioactivos y la de algún personal muy especializado de aviación,
como pilotos y controladores de tránsito aéreo. El peligro de una sobredosis de
radiación es tan evidente, que se limita el tiempo de exposición para los que
manipulan éstas substancias. En el caso de la aviación, por Intereses militares
(para evitar que una misión falle por cansancio de los tripulantes) se hicieron
muchos estudios para conocer el comportamiento a grandes alturas, en
condiciones de tensión, etc., lo que permitió después al personal civil normar
criterios y establecer condiciones de trabajo adecuadas sin exponerse ellos y
sin exponer a pasajeros y equipo.
Fuera
de estos casos, el resto de los trabajadores disponen de ocho magníficas
horas diarias para
adquirir formidables tuberculosis,
sorderas, silicosis, asmas, cegueras, hepatitis... o la enfermedad que más les
agrade.
Para
ello cuentan con el apoyo decidido de los médicos industriales, muy del agrado
de los EPEP, dispuestos a recetarnos un poderoso vasoconstrictor que convierta
nuestro simple constipado en una sinusitis dé la chingada; recetarnos un
brebaje que transforme nuestro chorrillo en peritonitis; o tomar medicinas
semejantes, según el mal que nos aqueje, pues lo importante no es curarnos,
sino lograr que no dejemos de trabajar, que nos sintamos con fuerzas suficientes
para seguir con nuestras labores, sin importar que nuestra presencia en un
local cerrado y mal ventilado solo sirva para propagar los virus que
transportamos y para contagiar a cuantos nos rodean. ¡Los especialistas en
salud toman siempre muy en cuenta la acumulación excesiva de gente en los
talleres u oficinas y orientan a arquitectos y constructores para que sus
diseños aseguren la transmisión de epidemias! Pero no se piense mal de ellos;
lo harán con el único fin de estudiar como se desarrollan éstas y podernos
recetar adecuadamente. (Mas adelante veremos la colaboración del EPEP arquitecto).
El
rendimiento, la cantidad de producto obtenido, tampoco se toman en cuenta para
determinar la jornada. Por nuestras características y habilidades, así como por
la experiencia productiva que hayamos acumulado, todos trabajamos a distintas
velocidades; para hacer una misma tarea alguien se tomará siete u ocho horas
mientras que otro solo tardará cuatro. El principio de justicia mas elemental
especifica que a trabajos iguales deben corresponder salarios iguales. Si
medimos los resultados en vez del tiempo de encarcelamiento, tendremos que
reconocer que el trabajador más rápido cumplió con su cuota en solo cuatro
horas y, por lo tanto, terminó su jornada del día; debe tener todo el derecho
del mundo para disponer del resto de su tiempo. La posibilidad de gozar de
algunas horas de descanso seria un acicate para que todos trabajáramos rápida y
eficientemente. Pero ¡Cuidado!, ¡Se escapan!.
Los
EPEP no pueden permitir éste libertinaje; hay que permanecer encerrados hasta
que suene la sirena liberadora.
De
ésta manera, el trabajador rápido se siente estafado con sobrada razón, puesto
que en las ocho horas produce el doble y su trabajo, medido en resultados, es
pagado a la mitad. Para corregir ésta injusticia se obligará a si mismo a
trabajar lento, a buscar formas de perder el tiempo, a hacerse tonto. Se
envenenará, puesto que no puede engañar a su conciencia, y terminará siendo
cínico y vago. Su actitud será la del loco del cuento (iLoco pero no tonto!)
que deambulaba con una carretilla puesta boca abajo "para que no me la
llenen de piedras".
Pero
ésta actitud será notada por el trabajador lento que, sin considerar su propia
torpeza, lo verá holgazanear mientras él se afana y, tras criticarlo, decidirá
tomarse los derechos que se atribuyó el otro; o sea el derecho a perder el
tiempo, a simular que está trabajando, a leer el periódico en el retrete, a
hojear la revista pornográfica escondida en el cajón, a platicar con el
almacenista, etc.
De
ésta forma, a su lentitud natural agregará una lentitud adquirida, una torpeza
adicional que obligará al rápido a reforzar, a perfeccionar, sus tácticas
dilatorias.
El
resultado es, siempre una competencia cerrada de ineficiencia y de
improductividad... Que, por supuesto, paga el nieto del señor X. "¿Que te
preocupa?", dirá el EPEP sindical al trabajador rápido que protesta por la
ineficiencia de su colega o a éste cuando reclame la inactividad del
primero. "¿Acaso tú le pagas?.
¿Es tuyo el dinero?. Haz lo mismo que él. No te esfuerces. Al fin que el patrón
no se da cuenta". Pero resulta que el dinero si es suyo; es un dinero que
se tira, que se desperdicia estúpidamente sin producir los satisfactores que
todos necesitamos, que podría emplearse para generar una riqueza que permitiera
elevar los salarios de ambos; es un dinero que se hubiera podido utilizar en
otra parte para producir lo que ellos necesitan; es un dinero quemado
inútilmente... y son dos vidas malgastadas en el rencor, en la crítica
irracional, en la amargura y la improductividad...
George
Frederick Taylor, a quien se debe esa herejía que es el trabajo en cadena, fue,
a pesar de esto, un brillante administrador que introdujo interesantes
innovaciones en la producción. Entre otras, redujo las jornadas de trabajo
demostrando que un obrero descansado podía producir más en menos tiempo que
otro agotado. También inventó el primer sistema de salarios con bonificación,
consistente en pagar un sueldo fijo de garantía, que asegurara la supervivencia
del empleado, más una cantidad proporcional al excedente que, sobre un límite
preestablecido, produzca cada trabajador; a mayor producción mayores ingresos.
Esta
es una forma sencilla de corregir el problema ocasionado por la diferencia de
velocidades. Midiendo la producción, el obrero lento tendrá una prueba palpable
de porque sus ingresos son menores y se esforzará por mejorar su trabajo; el
rápido recibirá una justa recompensa a su calidad productiva, se sentirá
satisfecho en vez de estafado. La bonificación puede retribuirse en tiempo,
permitiéndole salir más temprano.
El
sistema es muy común entre altos ejecutivos; que reciben un ingreso fijo más un
porcentaje de las ventas. Sin embargo, lo que para ellos les parece magnífico,
lo consideran improcedente al tratarse de sus empleados: éstos deben rendir al
máximo y, en todo momento, "ya veremos después si les damos algo extra
como premio a su virtud". El planteamiento es perfectamente imbécil. El
ejecutivo que piensa así asume el papel de esos padres antiguos, auténticos
señores de horca y cuchillo, que exigen a sus hijos el cumplimiento estricto de lo que ellos deciden que
es bueno y que se sienten magnánimos y caritativos al dar diez miserables
centavos al hijo obediente. Pero los empleados no son nenes sino personas
maduras que venden sus servicios para poder vivir; el trabajo que desempeñan
tiene un valor que debe ser pagado. La bonificación por la cantidad que
producen no es un regalo, no es el premio a un niño bueno, sino un acto de
estricta justicia.
Tampoco
es válida la actitud cicatera de quien pretende substituir éste pago por un par
de palmaditas en el lomo, aduciendo que hay otras formas de incentivo más
efectivas que la retribución monetaria. De acuerdo; el trato amable, la
sonrisa, el reconocimiento a los valores
de una persona son muy importantes y, precisamente porque no cuestan nada,
deben ser parte de la vida diaria, de la convivencia continua dentro de una
empresa y no se deben considerar como algo excepcional, como un premio otorgado
solo a unos pocos. De acuerdo también que la mejor forma de incentivar a
alguien es haciéndolo participe de los problemas de la empresa, permitiéndole
intervenir en la toma de soluciones, en el establecimiento de objetivos, en el
interés por los resultados... pero ¿permitirán esto los EPEP?.
Si
los ejecutivos se oponen absurdamente al salario con bonificación, los EPEP
sindicales no se quedan a la zaga. ¿El pretexto?: que esto lleva a la
sobreexplotación y a la vigilancia del obrero.
Sobreexplotación
y vigilancia. ¿Quien está más explotado; el que mientras más trabaja recibe más
ingresos que le permiten satisfacer mejor sus necesidades o el que vive
permanentemente en la mayor de las escaseces, sometido a la desnutrición, la
incultura y el fanatismo?.
Por
lo demás resulta curioso que los EPEP sorpresivamente se opongan a la
vigilancia cuando toda su estructura piramidal se dedica a ello, cuando los
mismos sindicatos han sido organizados piramidalmente para evitar que "la
base" pueda opinar, para que los líderes controlen a sus súbditos y
vigilen que no traten de actuar libremente. ¿Como puede oponerse a la
vigilancia un EPEP sindical cuando es el primero en atisbar permanentemente a
sus “representados” para verificar que
hagan precisamente lo que él quiere que hagan sin importar para nada los
intereses de éstos?
El
motivo real de tal decisión es que la vigilancia se ejerce sobre la producción
y sus resultados, no solo sobre el que trabaja. El conocimiento de las
cantidades y precios de los productos abriría
muchos ojos. Los empleados podrían saber el valor de su trabajo y tasarlo
adecuadamente; sabrían cuanto se fabrica y cuanto más hace falta para evitar la
escasez; se interesarían en cubrir las necesidades de todo el planeta e
intervendrían en la planeación; y esto afectaría al EPEP sindical cuya función
es hacernos creer que su misión es muy importante, que actúa también como padre
magnánimo de cuya benevolencia depende nuestra supervivencia, ya qua no nuestro
bienestar.
Por
eso nos engaña diciendo que el salario con bonificación implica establecer
métodos de control que proporcionarían datos sobre nuestra productividad a los
patrones; mismos que serian usados en nuestra contra. Esto demuestra que las
industrias trabajan sin métodos que midan la productividad y que cuando estos
existen son deficientes y están saboteados para que "no los empleen en
nuestra contra".
Pero
¿A que debe temer el obrero productivo; el trabajador que trabaja?. Obviamente
a nada; el reconocimiento de su labor la proporcionará un mejor nivel de vida;
nada tiene que temer.
Al
que definitivamente no le conviene es al torpe, al improductivo, al taimado, al
holgazán... que se sepan sus mañas lo pone en peligro.
A
éste es al que protege el EPEP sindical; defendiéndolo justifica su liderazgo,
su razón de ser. Ya que no quiere obtener mayores salarios, jornadas
racionales, condiciones más higiénicas y seguras, ya que no aspira a la
superación intelectual y humana de sus representados, ya que no le importan los
daños ecológicos ni la escasez universal de satisfactores a la que contribuye
protegiendo a toda clase de zánganos improductivos, ni la miseria, injusticia y
fanatismo que afectan a la mayor parte de la humanidad, tiene qua recurrir a la
defensa de parásitos para demostrarnos que sirve para algo...¡Y el trabajador
que trabaja, que se joda!; debe escoger entre hacer la parte de trabajo que les
toca a otros o entrar a los simulacros de actividad... pero siempre soportando
condiciones miserables de vida, siempre en la escasez.
Y
si, a pesar de todo, se empeña en progresar, lo acusarán da anti sindicalista,
de pro patronal... pues el progreso es nocivo, como nos lo demuestran a diario
los miles o millones de EPEP resignativos, hermanos carnales de los sindicales,
que, esparcidos por todo el planeta, tratan de convencernos de las bondades de
la penuria: "Yo conocí la pobreza y allá entre los pobres jamás lloré.
Primero entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico al Cielo. En la
otra vida tendrás tu recompensa. Pobre, pero honrado". (Nada más eso faltaba:
ser granuja y no salir de pobre). Cine, radio, televisión, literatura, opera… por
todos los medios de difusión recibimos información de las ventajas de la
miseria, alabanzas al hambre: ¡Es una dicha
morir tuberculosos!, ¡Es sublime arrastrar nuestra
dignidad!. ¡Consérvese esbelto… no coma!. La ignorancia y el fanatismo son lo
máximo. ‘Queremos Rock!.¡Viva la muerte!.
Incluso
para los que no son muy crédulos hay propaganda apropiada para que acepten la
pobreza o para que sigan los procedimientos "adecuados" para salir de
ella. ¿Cuantas versiones distintas se han, hecho de esa película que presenta a
una abnegada madre que se mata trabajando,
sacrifica su dignidad, soporta toda clase de infortunios para que su hijita
estudie en una escuela para "gente bien", para que no se junte con
"nacos", con "pelados", y así logra la gran recompensa de
que en el "happy end" la niña dé braguetazo?.
Muchos
de los recursos que se extraen a la producción de satisfactores de verdaderas
necesidades, que se niegan a la difusión de la cultura, a la creación de una
ética sana, son canalizados a la elaboración de churros lacrimógenos, de
teleseries que exaltan la chabacanería o la matonería paranoica, para que
aceptemos la escasez y sintamos que somos los protagonistas de los bodrios
citados, o en todo caso, para acatar las normas establecidas y tratar de
emplearlas obedientemente para salir de nuestra precaria situación siguiendo e1 mismo camino que la niña, prostituida por su propia madre, del filme que acabamos de relatar.
Cambiar
este panorama es relativamente fácil, pero requiere hacer
modificaciones importantes en nuestras aspiraciones, en nuestra conducta, en
los métodos de trabajo, en la forma de interpretar la vida y en la
clasificación de los valores que consideramos éticos.
Estos
cambios no son necesariamente políticos; aunque así lo consideraron los
sindicalistas del siglo XIX y por eso propusieron metas de ésta índole: la
transformación de la sociedad por la lucha de clases. Dentro de este contexto
crearon un lenguaje muy peculiar que correspondía a la realidad de su
ideología, a los fines que perseguían. Este lenguaje fue heredado por los EPEP
sindicales, pero en ellos perdió todo su significado, se hizo hueco y
demagógico, pues nada más lejos de sus intenciones que el modificar en un
ápice, no ya la sociedad entera sino la más mínima e insignificante piramidita
construida por ellos. Nada más lejos de sus intenciones que el acabar con la
miseria, la injusticia y la ignorancia que les permite gozar del poder y medrar
con las cuotas sindicales, que son un magnifico negocio.
Sin
una realidad que lo respalde, convertido en mito y repetido constantemente sin
ton ni son, éste lenguaje ha terminado por ser una burla que ofende, ante todo,
a quienes supuestamente va dirigido. Y si se sigue empleando es por el efecto
dañino, demoledor, que causa: restregar a todas horas en la cara del empleado
la división de clases sin darle ninguna esperanza de cambio es recordarle
permanentemente su calidad de ciudadano de segunda, de subalterno, de
subordinado eterno sometido de por vida a los "villanos" (también
eternos), los "explotadores", los "voraces burgueses". Es
fomentar en cada momento el disgusto, el resentimiento, producidos por el hecho
de saberse explotados, desposeídos, sin derechos... y provocar el desaliento,
la desazón de reconocer que su situación no tiene remedio, que siempre será
así.
Si
realmente queremos la transformación de la sociedad, lancémonos a la calle y
acabemos de una vez por todas con la desigualdad. Si no creemos en esto,
dejémonos de falsas palabrerías y busquemos alguna alternativa que convenga a
todos.
Lo
que es inadmisible es que contaminemos el planeta, que malgastemos nuestro
tiempo, que desperdiciemos nuestros recursos y los de nuestros hijos, para
vivir precariamente... y amargados.
El
bombardeo con demagogias dañinas que no se pretenden cumplir, no elimina la
lucha de clases, pero si la reduce a su nivel más bajo, más pedestre; movidos
por el rencor, por el desaliento, por el odio, los proletarios se limitan a
actos aislados de sabotaje y a oponer una resistencia pasiva al trabajo; a
producir lo menos posible, con lo cual son los primeros perjudicados.
El
lenguaje revolucionario solo se oye bien en la boca de un revolucionario. De
otra manera se convierte en blasfemia.
No
se piense por ello que el EPEP sindical es un aliado del patrón que vende a sus
compañeros. El EPEP sindical va mucho más allá de fines siniestros tan
elementales. Su función es atacar con la mayor saña posible cualquier actividad
productiva y por consiguiente arremete contra el patrón con la misma furia que
emplea contra los empleados.
El
EPEP sindical se opone a la modernización de máquinas, de métodos de trabajo,
de sistemas eficientes; se opone a todo lo que pueda representar el más mínimo
riesgo de que una empresa se vuelva productiva. Y en su empeño no dudará,
incluso, en recurrir a la huelga.
EPEP ARQUITECTO
El
diseño de centros laborales es una de las actividades más placentera para los
EPEP. Poder construir grandes barracones de ladrillos grises o rojos, que con
el tiempo y el humo se volverán negros; con incómodas, frías y sucias escaleras
de hierro negro; con lúgubres pasillos largos, estrechos y húmedos; con grandes
galeras de altos muros lisos, donde las ventanas se colocan en la parte
superior para permitir el paso de una luz mortecina filtrada por el hollín y el
polvo acumulados durante años de falta de limpieza y para impedir que los
prisioneros vean el exterior, muros en los que los ecos del ruido de las máquinas
se amplifican, se multiplican y reverberan, es una verdadera delicia para los
EPEP. Poder acumular en estos galerones infinidad de máquinas y toda clase de
desperdicios industriales, o rellenarlos de mesas, escritorios, tableros,
archiveros, hasta hacerlos intransitables, lleva a los EPEP al orgasmo.
Mientras más peligro, más suciedad, más insalubridad hayan en un centro de
trabajo, más contentos estarán los EPEP.
Una
vez construido el engendro bastará llenarlo de gente. Apiñar al máximo a toda
clase de individuos despersonalizados, nulificados, para que traten de trabajar
en las condiciones más incomodas posibles.
Aunque
el trabajo requiera una buena dosis de concentración y meticulosidad, lo
debemos hacer entre el estruendo de máquinas que no usamos para nada, entre las
voces de quienes nos rodean, expuestos a accidentes innecesariamente.
Condiciones que se podrían evitar si los locales se hicieran pensando en el
trabajo que se va a efectuar en ellos y no con la única idea de que debemos ser
vigilados estrecha y constantemente.
Pero
la labor de los EPEP no termina con la construcción del adefesio. Por el
contrario; apenas se inicia. Tiene que ocuparse incansablemente de cubrir de
polvo el mobiliario, de colocar espectaculares torres de papeles amarillentos y
sucios sobre los estantes, de amontonar chatarra en todas las esquinas, de
dejar por todas partes máquinas inservibles, de pintar letreros y símbolos
fálicos en las paredes, de conservar charcos de aceite en los pisos, de
destruir todo lo que conserve cierta apariencia respetable. Deben propagar al
máximo la antiestética y el ecocidio. Solo logrando un ambiente perfectamente depresivo se encuentran a gusto.
EPEP KOTEX
Pero
sigamos analizando a los EPEP. Sin pretender hacer un catálogo completo, pues
sus variedades son muchísimas. Veremos solo algunos casos más.
Si
el steaple-chase se caracteriza por no haber bitoque que le entre, a su opuesto
no hay huevo que no le embone.
Nos
referimos, por supuesto, al EPEP kotex: ¡TODO LO ABSORBE!.
No
hay actividad, trabajo o misión en la que no participe; interviene en todo;
acumula toda clase de trabajos, documentos, peticiones... y luego no sabe que
hacer con ellos. Es el encargado de todas las pérdidas y extravíos, de casi
todos los olvidos y omisiones; de todo lo que no llega a su destino; pero no
puede resistir la tentación de ayudar a todos... de ayudar a que salgan mal las
cosas.
Se
apodera del trabajo que debían hacer otros, a los que solo avisa cuando se
presenta una crisis, en cuyo caso les cede toda la culpa.
Se
compromete a hacer, estudiar, ejecutar... pero ni hace, ni estudia, ni ejecuta,
pues la necesidad de estar siempre a la vista del superior, de interferir en
todo, de demostrar su hiperactividad y su amplio sentido de colaboración le
absorbe todo el tiempo y, por ende, no puede atender ningún asunto. No hay
junta, asamblea o reunión en que no participe.
EPEP TODÓLOGO
Entre
los EPEP kotex los más perfectos son los todólogos, aptos para todo,
capacitados para cualquier cosa... a todo le entran... y todo lo echan a
perder.
No
hay que confundirlos con los milusos; gente de escasos recursos y poca
preparación que para subsistir trabajan lo mismo de albañiles que de
carpinteros, de electricistas que de vendedores de lotería. NO. El milusos es
alguien que por necesidad hace cualquier clase de chapuzas; pero los todólogos
no son así; cuentan con una solida posición económica y, por lo tanto, no hacen
cualquier chapuzita de nada, ¡Sus chapuzas son en grande!. No es lo mismo
quemar una plancha que echar a perder toda la cosecha de un año entero; no es
lo mismo levantar un muro torcido que llevar a la quiebra a una industria; no
es lo mismo descarburar un motor que darle en la madre a la economía entera de
una nación.
Los
todólogos son destructores de alto nivel. Ocupan importantes cargos en la
industria y el comercio o son ungidos con la púrpura cardenalicia en los
gobiernos de las naciones. Alcanzan su posición por elección popular o por sus
nexos con otros todólogos encumbrados anteriormente. Su capacidad es tanta que
pueden constituir un gabinete distinto cada cinco minutos, como en Italia, o
pasar de cowboys de película a Emperadores del planeta. Donde quiera que se les
ponga actuarán de maravilla. Los amplios conocimientos de farmacología
permitirán a uno dirigir una compañía generadora de electricidad; otro
urbanizará ciudades basado en su sapiencia sobre oncología; uno mas controlará
las finanzas de un país o de una empresa pues para ello estudio corte y
confección; el arquitecto dirigirá hospitales con la misma destreza con que el
fabricante de garnachas conduce una orquesta sinfónica, con que el lechero
organiza las perforaciones de una industria minera o con que el astrólogo
controla una escuela de ciencias exactas... (Si ya me lo decían mis papas:
"Estudia hijito, estudia... Para que apliques tus conocimientos") .
Además,
son sumamente versátiles e inquietos; hoy estarán al frente de una planta
química, mañana dirigirán una academia de filosofía, pasado planearán un
programa agrícola y al día siguiente se ocuparán de la adquisición de barcos de
guerra... Esta movilidad evita el riesgo de que puedan llegar a concebir la más
remota y ligera idea de lo que traen entre manos; cosa que, aunque
excesivamente improbable, podría suceder si permanecieran demasiado tiempo en
un solo sitio.
Tienen,
además, una gran vanidad, por lo que se ven impelidos a poner su toque de
distinción en todo lo que emprenden. Nada de lo hecho por sus antecesores sirve
y, consecuentemente, hay que desecharlo, tirarlo a la basura (no importa cuanto
se haya gastado en ello), para hacer algo totalmente nuevo, absolutamente
diferente, que refleje las características personales del todólogo en turno.
Pero,
además, como sucede con todas las desgracias, nunca llegan solos. Los todólogos
operan en equipo. Cuando un todólogo penetra en una empresa trae tras de sí a
toda una cauda de todólogos menores y auxiliares que desplazan a los que ocupaban
antes los puestos de la pirámide jerárquica; muchas veces todólogos de un
equipo anterior caídos en desgracia, pero muchas otras, gentes que hacían algo
positivo, que conservaban algo de lucidez e intentaban mantener la producción.
Llegan
en alud, revuelven todo, modifican reglamentos, políticas y técnicas de
trabajo, cambian el panorama completo del negocio, lo hacen aún más
desorganizado e improductivo... y se alejan en tropel hacia otra actividad
donde sean requeridos sus servicios, mientras la estructura organizativa
sacudida por ellos tiembla, cuando no alcanza a derrumbarse completamente.
Las
estampidas de todólogos tienen una ventaja evidente: arrancan de cuajo
cualquier brote de raciocinio u ordenación lógica que haya podido surgir en una
empresa o gobierno. Como sucedía con el caballo de Atila, donde pisa un
todólogo no vuelve a crecer la hierba.
TODÓLOGOS ERUPTIVOS
Hay
una variedad moderada de los EPEP todólogos, a la que podemos llamar eruptiva.
A diferencia de los todólogos crónicos, los de ésta variedad se ven afectados
solo ocasionalmente por el mal. Entonces emprenden alguna actividad que les es
totalmente desconocida; pero terminan por estabilizarse y permanecen en ella.
Como justificación a su audacia esgrimen siempre un lema que consideran clave:
"Al ojo del amo engorda el caballo". Esto lo arregla todo.
Un
ejemplo palpable de engorda de caballos lo tenemos en una bella canción
mexicana de J. A. Jiménez: El corrido del Caballo Blanco, "que un día
domingo feliz arrancaba, iba con la mira de llegar al Norte...".
En
realidad el subconsciente del autor identifica en un solo ser al jinete y su
cabalgadura y atribuye a ésta la decisión de llegar al Norte y demás motivos
del viaje.
"Su
noble jinete le quito la rienda, le quito la silla y se fue a puro
pelo...". La simbiosis es patente en ésta estrofa donde, recordando que al
caballo se le conoce también como Noble Bruto, se equivoca de palabra y llama
noble al jinete.
"Cruzo
como rayo tierras nayaritas...
...
a paso más lento llego hasta Escuinapa
y
por Culiacán ya se andaba quedando...
Cuentan
que en los Mochis ya se iba cayendo,
que
llevaba todo el hocico sangrando...
...
dicen que cojeaba de la pata izquierda...
...
y por Mexicali sintió que moría...
...
subió paso a paso por la Rumorosa...
...
y no quiso echarse hasta ver Ensenada...
Total,
el pobre penco, extenuado por su bruto jinete, muere reventado.
Podemos
concluir que el corrido nos relata el inmisericorde asesinato con
premeditación, alevosía, ventaja y ensañamiento de un infeliz cuaco.
"Al
ojo del amo engorda el caballo". ¿Cuántas industrias no cojean de la pata
izquierda?. ¿Cuántas naciones no llevan todo el hocico sangrando?. ¿Y cuántos
negocios quiebran diariamente gracias a las habilidades hípicas de sus nobles propietarios?.
A
mediados del siglo XIX la actividad económica habla decaído tanto a causa de la
indolencia de los nobles jinetes que, en muchos países, se tuvieron que
promulgar leyes expropiando los bienes de manos muertas para ponerlos a
producir. ¿No seria bueno, en nuestros días,
decretar una ley de Expropiación de los Bienes de Manos Idiotas?. ¿No
convendría quitar sus negocios
a los nobles propietarios y ponerlos en manos de
alguien que sepa lo que está haciendo?.
Si
yo, en éste momento, decidiera abrir un consultorio médico o un bufete de
abogados, si me pusiera a construir un rascacielos calculado por mi, mañana sin
falta estaría en la cárcel por fraude, por el ejercicio sin título de una
profesión y por quién sabe cuantos cargos más; pues yo no soy médico, ni
abogado, ni ingeniero civil.
La
ley exige ciertos requisitos para el ejercicio de muchas profesiones. Es una
forma de garantizar, hasta cierto punto, la calidad de los servicios que
recibirán quienes recurran a los profesionistas. Pero ¿que méritos, que
cualidades, que conocimientos, que habilidades debe tener un propietario, un
director de empresa?. Absolutamente ninguno. Lo único que se requiere es tener
la osadía de considerarse capaz de ello. _Ningún gobierno restringe nuestra
libertad de jugar a los empresarios, de arriesgar los recursos de otros... Es
más: todavía ahora muchos empresarios hacen alarde de su incultura, de su falta
de preparación, y hasta de su analfabetismo: ¡"Todo esto lo levanté
partiendo de la nada y sin saber leer y escribir"!...
En
efecto, muchas veces es innegable el esfuerzo y el sacrificio de éste tipo de
personas que han alcanzado la prosperidad gracias a una muy peculiar
combinación de astucia, tesón y suerte; pero ¿no se les ha ocurrido pensar
donde hubieran llegado con una buena preparación, con unos conocimientos
adecuados?. Por otra parte; sin que esto restrinja sus méritos, ¿hasta que
punto se debe su progreso a la escasez permanente provocada por los EPEP que
permite resanar todos los errores a base de subir precios y especular?. Sin la
miseria obligatoria, en condiciones de abundancia, ¿habrían soportado una
competencia abierta con empresas más eficientes?. La respuesta es ¡No! Y éste
¡No! será cada día más contundente; cada vez se necesitan más conocimientos,
más análisis y manejo de información para competir; las empresas que han
entendido esto son las que marchan a la cabeza e introducen en sus
organizaciones los más recientes adelantos, las máquinas más modernas. . . La
dirección de empresas se hace cada día más científica.
La
treta, la astucia, la corazonada, son cada vez menos válidas. Quien se base
exclusivamente en su "olfato para los negocios" solo percibirá el
aroma del queso que el competidor puso en la ratonera.
Tener
capital no significa en absoluto contar con los conocimientos y la capacidad
para dirigir un negocio. Los estragos que causan las improvisaciones en la
economía mundial son tremendos: familias que se quedan sin ingresos al quebrar
un negocio, usuarios que no obtienen las refacciones y el mantenimiento para la
maquinaría que compraron, accionistas y acreedores que ven desaparecer su
capital (¿El nieto del señor X?),
mercancías caras y malas, etc.
Si
en la economía local esto no resulta tan evidente, a nivel internacional es
demasiado palpable. Los países que se han opuesto al avance tecnológico, los
que no han querido invertir en investigación científica, los que mantienen
concentrada su riqueza en un grupo de hacendados abúlicos, de mercaderes
poquiteros o de industriales improvisados, han visto decaer constantemente sus
economías, se han ido haciendo cada vez más dependientes, más improductivos, y
han llegado a estados lamentables de miseria y barbarie. La brecha tecnológica tiene dos orillas: una que avanza
y otra que permanece estática, aferrada al pasado, adherida a la improvisación,
la irresponsabilidad, la falta de visión y la carencia de sentido de grupo. . .
Es muy fácil culpar de todo al imperialismo.
Pero
si resulta desastroso dejar una industria determinada en manos de un empresario
impreparado, carente de imaginación y conocimientos, sin sentido de
responsabilidad social ni nacional, miedoso y pendiente solo de satisfacer sus
necesidades personales INMEDIATAS y, por lo tanto, sin visión del futuro; poner
la economía de toda una nación en individuos semejantes es definitivamente
funesto...
En
lugar de exigir estudios y hasta una cédula profesional, dejamos la actividad
económica y el gobierno de las naciones en manos de aventureros,
improvisadores, ladrones, ególatras, que no saben lo que están haciendo y cuya
única cualidad es que, a veces (muy raras, por cierto), lo hacen de buena fe.
La
dirección de empresas y gobiernos se debe aprender como la medicina o la
ingeniería. La improvisación en estos campos es más dañina que en el ámbito
profesional. Hay que evitar que en éstas actividades tan importantes se ejerza
sin titulo.
EPEP INVISIBLE Y EPEP ANUBIS
La
actitud omnipresente de los EPEP kotex contrasta con la del EPEP invisible;
aquel que jamás está en su lugar de trabajo o que se encuentra permanentemente
oculto tras la puerta de su despacho. Podemos hacer días y días de antesala y
el EPEP invisible se mantendrá encerrado sin contar con un solo segundo para
atender a simples mortales como nosotros. Su trabajo es demasiado importante,
está excesivamente ocupado como para permitirse perder el tiempo. Estoy seguro que muchos de ellos ni
siquiera tienen una existencia real, son simples invenciones para que nos
aburramos y desistamos de solucionar el problema que nos aqueja. Si se nos
permitiera abrir la misteriosa puerta (después de engrasar sus oxidados goznes)
solo encontraríamos polvo y telarañas; quizá los restos fosilizados de un EPEP
antediluviano muerto en el cumplimiento de su deber.
Para
que estos entes puedan subsistir son imprescindibles los EPEP anubis que, como
el dios-perro de los egipcios, vigilan eternamente la entrada de la cámara
prohibida. Transfigurados en amables secretarias o malencarados porteros, los
Anubis impiden el paso por todas partes; mantienen cerradas todas las puertas;
evitan que su vigilado (muchas veces su prisionero) reciba la menor señal del
mundo exterior; debe permanecer aislado de quienes tengan que tratarle algún
asunto, de sus subordinados y de sus superiores, incluso de sus familiares y
amigos; ¡No está para nadie!.
Los
Anubis son particularmente útiles en la entrada de fábricas o bodegas y, aún
más, en los departamentos de contratación, compras o proyectos. Impiden la
entrada de nuevas ideas de nuevos métodos, de gente que piense, de insumos adecuados,
de materiales modernos... en fin, de cualquier novedad que pueda alterar la
rutina establecida.
EPEP EXPERTO
Los
modelos mas recientes de EPEP Anubis aparecen como psicólogos industriales que
seleccionan "científicamente" a los aspirantes a ser contratados,
garantizando sus cualidades de servilismo, obediencia, falta de inventiva,
apego a los reglamentos, amor por el escalafón, etc., para que encajen
perfectamente en la pirámide jerárquica y no pretendan alterarla. Incluso
consideran como locos desequilibrados a los que, estando dentro, pretenden
alguna innovación y los internan en clínicas psiquiátricas para disidentes. Por
este motivo prestan una gran atención a la experiencia. Jardiel Poncela decía,
con sobrada y justificada razón, que la experiencia no es una secreción de
vejez, sino una emanación del espíritu, por eso hay jóvenes expertísimos y
viejos que mueren inexpertos. Sin embargo, en el ámbito laboral se confunde
sistemáticamente decrepitud con experiencia. Esta se mide solamente en años; no
se toman en cuenta otros parámetros. Basta dar una ojeada a los requerimientos
de personal de cualquier empresa o a los anuncios clasificados de los
periódicos para comprobar lo anterior: EDAD MÁXIMA 25 AÑOS, EXPERIENCIA MÍNIMA
30 AÑOS,- EXPERIENCIA INDISPENSABLE 80 AÑOS; etc. (Los anuncios clasificados
nos permiten saber, por otra parte, que quienes tienen más oportunidades de
trabajo son los bisexuales; casi siempre se solicitan PERSONAS DE AMBOS SEXOS).
El
aparente error de confundir experiencia con años de servicio no es casual. Por el contrario, está perfectamente
maquinado y es una de las artimañas más finamente diseñadas por los EPEP para
sabotear nuestras actividades productivas. Ya hemos dicho que la mayoría de las
labores implican un trabajo repetitivo, monótono, enajenante, embrutecedor,
donde la creatividad, la innovación
y la iniciativa se consideran como actitudes peligrosas o subversivas. La
"experiencia" pedida por los EPEP consiste, por lo tanto, en un
proceso de desgaste en el que el trabajador se acostumbra a prescindir de su
individualidad, de su personalidad, de su actividad mental, hasta convertirse
en un robot capacitado solo para repetir mecánicamente unos cuantos patrones de
conducta y operación. Aplastado constantemente por la monotonía, acaba por reaccionar
violentamente en contra de todo lo que lo saque de su rutina; se acostumbra a
un universo rígido, repetitivo y limitado en el que la "experiencia"
consiste en saber cual es el siguiente estímulo que pondrá en actividad sus
reflejos condicionados y en seguir ciegamente a estos. De este modo, el
trabajador "experimentado" es aquel que repite fielmente las rutinas
establecidas y que se niega a cualquier cambio, por insignificante que sea.
Se
sabe que el mayor aprendizaje de un ser humano es en los cinco primeros años de
su vida; después la capacidad va disminuyendo gradualmente. Algo semejante
podemos decir de nuestra vida laboral; en los primeros años aprendemos la
mayoría de los hábitos, costumbres, métodos, formas de comunicación, actitudes
de ataque y defensa, tipos de colaboración, posturas de sumisión o prepotencia,
etc. que nos servirán para ambientarnos y desarrollar las funciones que nos
encomienden. Una vez adquiridas éstas en los primeros trabajos que
desempeñamos, serán casi inamovibles y muy difíciles de modificar.
Por
éste motivo, al contratar gente joven, se pone especial interés en que carezca
de experiencia previa, pues eso permite modelarla de acuerdo a las
características que se consideran del todo
ideales para la empresa. En otras palabras, los primeros contratantes tendrán
la primacía para crearles reflejos condicionados, para deformar su personalidad
y su percepción del mundo, para ajustarlos a las características de docilidad,
sumisión e irracionalidad adecuadas a la empresa de que se trate en particular
y lograr con ello que teman a un cambio de trabajo, ya que en otros sitios
encontrarán situaciones y condiciones diferentes que les causarán sorpresa o
terror. Serán los primeros en habituar a los empleados a sus esquemas y rutinas
sin encontrar la dificultad de tener que modificarles las costumbres adquiridas
con anterioridad. Con el paso del tiempo, las acciones repetitivas y monótonas
tendrán un efecto de retroalimentación, grabando cada vez con más profundidad
los hábitos iniciales.
Se
estimula al trabajador que permanezca en su puesto, en la misma actividad, para
acumular experiencia que le servirá para ascender (cuando su jefe inmediato
muera de viejo) a una mejor posición jerárquica en la que existirá la misma
monotonía que ya conoce perfectamente. Y en ésta posición seguirá acumulando
"experiencia". Se le estimula a permanecer eternamente en lo mismo,
lo que sabe y que le garantiza la permanencia y estabilidad en su empleo, y con
la esperanza de alcanzar una jubilación que le permita terminar de enmohecerse
tranquilamente al final de su vida. (¿La jubilación debe ser a la misma edad y
después de los mismos años de servicio para un minero que para un oficinista,
independientemente del esfuerzo, las condiciones de salubridad, etc., compañeros
EPEP sindicales?).
Lo
mismo que el carácter queda fijado por las experiencias de los primeros años de
vida, el "carácter laboral de una persona" queda determinado por sus
primeros años de trabajo. La "experiencia", considerada como
envejecimiento en la rutina no es mas que una fijación de los primeros años y,
por lo tanto, del mantenimiento de la mente del individuo en la época en que se
formó. Mientras la humanidad avanza (pese a los EPEP) tecnológica, científica y
culturalmente, el trabajador "experimentado" sigue aferrado a sus
esquemas originales y, por ende, se va rezagando, ligado a estadios primitivos
de desarrollo, ajeno a cualquier innovación administrativa o tecnológica, y si
tiene la mala suerte de enfrentarse a condiciones distintas de su rutina, si se
topa sorpresivamente con lo que en sus tiempos era un futuro fantástico y que
ahora es un presente real, reaccionará con violencia, negará su existencia y se
refugiará en su pasado; se aferrará tenazmente a la tradición; tratará de
destruir aquello que le incomoda porque le hace pensar, porque lo convierte en
un ser vivo... Mientras más "experiencia" acumule, más retrogrado se
hará; mayor será su odio hacia situaciones que lo amenazan, que le quitan la
estabilidad, que le hacen ver su obsolescencia...
Este
tradicionalismo trasciende mas allá del mero empleo. La rutina afecta a toda la
vida de quién la padece haciéndolo víctima de las "buenas costumbres"
heredadas de sus mayores, del "así ha sido siempre y así siempre
será", de la añoranza por un pasado que "siempre fue mejor". Su
oposición al cambio no se da únicamente en el trabajo, sino en todo. El
"experto" repudia cualquier alteración de lo establecido, aun
aquellas novedades cuyos beneficios son claros y evidentes.
Para
evitar éste estancamiento, ésta fijación en el pasado, sería necesario
actualizar periódicamente al trabajador; evitarle el "shock del
futuro", manteniéndolo en contacto permanente (o casi) con las innovaciones, no solo tecnológicas y afines a su trabajo,
sino con todo lo que representa una novedad, un progreso en cualquier aspecto
de la vida. Actualizarlo sobre todo en su mentalidad, haciéndole ver los
mecanismos psicológicos y sociológicos que norman su propia conducta y la de
aquellos con quienes convive, ayudándole a mejorar sus relaciones con otros
seres y a corregir sus errores de comportamiento, mostrándole como los avances
en cualquier área repercuten en una vida más llena de goces materiales y
espirituales, enseñándole a ser tolerante y perceptivo para que pueda analizar
y seleccionar lo más conveniente; impulsándolo, en resumen, a formarse una
personalidad definida e integral, a aceptar los cambios y amoldarse a ellos
utilizándolos en su propio
beneficio.
Pero
esto es lo que, a toda costa, tratan de impedir los EPEP. La actualización, la
educación de los trabajadores daría al traste con el sistema piramidal que con
tanto empeño sostienen. La humanidad se libraría de ellos e iniciaría una marcha acelerada hacia el progreso y la libertad.
Por
eso los EPEP se niegan sistemáticamente a la instrucción de la gente. Odian la
educación. La experiencia, alegan, se obtiene en el trabajo diario; no hay por
que desperdiciar tiempo y recursos capacitando al personal, ¡y menos aún educándolo!; la misión de
éste es producir (?) y si existe la posibilidad de separar a alguien
temporalmente de su trabajo, eso significa que no es necesario y, entonces, es
mejor prescindir totalmente de él. Ante ésta amenaza el trabajador desistirá de
cualquier intento por adquirir nuevos conocimientos y se aferrará a la segura
rutina diaria. El chantaje es el arma favorita de los EPEP .
El
trabajador experimentado ha pasado tanto tiempo repitiendo tareas tontas y
aburridas que, aunque no lo reconozca, le causan asco. Consciente o
inconscientemente se revela ante la aridez, la esterilidad de la rutina diaria
y poco a poco va desarrollando mecanismos de defensa que le permitan escaparse
del triturante tedio que lo aplasta.
Progresivamente
aprende del EPEP experto que le enseña a eludir las tareas encomendadas, a
recorrer el camino más largo entre dos puntos, a huir al baño para disfrutar de
un momento de libertad, a encontrar la excusa precisa en el momento oportuno
para negarse a hacer un trabajo, a transformar en gripas las resacas de los
lunes, a entender al revés las ordenes e instrucciones, a hacer movimientos
semejantes a los que efectúa cuando realmente trabaja mientras su actividad en
ese momento es otra, a dormitar sentado o de pie, a inculpar a otros, a
esquivar cualquier responsabilidad, a tomar para si las mayores ventajas, a no
reconocer los méritos ajenos...
En
lo único que aumenta la experiencia es en la cantidad y calidad de las mañas
adquiridas con el tiempo. La mezcla de obsolescencia y tedio es el alimento de
que se nutre nuestro interés por aprender trampas. La experiencia buscada por
los EPEP es una siniestra combinación de caducidad, hastío y marrullería.
Al
fomentar la "experiencia" los EPEP no hacen mas que plagar las
empresas con tramposos, inútiles y retrógrados, de cerebros envejecidos, que
pondrán todo su empeño en mantener formas de trabajo anticuadas y rutinarias,
en evitar la racionalidad, la vocación, el gusto por hacer las cosas bien.
Experto significa, en pocas palabras, viejo obsoleto y marrullero.
Aunque
en ambos casos se trate de pliegues, no son lo mismo las circunvoluciones que
las arrugas.
NI TODOS LOS QUE SON…
A
lo largo de éste ensayo hemos presentado a los EPEP y hemos visto someramente
sus modos de operación. Un estudio más detallado de su actividad requiere más
espacio del que, por razones de presupuesto podríamos dedicar a ésta obra. El
campo de acción de los EPEP es tan amplio que resulta imposible citarlos a
todos. Un catálogo amplio de estos entes seria demasiado extenso y requeriría
el arduo trabajo de generaciones enteras de estudiosos, por lo que, habiendo
dado ésta orientación preliminar, dejamos al lector la tarea de buscar entre
quienes lo rodean para que forme su propia colección. No obstante, creemos que
lo expuesto hasta aquí es mas que suficiente para entender como somos constante
e inmisericordemente esquilmados y como los EPEP mantienen la hambruna que
azota desde siempre a la humanidad.
Solo
nos resta terminar con el dicho popular: Ni son todos los que están, ni están
todos los que son…
No hay comentarios:
Publicar un comentario