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LITERATURA - "EPEP" (Conjura Mundial), EL DIFICIL ARTE DE COMPLICAR LAS COSAS.










PRÓLOGO
Esta obra se escribió en 1988 y nunca ha sido editada.
 Cansado de gastar tiempo y dinero haciendo copias (no entiendo el motivo de la alergia a los CD’s y correos electrónicos, pero agradezco que no exijan que  los escribamos con pluma de ganso y en papiro) para diversas editoriales que, generalmente, ni siquiera leían el libro pero que me citaban entre dos y seis meses después para hacerme perder el tiempo y decirme que no les interesaba, decidí debutar como “editautor” y publicarla por mi cuenta. La falta de recursos económicos me obligó a hacer un resumen de la obra y publicarla por partes, reviviendo la idea de las “novelas por entregas” empleada en el siglo XIX. Solo edité la primera parte, pues la experiencia me demostró que los distribuidores  y dueños de librerías se dividen en dos grupos: los que solo aceptan “best sellers” (muchas veces “bestial sellers”) de venta rápida y dinero fácil y los que esconden las obras nuevas en lo mas recóndito de las librerías (casi siempre en la bodega) para evitar que algún posible lector se entere de la existencia del libro.
Todo esto me llevó a la conclusión de que lo mejor es publicar E-Books gratuitamente en Internet; al menos habrá algunas personas que se interesen  y, quizá, compartan mis opiniones. De todas formas, considerando que los autores solo reciben el 6%  del precio del libro, nunca pensé en hacerme rico como escritor (aunque no me caerían mal unos cuantos pesos).
Publico aquí la edición resumida, mientras actualizo la obra completa que prometo editar próximamente.






INTRODUCCIÓN

Al nacer su nieto, el señor X, en un arranque de cariño y previsión, corrió al banco y adquirió cierta cantidad de valores cuyos intereses, metódicamente reinvertidos, garantizaran en alguna medida la futura seguridad económica del bebé.
Durante el camino de regreso, el señor X, con esa plácida alegría de los abuelos, soñaba con el regalo que algún día, años más tarde, disfrutarla su nieto: un viaje dé placer, el pago de unos estudios, un automóvil... La inversión valía la pena a pesar del esfuerzo que representó disponer del dinero, pues el señor X, es un ciudadano común y corriente perteneciente a la clase media, quizá tirando a baja, como hay muchos por el mundo; obligado a vivir al día y, en el mejor de los casos, con la posibilidad de ahorrar paciente y tesoneramente pequeñas cantidades que en un momento se desvanecen para convertirse en un televisor, una semana de vacaciones, ó algún otro gustito efímero. Aquel día el señor X fue completamente feliz.
Desde entonces el nieto del señor X ha sido sistemáticamente esquilmado.
Esto no significa que el banco no haya comprado acciones de una siderúrgica o una cervecería a nombre del recién nacido, ni que la empresa correspondiente haya dejado de pagar religiosamente los dividendos. No. A lo largo del tiempo los intereses acumulados se reinvirtieron y el capital creció. Pero el nieto del señor X ha sido sistemáticamente esquilmado.
Ha sido esquilmado porque su capital hubiera podido crecer mucho más, porque los intereses hubieran podido ser mucho mayores, porque una buena parte de la riqueza generada con su inversión nunca llegó a sus manos. El nieto del señor X ha sido sistemáticamente esquilmado.
Su caso no tiene nada de extraordinario. Es totalmente similar al de millones de ahorradores en todo el mundo: jubilados, pensionistas, amas de casa, estudiantes, trabajadores de todos los niveles que apartan algo de sus ingresos para asegurar el futuro; todos son sistemáticamente esquilmados.
Una buena parte del capital que mueve a la industria y el comercio está constituida por las aportaciones de estos pequeños inversionistas a los que se engaña retribuyéndoles con migajas de lo que su dinero, bien manejado, les podría dar.
Pero existen también grandes inversionistas. Poseedores de formidables riquezas, capaces de sostener por si solos una ó varias empresas. Estos también son sistemáticamente esquilmados.
Lo mismo sucede con los contribuyentes: el Estado les proporciona servicios muy inferiores a lo que se debía esperar por los impuestos pagados.
Cada vez que compramos un objeto, que pagamos un servicio, el precio está muy por encima de lo que adquirimos ó la calidad está muy por debajo de la que podríamos esperar. Todos somos esquilmados. Por alguna razón misteriosa nuestra riqueza, el fruto de nuestro trabajo, se desvanece, se esfuma. Vivimos angustiados deseando adquirir cosas que nos sirvan, deseando alcanzar la tranquilidad y la comodidad y nos encontramos en condiciones mucho peores que las que debíamos tener. ¿A donde van a parar nuestros ingresos?.
Este hecho, que hasta la fecha ha pasado inadvertido, se debe a una obscura conspiración de la que todos somos víctimas y en la que los conspiradores no solo se apropian de nuestra riqueza, sino que además dominan nuestra voluntad, nos hacen infelices, y lo logran con tanta destreza que ni siquiera notamos su presencia.
Pero ¿Quiénes son ellos?, ¿Dónde se ocultan?, ¿de que medios de valen para despojar a todo el género humano?, ¿Cómo se las ingenian para privarnos de la felicidad sin que siquiera lo sospechemos?, ¿Dónde y como actúan?.
Por al momento solo revelaremos su clave secreta: EPEP. Los EPEP son esos hábiles conspiradores. Se encuentran infiltrados en todas las actividades humanas.
Obran tan sagazmente que durante generaciones y generaciones han controlado nuestras vidas, han determinadlos rumbos de la humanidad, han manipulado nuestra actividad.
Su acción es múltiple y devastadora. La notamos en la escuela, la industria, el comercio, el arte… incluso en nuestra vida familiar.
La principal característica de los EPEP es su adaptabilidad; lo mismo los encontramos en la libertad que en la dictadura, en la bonanza que en la miseria, en las épocas de conservadurismo que en las revoluciones… Los EPEP son ubicuos y polifacéticos.
Intervienen en todas las actividades. Aparecen en todos los países. Surgen en todas las épocas. Y nadie los puede ver.
Su capacidad para ocultarse radica en que están ante nosotros; a la vista de todos. Tratamos diariamente con ellos sin darnos cuenta que todas sus acciones se encaminan al mismo fin: perjudicarnos, hacernos infelices, destruirnos.
La presencia de los EPEP entre nosotros data de hace mucho. Las famosas pirámides de Gizeh son obra de ellos. Los EPEP son grandes constructores de pirámides. No solo las egipcias, sino todas las del planeta se deben a ellos.
En la forma de estos monumentos está oculta la simbología de los métodos que emplean para identificarse entre ellos y para manejar secretamente los destinos de la humanidad. En el lenguaje cifrado de las pirámides están grabadas las consignas de los EPEP: evitar que el hombre se desarrolle plenamente, impedir que florezca su ingenio, su imaginación, su capacidad creativa, su potencialidad para amar; fomentar el resentimiento, la angustia, la frustración, el egoísmo, la mediocridad.
Los EPEP son unos saboteadores. Son los grandes saboteadores de la humanidad.





DESAFIO AL LECTOR

Frederick Dannay y Mamfred B. Lee, creadores de las novelas de misterio de Ellery Queen, introdujeron la costumbre de retar al lector a descubrir al criminal una vez presentados todos los datos necesarios para ello a lo largo de la trama de la novela. En nuestro caso haremos lo mismo. La única diferencia es que ahora el lector cuenta ya con la información suficiente para reconocer a los EPEP, lo único que falta es que le vayamos proporcionando pistas, cosa que haremos en las páginas siguientes, para que identifique entre sus compañeros y amigos a muchos de estos peculiares seres.
Desafiamos al lector a reconocer la gran variedad de EPEP que lo rodean. Suerte y adelante.







CAMINITO DEL TRABAJO

Para comenzar a descubrir la actividad de los EPEP analizaremos la forma en que nos obligan a actuar en nuestro trabajo, pues éste, ya sea industrial, comercial o de cualquier otro tipo, está diseñado por ellos. Siendo fundamental para nuestra supervivencia y siendo, también, la actividad a la que más tiempo dedicamos, al controlarnos y manipularnos en él consiguen dominarnos de una manera casi total. Por eso prestan especial atención a la organización y desarrollo del trabajo productivo.
Supongamos que vemos a un presidiario escapando de la cárcel. Su acción nos parecerá completamente lógica y racional. No la aprobaremos, pues no nos agrada la idea de que un ladrón o un asesino anden sueltos; pero reconoceremos que actúa de acuerdo a sus intereses: se trata de un ser humano al que han privado de la libertad y que lucha y se arriesga por recuperarla.
En su huida suda, se angustia, sufre taquicardias, se desespera, gime, llora, grita, patalea, mientras corre frenéticamente tratando de alcanzar la libertad.
Por el contrario, en todo el Mundo diariamente entre aproximadamente siete y nueve de la mañana, millones de seres sudan, se angustian, sufren taquicardias, se desesperan, gimen, lloran, gritan, patalean, mientras corren frenéticamente... hacia sus cárceles.
Corren frenéticamente para llegar a un sitio donde se les privará de la libertad un mínimo de ocho horas diarias; generalmente más.
Este espectáculo es aterrador; especialmente en las grandes ciudades. Las calles se llenan de vehículos que, mientras se embisten y entorpecen mutuamente, depositan en la atmósfera toneladas de substancias tóxicas que no solo dañan la salud de quienes viajan en ellos sino que destruyen lenta pero eficazmente cualquier forma de vida e incluso la materia inorgánica.
Todos hemos visto alguna vez al menos una fotografía mostrando los métodos que empleaban los nazis para transportar deportados a los campos de concentración: hacinados en grandes vagones, con espacio e higiene insuficientes. Los deportados eran obligados a entrar en ellos. Se les forzaba a culatazos, golpes y empujones. No sufrían de angustia ni consultaban persistentemente el reloj esperando al huacal con ruedas en que iban a ser trasladados ni suspiraban de alivio al verlo aparecer ni, mucho menos, corrían felices a abordarlo. Los deportados actuaban racionalmente; los usuarios de transportes públicos, no. Entran gustosos a la neblina de sudor vaporizado del vehículo de que se trate (metro, autobús, tranvía, tren....) y aspiran con deleite los aromas a sobaco, pies, flatulencias, etc. mientras, con la sonrisa en los labios, aceptan ser pisoteados, empujados, apretujados y zarandeados. (Algunas compañías de "metros" han, llegado al grado de contratar hombres robustos y pesados que empujan al interior de los vagones a los usuarios, comprimiéndolos hasta la asfixia, para optimizar la utilización del espacio). En otras ocasiones cuelgan en racimos, asidos a las puertas y ventanas de un autobús con el riesgo de caer o quedar embarrados en algún poste que se aproxime demasiado.
En todos los casos el transporte público de pasajeros denota una falta absoluta de respeto por el ser humano. Denota un desprecio total por la dignidad, la individualidad, la salud y la comodidad de los personas.
Ello se debe a que el transporte público y, en general, todo el movimiento de vehículos, ha sido diseñado y está controlado por los EPEP y tiene un solo fin bien definido: ablandar a los humanos; llevarlos a un estado tan profundo de angustia, de impotencia, de decaimiento en las primeras horas del día (además los obligan a madrugar inmisericordemente) que los haga llegar totalmente derrotados a sus cárceles, donde soportarán resignadamente todas las vejaciones, todas las injurias, sin tener fuerzas para rebelarse. Serán dóciles y mansos.
Por eso, el tránsito de vehículos jamás será fluido. Cada progreso tecnológico alcanzado es contrarrestado rápidamente por los EPEP: a las mejoras en la construcción de pavimentos responden con la instalación de topes y baches; a los pasos a desnivel se les convierte artificialmente en pasos a nivel obligando a camiones y autobuses a circular por los arroyos laterales; la fabricación de vehículos cada vez más rápidos y estables se contrarresta con señales que restringen la velocidad a un máximo equivalente al que desarrollaban las carretas de bueyes y con todo un cuerpo policiaco destinado especial y exclusivamente a evitar el libre tránsito; las vías rápidas se destruyen colocando semáforos en las salidas para provocar embotellamientos absurdos; la apertura de calles se compensa haciendo vehículos más voluminosos...
Para los EPEP es fundamental evitar el tránsito fluido. Si los empleados tardaran poco tiempo para trasladarse de sus hogares a sus trabajos, llegarían descansados, alegres, con la mente despierta... Y esto es lo que hay que impedir a toda costa. Entorpecen el tránsito para prolongar lo más posible la tortura, la agonía a la que someten a todos los que se ven obligados a transportarse (¡todos a la misma hora!) de un lugar a otro.
Lo importante es llevar la ansiedad, el malestar, hasta límites que hagan estallar los nervios de los seres humanos, para que entren completamente derrotados a sus cárceles, para que acepten sin resistencia lo que allá les espera


LIBERTE, LIBERTE CHERIE

Una vez humillados, vejados, desgastados física y emocionalmente (obligados, en el mejor de los casos, a permanecer tensos y angustiados sobre el asiento de su automóvil durante un tiempo que se hace interminable, quemando sus salarios en el motor recalentado del vehículo), los millones y millones de humanos entran deprimidos, angustiados, derrotados a sus cárceles, a los sitios donde los EPEP los concentran para aniquilarlos y a los que llaman "lugares de trabajo": fábricas, obras en construcción, minas, comercios, oficinas, etc. Allí permanecerán encarcelados durante la mayor parte del día.
Al delincuente normal se le restringe la libertad, pero no en el grado en que se priva al empleado común. El presidiario no puede salir a la calle (lo mismo que el empleado) y está forzado a cumplir ciertas tareas y obligaciones; pero, en general, dispone de su tiempo y de su voluntad dentro de la prisión. El recluso utiliza la mayor parte de su tiempo para hacer lo que quiere: observar aves hasta convertirse en experto ornitólogo (como el famoso Preso Número Nueve inmortalizado en el cine), leer, escribir, aprender y practicar un oficio, fumar mariguana, jugar tenis o ajedrez, consumir tortas y refrescos, etc. Por el contrario, el empleado carece de estos privilegios; todo el tiempo que dure su encarcelamiento estará sometido a la restricción más completa en todos sentidos;  no solamente no hará lo que quiere, sino que además se le obligará a vestir, actuar, hablar y pensar de acuerdo a determinadas normas establecidas. Le estará prohibida cualquier manifestación de personalidad, de volición o iniciativa propias. Le estará prohibido pensar. COMETER ACTOS DE RACIOCINIO ES UNO DE LOS DELITOS MÁS PERSEGUIDOS EN EL AMBIENTE LABORAL.
Solamente los empleados gubernamentales de casi todo el mundo gozan de privilegios semejantes a los de los presidiarios; solamente ellos pueden observar aves hasta convertirse en expertos ornitólogos, leer, escribir, aprender y practicar un oficio, fumar mariguana, jugar tenis o ajedrez, consumir tortas y refrescos en cantidades desorbitantes, etc.
No deja de ser maravilloso que mientras filósofos, humanistas, políticos, sociólogos y hasta teólogos se la pasan hablando de la libertad y los derechos del hombre, de la dignidad y el libre albedrio, la mayor parte del género humano permanece encarcelada casi toda su vida. ¡Y lo hace voluntariamente!.


EL BURRO DE LA ZANAHORIA

La habilidad manipuladora de los EPEP es tan grande que nos tienen convencidos de la necesidad de nuestras prisiones: por eso asistimos voluntariamente a ellas.
Entre otras razones, la más poderosa que esgrimen para que les creamos es que gracias a nuestra permanencia en las cárceles contamos con los bienes y servicios que en ellas se producen, que sin ella no tendríamos ninguna de las comodidades de la vida moderna. Ante tal argumento ¿que podemos objetar?. No nos queda mas remedio que aceptar gustosos el sacrificio de nuestra libertad durante "unas pocas horas" a cambio de las indudables ventajas que obtenemos: hermosas residencias, suculentas comidas, celulares, Ipads, automóviles, cruceros de placer a los lugares más recónditos del planeta, abrigos de pieles, joyas...
¿Joyas?... no joyas! - dirá el lector - ¿Donde están esos viajes, esas pieles y todo lo demás?. La evidencia demuestra que la mayoría de la gente apenas tiene para mal alimentarse, vestir con harapos y dormir apiñada en pocilgas, sin acceso a la higiene, a la salud, a la educación, al recreo... ¿Donde están todas esas comodidades que salen de la industria y el comercio?.
-¡Ah!-, responderán los EPEP - lo que pasa es que los que viven así son vagos irresponsables, carecen de aspiraciones, les gusta vivir en esas condiciones. Pero con un pequeño esfuerzo podrían alcanzar todas las bendiciones prometidas. ¡Lo que tienen que hacer es trabajar más!.
Pero los que viven así son más del 90% de la población mundial, y de la parte restante, la mayoría lleva una vida precaria que apenas le permite cubrir sus necesidades básicas (ropa, casa y comida), algunas primordiales como educación y salud y, ocasionalmente, algún pequeño gusto, pero ¡nada más!. Resulta que solamente una cantidad inferior al 1% del género humano no está formada por "vagos e irresponsables carentes de aspiraciones".
Y resulta también que esa minúscula minoría es la que no tiene que levantarse a las seis o siete de la mañana para, después de tomar como único desayuno un sorbo de café negro, caer en las garras del transporte público o sufrir los embotellamientos para ir al trabajo. Resulta que esa minoría es la que no está obligada a permanecer enclaustrada durante ocho horas, ni continuar su cautiverio dos o tres extras, antes de volver agotada y degradada a su hogar.
Ante esta evidencia ¿no será que estamos al revés?, ¿no será que la manera de obtener automóviles, celulares, Ipads, viajes y joyas no es trabajar más, sino por el contrario, trabajar menos?.
Algo nos hace suponer que. ahí está la solución; sobre todo si consideramos que en el siglo pasado se trabajaban jornadas de doce y hasta dieciocho horas y que, la gente vivía mucho peor que ahora.
Pero sigue en pie la pregunta, ¿donde están las hermosas residencias, las suculentas comidas, los cruceros de placer y los abrigos de pieles que debían salir de las industrias y los comercios?.
Generación tras generación la inmensa mayoría de la humanidad ha permanecido encarcelada, ha trabajado hasta el agotamiento, ha sufrido humillaciones y castigos, esperando ver el resultado de lo que se llama "actividad económica", esperando ver el producto de sus esfuerzos, la retribución a sus fatigas, esperando el milagro de las comodidades y satisfacciones prometidas, esperando en los casos más humildes, poder participar en la rifa de "un pollo de verdad", como ocurre en esa fabulosa película de Zavatinni-De Sica, "Milagro en Milán”.
Pero nada. Del gigantesco ano de la actividad económica solo salen gases venenosos, aguas sucias, bosques convertidos en eriales, bombas, cañones, podredumbre, miseria...
Y la gente, cansada de esperar, vuelve a su rutina, a su escasez, a su desamparo... soñando que la voraz, la insaciable actividad económica, la que se traga campos y bosques enteros, la que engulle montañas y clava sus colmillos en las profundidades de la tierra, la que extermina plantas y animales "no útiles", la que absorbe la energía de todos los humanos, algún día soltará, al menos, un pollo de verdad.
Pero eso nunca sucederá mientras existan los EPEP, mientras sean ellos quienes controlen la actividad económica.
En ocasiones, los humanos, cansados de esperar, han tomado acciones drásticas, han llegado, incluso, a cambiar los sistemas políticos: liberalismo, capitalismo, socialismo, comunismo, keynesianismo... El resultado ha sido igual: la actividad económica sigue sin dar frutos. Los EPEP se han amoldado a todos los sistemas y han seguido saboteando. La única revolución que puede tener éxito es la que se haga contra estos nefandos entes; la que los elimine totalmente. Solo entonces podremos gozar de hermosas residencias, suculentas comidas, celulares, Ipads, automóviles, cruceros de placer a los lugares más recónditos del planeta, abrigos de pieles, joyas... y pollos de verdad


LA CARAMBOLA
A primera vista podríamos suponer que los pobres resultados de la actividad económica se deben al desconocimiento de las leyes que la rigen, pero si observamos con más detenimiento notaremos que no es así; los EPEP conocen perfectamente  las teorías económicas y administrativas y dirigen todos sus esfuerzos a lograr que no se apliquen correctamente. Las utilizan en forma negativa para evitar que e1 trabajo humano rinda frutos, para consumir inútilmente materias primas y energía, para dilapidar los ahorros del señor X e impedir que su nieto reciba demasiados dividendos, para, en pocas palabras, sabotear la actividad económica.
Ya que comenzamos hablando de vehículos, podemos tomar como ejemplo un automóvil para ver como los EPEP atentan contra la utilización de recursos bajando lastimosamente los rendimientos.
Da una manera general podemos definir el rendimiento como la relación entre un resultado obtenido y lo que hubo que aportar para ello; una relación entre lo que sale y lo que entra. Este concepto lo podemos aplicar a casi todo. En un negocio, el rendimiento es la relación entre la ganancia y el capital que la produjo. En física y química se suele medir como relación de energías. Aplicando esto a un automóvil diremos que toma la energía almacenada en el combustible y la transforma en movimiento. El rendimiento es, por tanto, la relación entre la energía del movimiento y la del combustible.
El rendimiento de un automóvil es aproximadamente del 20%, lo que significa que de cada cien litros de gasolina consumidos, solamente veinte se emplean para empujarlo realmente. El resto (cuatro de cada cinco litros) se invierte en mover las partes internas del motor y la transmisión o se disipa como calor en el tubo de escape, el agua de enfriamiento y la masa metálica del motor. Todo esto, sin embargo, es necesario; es consecuencia de las leyes físicas y químicas que se aplicaron al inventar y mejorar paulatinamente el motor y los mecanismos del coche. Si el rendimiento es tan bajo, se debe  a limitaciones impuestas por la naturaleza y al conocimiento incompleto que tenemos de ella. A medida que descubramos nuevas leyes físicas las aplicaremos para crear máquinas más eficientes y, consecuentemente,  más  económicas,  mas  productivas  y  menos contaminantes. (El paso de la física de bulbos a la de estado sólido en la industria electrónica nos da un claro ejemplo de lo que significa el desarrollo científico y tecnológico).
Pese a su bajo rendimiento, el motor de gasolina es de los más eficientes con que contamos en la actualidad; sobre todo si comparamos su peso con la potencia que proporciona, condición necesarísima cuando se trata de mover vehículos por tierra, agua o aire.
La llagada al mundo de este motor tuvo como consecuencia el mejoramiento de muchas industrias y la aparición de otras que no hablan sido posibles hasta entonces.
Pero los EPEP lo controlaron inmediatamente para darle su utilización ineficiente actual; un automóvil moderno es una pesada mole de cerca de dos toneladas en la que casi siempre viaja una sola persona cuyo peso promedio apenas llega a los setenta kilos. Empleando materiales y estructuras ligeras junto con un motor de menor potencia que, en consecuencia será más liviano, no sería difícil construir un vehículo que, con todo y su solitario pasajero, pesara como máximo doscientos kilos. Por una simple regla de tres podemos concluir que el coche actual necesita diez veces mas potencia que un microautomóvil para una sola persona, y esto representa diez veces más gasto de combustible, diez veces más contaminación atmosférica, diez veces más costo, diez veces más rápido el agotamiento de una fuente de energía no renovable como el petróleo... y eso sin considerar el costo y el desperdicio debido a la producción de materias primas, sobre todo acero, a la mano de obra utilizada, los capitales invertidos, etc.
Haciendo una extrapolación excesivamente simplista pero no carente de aproximación, podríamos decir que la industria automotriz y sus subsidiarias necesitan solamente la décima parte de su capital, mano de obra, insumos, etc. para obtener los mismos resultados, medidos en viajero-kilometro. O mejor aún, puede multiplicar por diez el número de personas con automóvil propio, pueden decuplicar el número de viajeros-kilometro, hacer que diez veces más gente viaje sin las incomodidades y las vejaciones proporcionadas por los transportes públicos actuales, sin generar más gastos o más contaminación.
Pero, por supuesto, este planteamiento carece de sentido para un EPEP. Esto equivale a suponer que la industria del automóvil tiene como objetivo proporcionar un medio de transporte económico, rápido, seguro, eficiente y cómodo para los seres humanos: cosa inconcebible para los EPEP. Para ellos, el automóvil es un objeto ineficiente, ruidoso e incómodo cuya única finalidad es demostrar el status social de su dueño; el automóvil no tiene nada que ver con el transporte, aunque de manera secundaria se emplee para ello.
Por tal motivo, si alguien, en un alarde de inteligencia, osara salir a la calle en un coche de doscientos kilos o menos, no tardaría en ser arrollado por un tráiler lanzado "accidentalmente" contra él. El efecto sobre el público seria tan fulminante, que todos correrían a acorazarse dé acuerdo a su categoría social, es decir, de acuerdo a la cantidad de blindaje que pudieran pagar.
Este ejemplo, además de demostrar como los EPEP reducen el rendimiento de las máquinas y, en general, de cualquier actividad (al lector no le costará ningún trabajo encontrar en su experiencia diaria infinidad de casos similares, para lo que le bastará observar el tiempo que se desperdicia haciendo colas, la cantidad de escritos y formas impresas que hay que llenar para la solicitud más sencilla, lo inadecuado y difícil de manejar muchos aparatos y herramientas, etc.), pone de manifiesto algunas otras características del modus operandis de los EPEP.
En primer lugar notamos que lo que buscan en este caso (y, como veremos más adelante, en todos los demás) es el establecimiento de una jerarquía, de un status que se debe mantener a toda costa; el automóvil no es un medio de transporte sino un símbolo jerárquico.
También, y de primera importancia, es necesario recalcar lo que podríamos llamar efecto de carambola. Al jugar billar apuntamos a una bola, dirigimos el tiro contra ella, pero para que, de rebote, le pegue a otra. El tiro no va destinado a la primera sino a la segunda. Los EPEP apuntan al transporte pero lo buscado es el status social. Apuntan al rendimiento pero lo buscado es el gasto inútil de recursos. Apuntan a la actividad económica pero lo buscado es impedir que se generen bienes y servicios que satisfagan las necesidades humanas. Apuntan al comercio y a la industria pero lo buscado es mantener encarcelada a la gente... Si analizamos nuestras actividades, económicas o no, considerando el efecto carambola, descubriremos la intervención de los EPEP en el diseño de casi todas. Encontraremos que pasamos gran parte de la vida apuntando inocentemente en una dirección determinada para acabar chocando en otra totalmente distinta. Los EPEP son grandes carambolistas. Con esto en mente, el nieto del señor X puede empezar a darse una idea de porque sus dividendos son tan escasos.


LA ESCASEZ COMO NORMA

Cualquiera que sea la ley o el principio administrativo que analicemos siempre llegaremos a la evidencia de que se utiliza mal o no se aplica, su empleo correcto haría productiva la actividad económica, generaría abundancia; cosa que no pueden permitir los EPEP pues para ellos es primordial la escasez. Si alguien resuelve permanentemente sus problemas de supervivencia y comodidad no tendrá necesidad de trabajar y por lo tanto ¡se escapará de la cárcel!.
Los EPEP pueden tolerar que algunos humanos, un grupo reducido de privilegiados, huya y viva libremente; hasta resulta ventajoso, pues los prófugos crean un modelo a seguir, una imagen idílica por la que suspiran los demás, que se cuelga como la zanahoria delante del burro y que incita a trabajar con más fuerzas para llegar al edén vislumbrado, a aferrarse con más ahínco a la prisión. Pero la generalización de esto, la fuga en masa de los penales, no es admisible, pues representarla el derrumbe del sistema que durante tanto tiempo han sostenido.
La escasez es básica; es el cimiento sobre el que los EPEP han construido la "realidad" en que nos obligan a vivir. La escasez nos fuerza a acudir diariamente a nuestro trabajo. El no cumplir con esto nos acarrearía aún más privaciones y, en el extremo, la muerte por inanición (al menos esto es lo que nos han hecho creer y como ejercen un control tan efectivo sobre nosotros no les es difícil demostrárnoslo).
La promesa de placeres y riquezas como recompensa al trabajo es cada día menos creíble; la mayoría de la gente no ve ante sí más probabilidad que la de pasarse en "chinga" toda la vida y morir con la misma escasez con que nació. Y esta no es promesa, sino una afirmación contundente. Es la amenaza real y efectiva con que nos despiertan diariamente los EPEP. ¡Porca miseria!


PORCA MISERIA

Todos los idiomas tienen una expresión profusamente empleada para mostrar desagrado, ya sean las escatológicas "¡Shitl!” o "¡Mérde!" de ingleses o franceses, el  "¡Coño!" español o el mexicanísimo "'¡Chingada Madre!". Pero hay una que expresa de maravilla la verdadera causa del malestar, que va al fondo del problema, que desentraña verdaderamente nuestro descontento: ¡Porca Miseria1.
Los italianos la utilizan a cada momento: cuando se les hace tarde, cuando se golpean un dedo, cuando llueve o hace frío... en situaciones que no parecen tener relación alguna con su situación financiera. Y sin embargo, esta interjección es la expresión más cabal, más concisa, más realista del origen de nuestros problemas.
Pasamos la vida ahogados por nimiedades, cosas que no solo no deberían tener importancia sino que ni siquiera deberían ocurrir y que sin embargo absorben la mayor parte de nuestra atención, nos angustian, irritan permanentemente nuestro sistema nervioso, nos hacen agresivos y depresivos simultáneamente... El contacto eléctrico que no hace contacto, el grifo que gotea, la puerta colgada, el cajón que no cierra, la manija que se queda en nuestra mano... ¡Porca miseria!... Los cuadernos de la escuela que no pudimos comprar porque había que pagar el gas, la comida que hubo que racionar para que no nos cortaran la electricidad, los botones que emigraron de la camisa, la tubería que empapó la pared, la ventana que se rompió, la visita que no pudimos hacer, al agujero que se presentó intempestivamente en el calcetín, el pantalón heredado del hermano mayor, la suela que se desprende como si el zapato quisiera gritarnos que ya necesita ser jubilado, la silla desvencijada, el resorte que salta del colchón... ¡Porca Miseria!... Despertarnos en lo mejor del sueño y salir de la cálida comodidad de las sábanas para enfrentarnos cada mañana al partero que nos cuelga de cabeza y nos azota antes de empaparnos con agua fría... jPorca miseria!... La ducha que se niega a proporcionarnos un chorro con la temperatura y presión deseadas, el agua que se acaba cuando estamos enjabonados, el corazón que comienza a dar brincos cuando miramos el reloj, el idiota que nos obstruye el paso, los hoyos estratégicamente distribuidos por el suelo para que nos rompamos una pierna... ¡Porca miseria!...
Y si tenemos un automóvil que hace dos meses bebió ávidamente el litro de aceite que conseguimos darle, debemos considerarnos afortunados (¡Afortunados de que después de cinco años conserve las bujías originales!). Lo mismo que si tenemos un televisor en el que podemos imaginar ciertas figuras entre el conjunto de rayas temblorosas de su pantalla, o un tocadiscos para reproducir chasquidos, o una lavadora que da tumbos frenéticos por toda la casa, o..., o..., .somos afortunados de poseer algunos objetos que la mayoría no tiene y que siguen funcionando a pesar del servicio que han dado durante demasiados años. Somos afortunados de haber encanecido pensando en como pagar tantas deudas. Somos afortunados de tener algunas privaciones menos que el resto... ¡Porca miseria!

LOS EPEP COLESTEROL:
EPEP dique y EPEP normativo

Entramos al supermercado, tomamos un carrito y avanzamos sonrientes dispuestos a hacer nuestras compras. El pasillo por el que caminamos está desierto, todo es tranquilidad... pero de pronto aparece a medio camino, obstruyendo el paso, un carrito atravesado que nos impide continuar... Nadie está cerca de él... No parece que exista ningún motivo para que lo hayan colocado en tan incomoda posición... Lo empujamos a un lado y continuamos... Cinco metros adelante aparece otro carrito, igualmente solitario, igualmente estorboso... Después de hacerlo a un lado seguimos adelante... Otro carrito aparece en las cercanías... Para evitarlo torcemos bruscamente y nos enfilamos a otro pasillo... Operación inútil; delante de nosotros surge otro carrito bloqueándonos...
No se trata de accidentes fortuitos ni de mala suerte nuestra. Los EPEP trabajan afanosamente moviendo carritos a todo lo largo y todo lo ancho de todos los supermercados para complicar la simple adquisición de un bote de leche o una caja de galletas. Su misión consiste en dificultarnos todo y no escatiman esfuerzos para conseguirlo.
A veces conseguimos detectar alguno, disfrazado de inocente ama de casa, que aparenta contemplar con candor la etiqueta de algún frasco, pero que en realidad evalúa los estropicios logrados con su labor.
Se trata, por supuesto, de un tipo especial de EPEP. Reciben el nombre de EPEP diques, variedad particular de los EPEP colesterol, especialistas en obstruir cualquier tipo de flujo.
Trabajan siempre en colaboración con los EPEP normativos, ampliamente capacitados en el diseño de vías por las que no se quepa. Son los que miden cuidadosamente la distancia que debe de haber entre los estantes de los supermercados para que forzosamente nos veamos atorados en presencia de los carritos abandonados o de los EPEP diques que avanzan en sentido contrario, por mitad del pasillo, con caras de viejas rezongonas dispuestas a no ceder el paso a nadie.
Son los mismos que colocan los puestos de los mercados públicos de tal forma que siempre choquemos con alguien y los que prevén oportunamente el espacio en que se instalará un vendedor ambulante (en realidad un EPEP dique) que obstruya totalmente el paso en todos sentidos.
Los EPEP normativos laboran afanosamente en las oficinas de normas y estándares, en los departamentos de diseño y en lugares semejantes para lograr que, por ejemplo, todos los muebles sean ligeramente más grandes que las puertas por las que debemos meterlos, que las escaleras de mano tengan veinte centímetros menos de los necesarios para alcanzar a donde debían llegar, que los focos alumbren lo suficientemente mal para que no lleguemos a distinguir las letras o para que éstas sean lo suficientemente pequeñas como para ser ilegibles aún con la luz más potente, para que las cajas se desfonden en cuanto las levantamos, etc.
Trate al lector, por ejemplo, de conectar un cable suelto en el motor de su coche; verá que se encuentra precisamente en la parte más caliente del mismo y que no pueden agarrarlo más que sufriendo profusas quemaduras en la mano. Intente conectar los cables de una plancha o una lámpara a las terminales de un enchufe y verá que no caben. Pretenda cerrar una caja hermética para guardar comida en el refrigerador, o de abrir una botella "abrefácil", o de deslizar un "zipper", o de meter una prenda en la bolsa que le sirve de envoltura, o. . .
Si encuentra una sólida manija de acero reforzado con un gran brazo de palanca, en la que pueda apoyarse y empujar con fuerza, tenga la seguridad de que la puerta en que está instalada se abrirá con un soplo; pero si encuentra una manija diminuta de un material sin resistencia y semidestruida, puede jurar que la puerta correspondiente no se abrirá ni con dinamita.
El pasillo amplio e iluminado de un edificio es el que no lleva a ninguna parte; por el contrario, el pequeño y obscuro, con desniveles y salientes en el piso, sirve para comunicar todas las áreas.
No hay un solo recipiente para líquidos que no gotee.
Los mingitorios públicos siempre están cerrados.
Para cualquier trámite pase a la siguiente ventanilla.
Si no tiene prisa, fórmese en la caja rápida.
Todo lo anterior es consecuencia de las normas establecidas por los EPEP para complicarnos la existencia. La reglamentación es importantísima para los EPEP, pues gracias a ella consiguen una gran uniformidad en las fallas y los defectos.




MAS EPEP COLESTEROL:
EPEP Maginot, Panzer, Bursatil, Calmoso y otros

Ya dijimos que son los encargados de evitar cualquier clase de flujo y, por lo tanto, su campo de acción favorito es la vía pública. Armados de un camión o un coche pueden hacer milagros: por ejemplo, avanzar apuradamente hasta rozar la defensa del coche de adelante, cuando es evidente que éste no puede caminar, y así bloquear una bocacalle. Si cuenta con la colaboración de un EPEP transversal, que se correrá inmediatamente para cruzarse en el único paso por el que podría haberse resuelto el embotellamiento, podremos gozar de horas enteras de solaz y esparcimiento estacionados en una esquina.
También encontramos esta especie de EPEP disfrazados de agentes de tránsito, manipulando los semáforos y en reñida competencia con sus congéneres para vencer en el entretenido  "juego de los embotellamientos".
Otras veces simulan aparatosos choques o vuelcan la carga completa dé un camión, la que invariablemente contiene varias toneladas de pequeños y filosos vidrios, para atraer a otros EPEP que se apresuran a llegar al lugar de los hechos para circular a vuelta de rueda contemplando "altamente preocupados" el accidente o deteniéndose de improviso en los carriles por los que aún se podía circular.
También los encontramos trabajando tozudamente, a las horas de mayor circulación, en la apertura da zanjas y baches que, una vez abiertos, jamás serán tapados. Estos pertenecen a la variedad conocida como EPEP Maginot, de probada habilidad en la construcción de trincheras, fosos y demás fortificaciones que cortan la circulación. Son famosos por poner "jardineras", topes, rejas y todo lo imaginable en las vías de circulación.
Otras veces los encontramos rellenando las coladeras y desagües para que se conviertan en hermosos surtidores en la primera lluvia.
Lo más frecuente, sin embargo, es verlos circular lenta y pesadamente por un mínimo de dos carriles al mismo tiempo, soltando negrísimas nubes por el escape de su vehículo. Estos son los EPEP panzer; muy abundantes por cierto.
Pero su actividad no se limita al tránsito de vehículos. También los encontramos en los pasillos de los cines y teatros, dando un paso cada treinta mil palabras, impidiendo la salida del resto del público, o en las aceras de las calles y en los andadores de parques y jardines formando inocentes grupos familiares o de revoltosos chiquillos, que se expanden hasta bloquear por completo el camino. Pertenecen a loa EPEP difusos.
Podemos hallarlos igualmente en las cajas de las tiendas pagando un chicle con el billete de mayor denominación posible, o en la de los bancos depositando varios costales de moneditas o haciendo todos los pagos y transacciones comerciales de un regimiento entero. Se trata de los EPEP bursátiles.
Tampoco es difícil encontrarlos en una ventanilla de atención al público pidiendo por diezmillonésima vez la misma explicación o haciéndose un lio espantoso con los papeles que lleva en la mano. Se les conoce como EPEP calmosos.
Son los mismos que salen del baño de un tren o un avión, perfectamente acicalados después de haber permanecido tres horas encerrados mientras las vejigas de los demás pasajeros se inflamaban hasta límites indecibles.

EPEP OPORTUNO
Llegamos a una puerta cargados con muchos bultos. Como nos es imposible abrirla, depositamos todo en el suelo, abrimos y volvemos cargar con todo. En cuanto damos el primer paso hacia la puerta, alguien la cierra... Es el EPEP oportuno.
Es el mismo que espera a que hayamos distribuido sobre una mesa decenas de papeles para abrir la ventana justo cuando terminemos.
Es también el que, cuando nos ve con la esposa o la novia, se acerca a preguntarnos sobre la rubia despampanante que nos acompañaba el otro día.

EPEP PITONISO
Es aquel que ve pasar a su lado a un niño pequeño y viene calmadamente a avisarnos que se va a caer en un pozo.
O el que espera pacientemente a que terminemos un arduo y larguísimo trabajo para anunciarnos, al final, que se nos olvido colocar la primera pieza.
O el que, después de días de desvelo, afirma que lo que hicimos no va a funcionar por alguna razón que el vio desde el primer momento.
Es el que avisa oportunamente de todos los accidentes y todas las desgracias que se podrían haber evitado cinco segundos antes.


EPEP DISTRIBUIDOR
Se trata de aquel que tiene a su cargo distribuir las actividades de cualquier grupo de gente. El que destina una sola persona a atender al grueso del público, mientras otras treinta se ocupan de uno solo. El que amontona a todos los obreros en un pequeño espacio para que se estorben mutuamente, mientras existen miles de metros cuadrados totalmente libres. El que decide realizar inmediatamente una tarea determinada, sabiendo que ésta depende de la buena terminación de otras labores previas, que están todavía por efectuarse, o que escoge la más inútil, la más innecesaria, postergando las urgentes y las importantes.
Es también el que elige el camino más largo y más enredado para hacer algo que, de otra forma, resultaría sencillísimo.
Una variedad de éste es el EPEP rayado, que aparece invariablemente en las ventanillas de informes y que repite una y otra vez, como disco rayado (de ahí su nombre), las mismas instrucciones, vengan o no al caso y sean o no la respuesta a la pregunta que les formulamos: -"¿La oficina del señor Rodríguez?- "Llene por triplicado la forma HFRTC-27 y entréguela junto con su acta de nacimiento en la ventanilla 35" No le sacaremos ni una palabra más... si insistimos demasiado nos repetirá con enojo: - "Llene por triplicado la forma HFRTC-27 y entréguela junto con su acta de nacimiento en la ventanilla.



LA REALIDAD EPEP

Nuestra vida diaria se desarrolla dentro de "la realidad". Siempre  referimos  nuestros  actos  a  esta  "realidad",  nos enfrentamos a "problemas reales", confrontamos todo con "la realidad". Somos "realistas" cien por ciento...
Pero en cuanto hacemos el más ligero análisis de cualquier hecho, descubrimos cosas sorprendentes que contradicen lo que suponíamos como inobjetablemente real.
No vamos a hablar de "verdades" como la inmovilidad de la Tierra y el giro del Sol alrededor suyo, que fueron indiscutibles en el pasado; sino de otras que conforman nuestra "realidad" actual y que son tan poco sostenibles como la anterior. Ya hemos citado lo irreal que resulta pretender obtener hermosas residencias, suculentas comidas, celulares, Ipads, automóviles, cruceros de placer a los lugares más recónditos del planeta, abrigos de pieles, joyas y pollos de verdad como resultado de nuestro trabajo... y sin embargo seguimos trabajando con la esperanza de lograrlo.
Igualmente podríamos pensar en lo irreal que es suponer que las grandes potencias mundiales van a proteger y ayudar en su desarrollo a las naciones débiles, que quienes tienen la oportunidad de ejercer el poder en su propio beneficio no lo van a hacer y otras muchas suposiciones por el estilo.
Y sin embargo, todos los días y a todas horas pensamos y actuamos tomando como hechos irrefutables, como patrones a seguir en nuestras conductas, una colección inenarrable de disparates y contradicciones en los que creemos ciegamente.
Esta insistencia en apegarnos a una "realidad" que tiene tan poco de real es consecuencia de la actividad subversiva de los EPEP que han diseñado una "realidad" a su gusto y nos la han impuesto con tanta habilidad que no dudamos de ella en ningún instante. Nuestra moral, nuestra conducta, nuestras aspiraciones, nuestras creencias, nuestra labor diaria son dictadas por los EPEP y van casi siempre en contra de nuestros propios intereses. Pasamos la vida luchando por metas que nos perjudican y lo hacemos convencidos de que son benéficas... y que es posible alcanzarlas.



ESCALAFÓN Y REGLAMENTOS

Para qua entremos en la "realidad EPEP", para que la creamos y la aceptamos, los EPEP han inventado dos armas fundamentales; el escalafón y los reglamentos.
Dijimos anteriormente que los EPEP son grandes constructores de pirámides. En su mayoría éstas no son de piedra; son las pirámides escalafonarias. En cualquier actividad humana aparece inmediatamente un escalafón: un sistema que especifica la posición jerárquica de cada uno y las relaciones de sumisión y vasallaje que debe cumplir con respecto a los que ocupan lugares más prominentes. La pirámide jerárquica nos encasilla de una manera determinante y definitiva, y marca inexorablemente nuestra actividad, nuestro comportamiento e, incluso, lo que debemos desear, a lo que debemos aspirar y lo que podemos obtener si nos comportamos fieles a lo que se espera de nosotros.
Existen pirámides jerárquicas en todas las empresas, en todos los gobiernos; pero también existen en las relaciones que tenemos con todos nuestros semejantes: las castas, las clases sociales, las razas, etc. son pirámides inventadas por los EPEP para controlar y regular nuestras vidas.
La pirámide jerárquica es el mecanismo por el cual nos introducen a la "realidad EPEP" y por el cual nos obligan a permanecer en ella.
No existe una sola industria, un solo comercio, un solo centro de actividad productiva, que no cuente con un organigrama que indique su constitución jerárquica. Ello se debe a que los EPEP consiguen, de esta forma, controlar su producción para evitar que dé frutos.
En la pirámide convivimos constantemente con los EPEP. Seria un error suponer que se encuentran concentrados en los pisos superiores da la misma. De ser así los habríamos identificado hace mucho. Los EPEP se encuentran en todos los niveles, incluso en los más bajos. Se sitúan en los lugares más estratégicos para controlarnos e intervenir oportunamente si pretendemos romper el orden establecido.
En la pirámide aprendemos a vivir aislados, a obedecer, a ser improductivos...y a mentir.
La mentira se encuentra en la esencia misma de la gran pirámide escalafonaria. Su estructura está diseñada para lograr ésas carambolas fantásticas de que hablábamos antes.
La producción requiere el esfuerzo coordinado de muchas personas. Pero al encasillarnos dentro de pequeñas piramiditas, que, agrupadas formando otra mayor, nos aíslan, evitan la comunicación directa entre quienes deben coordinar sus acciones. Dentro de la pirámide la única comunicación permisible es la del jefe con su subordinado inmediato y la respuesta dócil de éste. La coordinación entre empleados de un mismo nivel está prohibida. Y tampoco se permite saltar escalones; Si alguien pretende decir a los altos mandos como corregir o mejorar algo, ¡es sedición!.
Las órdenes deben venir de arriba y bajar pausada y lentamente los escalones jerárquicos hasta llegar a su destino. No importa que en el trayecto se alteren, se malinterpreten y se desvirtúen; no importa que tarden tanto que lleguen cuando ya no son necesarias; lo fundamental es conservar la disciplina, el principio de autoridad. Si con ello se malogra la producción, ¿que más da?, ¿a quien le importa ésta?.
El mismo camino debe  seguir  cualquier  reclamo,  cualquier sugerencia de los de abajo; pero en sentido inverso; subiendo penosamente para que en cada escalón se eliminen los detalles inconvenientes, para suprimir cualquier cosa que pueda perjudicar o que se pueda tomar como una acusación. Durante el ascenso la propuesta se irá empequeñeciendo, se irá diluyendo hasta perderse totalmente en la nada.
La comunicación horizontal, en el mismo nivel, está proscrita y en caso de existir no serviría de nada, pues para poner en práctica cualquier acuerdo se necesita autorización de los jefes y éstos no están dispuestos a permitir la indisciplina, la anarquía que resultaría si cada quien pretendiera coordinar sus actos con los de aquellos que tienen labores que afectan a la suya, el caos que se originaria si los subordinados colaboraran para resolver sus problemas comunes.
Y en última instancia, para permitir esto, los jefes tendrían que consultar con sus jefes.
Para justificar la pirámide escalafonaria, se nos dice que gracias a ella se coordina el trabajo de todo el personal de una planta; pero la verdad es que impide la comunicación y con ello la coordinación. Cada empleado atiende a una función particular aislado por completo de los demás, sin saber para que sirven sus acciones y como afectan a otros. Sin poder ayudar y sin recibir apoyo. En lugar de un esfuerzo común y consciente, tenemos una producción fragmentada de la que cada quién sabe algo, pero de la que todos ignoran su alcance.
La incomunicación es primordial para los EPEP. Gracias a ella nos ocultan la realidad, nos mantienen ignorantes de las metas que debemos alcanzar, de los planes para llegar a ellas, de los resultados obtenidos. Pero, además, y esto es lo más importante, nos aterrorizan.
Obligados al silencio, al aislamiento, nos enfrentamos con una estructura misteriosa y gigantesca que nos exige resultados pero que no nos dice cuales son éstos. Entre las sombras de la gran pirámide sentimos clavados en nuestra espalda los penetrantes ojos de algún vigilante que nos acecha y escuchamos el lastimero susurro de un EPEP que nos musita al oído toda clase de amenazas: ¡Cuidado, te vigilan!; el jefe es muy exigente; no estás rindiendo lo debido; sobra mucha gente en la planta; tu trabajo no es importante...
Por las vías vacías de información verídica, corren en tropel los rumores que propagan los EPEP para angustiarnos, para provocar nuestro temor y nuestra inseguridad. Siempre habrá alguno dispuesto a recordarnos que nuestro trabajo no es importante, que la empresa puede prescindir de nosotros en cualquier momento. No importa lo que hagamos, sea lo que sea carece de interés, cualquiera puede hacerlo mejor o por menos sueldo. Los EPEP nos fuerzan a pensar que somos inútiles, a autodevaluarnos, a denigrarnos. Y con ello consiguen nuestra sumisión, nuestra aceptación ciega de las órdenes recibidas, por absurdas e incongruentes que sean, la entrega de nuestra voluntad para conservar el empleo, para no morir de hambre a media calle... La dignidad es un articulo de lujo que muy pocos pueden pagar.
Ejercen continuamente el terrorismo en nuestra contra; no a base de tirar bombas, sino demostrándonos a cada momento nuestro poco valer, nuestra falta de cualidades. Y soltando amenazas veladas que deterioran la confianza en nosotros mismos. Deben convencernos de que la gran pirámide es magnánima; que si no prescinde de nosotros, si no nos elimina, es por bondad; que, de hecho, no somos más que becados que recibimos un salario que no merecemos.
Lo lamentable es que, en cierta forma, lo anterior es correcto. Habiendo controlado el establecimiento de objetivos,  habiéndose apoderado de la planeación de la producción, habiendo logrado el control de los productores, habiendo conseguido ocultarnos los escasos resultados de nuestra actividad, no les ha sido difícil crear métodos de trabajo en los que el hombre carece de valor; métodos en los que una inmensa masa humana hacinada se mueve ciegamente para producir poco o nada y donde es considerada como parte intercambiable de una maquinaria inútil.
La división del trabajo, que permitía la especialización y el incremento de rendimientos, ha sido empleada para convertir al trabajador en un ser incompleto, capaz de ejecutar solamente un reducido número de operaciones simples, repetitivas, mecanizadas, para las que no se requiere ingenio ni conocimiento.
Despersonalizado, idiotizado por la monotonía y la aridez, el trabajador se ha convertido en pieza desechable de un mecanismo que le supera y lo esclaviza. La forma más bestial de ésta enajenación es el trabajo en cadena, conocido como taylorismo, donde el obrero repite hasta el agotamiento una sola acción mientras mantiene su mente en blanco.
El taylorismo marca el límite de la crueldad, de la enajenación, el embrutecimiento y fragmentación del ser humano; pero los demás métodos de trabajo conducen a los mismos resultados, aunque con más suavidad. La tónica general en la industria o el comercio es dar una función específica y limitada a cada individuo y evitar que se salga de ella. Debe repetir una y otra vez unos cuantos patrones de conducta, unas pocas operaciones, sin mostrar ninguna variación, sin interesarse por lo que hacen otros, sin pretender modificar lo ya establecido, sin querer progresar, sin ver al futuro...
Al cabo de algún tiempo el trabajador ha perdido todas sus habilidades excepto las tres o cuatro que repite constantemente y, en consecuencia, se ha convertido en un inútil; lo que le hace temer cualquier cambio.
Al estar tan limitado y simplificado su trabajo, el empleado es fácilmente reemplazable... No es importante.
Y esto nos lleva a la mentira. Acongojados por nuestra falta de importancia, por la facilidad con que podemos ser eliminados y por la miseria a la que llegaríamos si esto último sucediera, nos vemos obligados a inventar una trascendencia y una importancia a aquello que, posiblemente, no la tiene. Tenemos que justificar nuestro trabajo.
¡Este es, en realidad, nuestro verdadero trabajo!. No es aquello que producimos, aquello que realizamos. Lo que consumirá la mayor parte de nuestra atención, de nuestra energía, será demostrar nuestra importancia; hacer saber a todos que somos imprescindibles, que somos necesarísimos. Gastamos nuestro tiempo, nuestro esfuerzo, en crear una apariencia, una ficción...Una irrealidad.
Hemos caído en la trampa de los EPEP. Esto es precisamente lo que ellos quieren. Que vivamos de espalda a la realidad. Que nos enfrasquemos en el juego siniestro de mantener una fantasía de apariencias. Que solo veamos una ilusión de oropeles. Que adoremos la falsedad.
En lugar de hacer activa la actividad económica, en lugar de producir lo que necesitamos y dedicarnos a descansar después, en lugar de hacer lo que queremos, nos hundimos en la simulación y tratamos de auto convencernos de que no vemos la miseria, la falta de libertad, la angustia, la ignorancia que realmente nos acompañan.
¿Que pretende aquel empleado cuyo estante está lleno de partes por reparar o aquel otro que tiene el escritorio lleno de papeles?. “¡Tengo muchísimo trabajo!", nos dicen. "¡Pues ponte a hacerlo!", pensamos para nuestro adentros. ¿Pretenden demostrar que pasaron el día de zánganos y que por eso se les acumulo el trabajo?.
¿Pretenden demostrar que son torpes, ineficientes y lentos y que por eso no terminan a tiempo sus labores?. ¿Pretenden demostrar que son unos imbéciles que se dejan sobreexplotar aceptando más trabajo del que razonablemente podría desarrollar una persona normal?. Lo que intentan, aunque el análisis objetivo más ligero los contradiga, es hacer creer que son muy importantes, que sin ellos el mundo no seguiría su marcha...
Lo mismo nos quieren decir aquellos que, después de estar ocultos, de pasar desapercibidos todo el tiempo, emergen llenos de energía y preocupaciones escasos minutos antes de la hora de comer o en el momento en que la sirena señala el fin de la jornada. ¡Hay que verlos como se mueven febrilmente mientras sus compañeros se alimentan o se preparan para partir!.
¿Y el jefe que tras consumir su vida en jornadas de dieciocho horas, deja su teléfono para que lo llamen a las tres de la madrugada cuando se presente algún problema?. ¿Está haciendo gala de su incompetencia administrativa?. ¿Está diciendo que es incapaz de organizar a sus subordinados para que resuelvan la más ínfima de las crisis?. ¿Está diciendo que éstos son ineptos y que solo él puede tomar soluciones?. Y entonces ¿porque conserva una planta de personal tan estúpido e inútil?. ¿No es su responsabilidad velar por la eficiencia de su departamento?. ¡Cuántos mártires hay en la industria!. ¡Pobrecitos!.
Todos ellos tienen algo en común: entorpecen la producción.
Forzados por el miedo al despido se convierten en aliados de los EPEP e introducen sus propios métodos de sabotaje dañándose a si mismos, dañando a sus compañeros, dañando al nieto del señor X, pues al deteriorar la producción generan una escasez de la que todos somos víctimas.
Si fuéramos capaces de pensar sanamente, sin la presión de la angustia y el terror, nos daríamos cuenta de esto. Pero siempre hay un EPEP cercano dispuesto a orientarnos, dispuesto a decirnos lo que debemos hacer, lo que se espera de nosotros: "Tu ocúpate de lo tuyo. Los demás que se rasquen con sus uñas. Ningún humano vale tu más mínimo sacrificio". Nos inyecta el veneno del egoísmo para que sigamos aislados,  incomunicados.  Pero un egoísmo tonto. Se puede ser inteligente y velar por los intereses propios. Habiendo abundancia YO viviré mejor y con menos temores que conservando unas cuantas migajas que debo disputar constantemente a todos. Habiendo abundancia YO dispondré de mi tiempo, mi voluntad, mi dignidad... "No hay para todos", dirá el EPEP, "Nunca habrá para todos. Toma tu parte. Piensa solo en ti. Arrebata. Almacena. Acapara. Quienes te rodean son tus enemigos, ¡Debes despojarlos para poseer!". Cierto. En un mundo de escasez solo podremos satisfacer nuestras necesidades  luchando  ferozmente.  Sobreviviremos  asesinando  a nuestros semejantes. Pero la escasez puede desaparecer; lo único que hace falta es un poco de colaboración. Por eso nos aíslan. Mientras, no contemos con recursos suficientes no podremos pensar en la ciencia, en el arte, en la amistad; no podremos ser verdaderamente, humanos y ellos nos seguirán dominando, obligándonos a obsesionarnos en la búsqueda del mendrugo de pan... Nuestra mayor muestra de espiritualidad es un eructo.


TOP SECRET

|Top Secret!. ¡Información confidencial!. En toda actividad económica se manejan grandes cantidades de información reservada, de datos que solo deben conocer unos pocos.
Se ocultan los estados financieros de las empresas, se ocultan los ingresos de los altos ejecutivos, se ocultan los planes desarrollo, se oculta la fórmula de una medicina que podría salvar vidas, se oculta el descubrimiento científico que mejoraría la vida de todos, se ocultan las fallas en los sistemas militares de defensa que estuvieron a punto de provocar una guerra atómica, se ocultan los errores que descontrolaron un pozo petrolero o una planta nuclear, se ocultan los daños ecológicos que afectarán a nuestros hijos.
El  desconocimiento de  todo  esto  nos  impide  tomar medidas correctivas y los errores persisten, se hacen eternos. No podemos replanear ni fijar objetivos. Mantenemos las rutinas idiotas e improductivas. Las potencias industrializadas esconden los libros de texto de universidades,  esconden  los  informes  y  reportes  de  sus laboratorios de investigación científica... Niegan el acceso del tercer Mundo a la tecnología moderna. Pero niegan al mismo tiempo la aportación que podría hacer esta gran parte de la humanidad al progreso colectivo. ¡Porca miseria!.
Todos ocultamos algo: el número de vueltas que hay que dar a un tornillo para que la máquina trabaje bien, la factura que falta para hacer el corte del mes, la lista de clientes potenciales que pide otro vendedor, la localización de ciertas partes en el almacén...
Todos ocultamos. La posesión de un secreto, de algo que solo nosotros sabemos, nos hace importantes. Sin esa pequeña pieza que escondemos, la producción fallará... ¡Nuestra chamba está asegurada! podemos dejar que los demás se desesperen, que dilapiden tiempo y energía inútilmente tratando de solucionar el problema, mientras nosotros taimadamente los contemplamos con una sonrisa sarcástica en los labios. En el momento oportuno apareceremos teatralmente y con aire de suficiencia resolveremos el asunto. ¡Todos quedarán maravillados de nuestra habilidad!... y exigiremos un aumento de sueldo. Nuestra capacidad de sabotaje nos permite chantajear... ¡perdón!... negociar mejores condiciones laborales. El daño que hagamos a la producción, la contaminación y la escasez que provoquemos, deben ser premiados. Mientras más secretos tengamos, mientras más obscuras sean nuestras funciones, mientras menos se sepa lo que hacemos, seremos más imprescindibles. A mayor ocultamiento mayor importancia.
Con demasiada frecuencia lo que ocultamos es nuestra incapacidad, nuestra ignorancia. Ocultamos también lo que no existe. ¿Cuántas veces disfrazamos con la máscara de la confidencialidad el hecho de no dar una información que en realidad no poseemos?.¿Cuántas veces la confidencialidad es el parapeto que nos protege de tener que reconocer que no hemos cumplido nuestras funciones?. ¿Cuántas de las arcas marcadas con el sello del Secreto Máximo están totalmente vacías?.
¿Y cuantas veces, también ocultamos tras un torrente de palabras rebuscadas, absurdas, incoherentes, nuestra ignorancia total o nuestra incapacidad absoluta?. ¡Que lo digan nuestros políticos!.
¿Cuantas veces nos escondemos tras el pretexto de un supuesto profesionalismo, de una hipotética dificultad para pasar nuestros tecnicismos al lenguaje vulgar de la gente ignorante y no preparada para penetrar en los herméticos arcanos de nuestra superior sapiencia?.
Negar la información, encubrir la ineptitud, ocultar lo importante, son herramientas comunes de las que nos valemos para proteger nuestro salario. Pero para usarlas necesitamos dar la apariencia de que colaboramos, que nos esforzamos por hacer producir a la empresa donde trabajamos. Debemos montar un circo para convencer a quienes nos rodean de lo importantes que somos. Y en eso consumiremos nuestra jornada; no nos quedará tiempo para producir. Pasaremos corriendo entre la gente, frunciremos el ceño, subiremos a galope las escaleras, nos agitaremos, palmotearemos, gritaremos, mostraremos rabia o enojo, consumiremos calmantes, entraremos en profundos trances de sesuda meditación, todo mientras hacemos... ¿que?.
El secreto, el misterio, el aislamiento, la falta de coordinación, la incomunicación, nos protegen. Solo tenemos que adornarlos suficientemente. Debemos movernos mucho, llamar la atención, para que nadie perciba que en realidad estamos inmóviles; que no hacemos nada. Pero también podemos quedarnos quietos, rígidos. Si permanecemos así durante bastante tiempo acabaremos por causar interés. Debemos estar ahí, siempre en el mismo lugar, antes de que lleguen los demás y seguir así cuando todos se hayan ido. El misterio de nuestra inmovilidad atraerá a los curiosos: "Debe estar haciendo algo muy importante; Cuanta dedicación al trabajo", pensarán quienes nos observen y una vez logrado éste efecto podremos dormitar tranquilamente mientras los demás se agitan en sus respectivas pantomimas. Ni que decir que en el primer caso no hacemos mas que imitar a los EPEP gelatina, siempre en movimiento; mientras que en el segundo habremos aprendido nuestra lección de un EPEP roca, inconmovible con el tiempo.



EPEP VIGÍA

Es importante conservar nuestros secretos. Mientras más tengamos mas subiremos en el escalafón. Y por eso, también, es importante descubrir los secretos de otros.
Nunca falta ese tipo de EPEP que encontramos en la oficina o el taller hurgando entre la basura. No lo hace solo por afinidad con el material que manipula. También busca entre la chatarra, entre los papeles sucios, algo que hayamos tirado y que le sirva de indicio para conocer nuestros secretos. Busca apoderarse de ellos para delatarnos, para suplantarnos, para desacreditarnos y demostrar que sus secretos son más y de mayor importancia. Lo podríamos considerar como un espía, pero sería darle mucho valor: es un pinche fisgón.
No teniendo nada que hacer, está permanentemente alerta al acecho de que dejemos la gaveta abierta, el documento olvidado, para meter su sucia nariz y correr a informar de lo mal que desempeñamos nuestras funciones y lo bien que las haría él. Al restarnos importancia se hace más imprescindible, asegura su trabajo, ayuda a otros EPEP en su labor de vigilancia. Por eso goza siendo ruin. Se nos acerca zalameramente y con su plática fingidamente amable se entera de nuestras inquietudes, nuestros anhelos, nuestras fallas y limitaciones, nuestra forma de pensar. Posiblemente nos induzca a violar los reglamentos, a quebrar el orden establecido, para así poder exhibirse ante sus amos como todo un modelo de servilismo y de .traición.   Todo esto se paga; los EPEP dan jugosas recompensas (treinta monedas de plata) utilizando para ello la cuenta del nieto del señor X.
El trabajo de soplón es muy socorrido. Hay demasiadas plazas en cualquier empresa. Por supuesto que los chivatos no producen nada; por el contrario, su labor entorpece la obtención de resultados; pero esto es doblemente deseable para los EPEP: aumentan la vigilancia y la escasez. El soplón tiene que justificar su puesto y por lo tanto debe reportar conjuras, desordenes, indisciplinas, etc. Si éstos no existen tendrá que inventarlos provocando a otros para que caigan en su juego, o tendrá que calumniar a alguna víctima inocente, o al menos ajena a los delitos que se le imputan. Sembrador permanente de conflictos, enredos y rumores, el soplón propaga la desconfianza, el desaliento, la confusión, y con ello reduce la productividad.
Todas las empresas cuentan con demasiados fisgones incrustados en todos los niveles. La función de muchos jefes intermedios es exclusivamente ésta; otros la ejercen parcialmente, y lo mismo ocurre con buena cantidad de los empleados de bajo nivel. Su labor se complementa con los cuerpos creados especialmente para la vigilancia: policías, tomadores de tiempo, supervisores, etc.
Todas las empresas cuentan también con una especie de Gestapo privada encargada de vigilar a todos, incluso a los vigilantes: la Contraloría.
La obtención de cualquier bien o servicio se ve obstaculizada por la pesada carga de todo éste personal improductivo e inútil, pero que suele cobrar bastante bien.
¿Como queremos obtener resultados si nadie trabaja y todos vigilan?.
El exceso de vigilantes, que distraen recursos fundamentales, demuestra la desconfianza hacia el ser humano y la falta de interés por la producción que caracterizan a los EPEP. El desprecio que sienten los EPEP hacia nosotros se hace notable en la revisión de paquetes, maletines, bolsas y cajuelas de autos a que nos vemos sometidos al entrar o salir de un establecimiento industrial. Se nos trata como ladrones, atentando contra nuestra dignidad.
Todos somos delincuentes mientras no demostremos lo contrario.
No podríamos abandonar el tema de la vigilancia sin mencionar al tipo de empresa que más recurre a ella: los gobiernos.
El gobierno de cualquier país de cualquier tendencia, es una empresa. Está constituido y estructurado como una industria o un comercio. Y por supuesto, sus cargos principales son ejercidos por EPEP. Cuenta con un director general, un tesorero, un gerente administrativo (el ministro del Interior o de Gobernación), etc. También se supone que se dedica a la actividad económica, aunque, como en las demás empresas, no se vean los resultados por ninguna parte. Pero sin duda debe producir algo; al menos produce descontento.
Los subordinados de estas empresas, o sea los ciudadanos, tienen una característica muy peculiar: en lugar de cobrar, pagan por trabajar. El ministro de Hacienda los exprime meticulosamente con el pretexto de producir obras benéficas para todos.
¡Claro!. No podemos negar que algunas de éstas obras si se ven: un urinario público, una carretera que no va a ninguna parte, cierto número de faroles que algún día alumbrarán, un servicio eléctrico de corriente alterna (a veces hay, a veces no)... son la justificación de la sangría que se hace a nuestros ingresos.
Pero el grueso de nuestros impuestos se emplea en vigilancia: policía secreta, policía disimulada, policía uniformada, policía topless, policía antimotines, policía anti tránsito, policía bancaria, policía agraria, policía judicial, policía perjudicial, policía federal, policía política, policía militar, ejército, marina, fuerza aérea, cuerpos de espionaje, contraespionaje y recontra espionaje, servicios de inteligencia (poca... poca... ), James Bonds, Mata Haris, Supermán, Batman, halcones, soplones, fisgones, y simples chismosos...
El gobierno, constituido como una super empresa, debe vigilar a las demás organizaciones. A lo largo y ancho de cualquier nación circulan infinidad de inspectores sanitarios, inspectores fiscales, inspectores industriales, inspectores laborales... obstaculizando la producción y vigilando el cumplimiento de leyes y reglamentos absurdos y entorpecedores. ¡Señor Inspector!. ¡Que manera más elegante de nombrar a un fisgón!.
El ciudadano de cualquier nación derrocha cantidades enormes de dinero en que lo vigilen.
¿Porque?. ¿Que clase de delincuente es el ciudadano?. ¿Y porque debe pagar la desconfianza que provoca en sus gobernantes?. que la paguen ellos si se sienten intranquilos!.




LOS REGLAMENTOS

La pirámide escalafornaria sirve fundamentalmente para vigilar. ¿Pero que vigila?. Vigila que haya una gran incomunicación, vigila que no exista trabajo coordinado sino una serie de funciones aisladas y fragmentadas, vigila que prevalezca la escasez para que tengamos miedo, vigila que nuestro terror sea tan grande como para aceptar de por vida un trabajo monótono, inimaginativo, del que desconocemos sus objetivos , sus resultados y la forma en que se coordina con el de otros, vigila que nuestro pánico nos lleve a ocultar lo que hacemos y a desarrollar toda clase de juegos y malabares destinados a engañar a quienes nos observan y a quienes dependen de él , haciéndoles creer que desempeñamos labores muy importantes, vigila que acabemos por considerar correcta ésta actitud y que caigamos en la esquizofrenia convencidos de la realidad de nuestras fantasías y que neguemos lo evidente, vigila que cundan la desconfianza y el egoísmo, vigila que nos autodevaluemos, que nos despreciemos y que despreciemos a todo el genero humano, vigila que aceptemos que se nos vigile a todas horas, vigila que carezcamos de iniciativa, de inventiva, y que obedezcamos ciegamente.
Por todo esto se idearon los reglamentos. Para saber lo que deben vigilar, los EPEP necesitan un manual que les proporcione una relación de las funciones que debe desarrollar cada quien. Si la finalidad de la actividad económica fuera producir bienes y servicios, bastaría un poco de análisis y sentido común para determinar las labores que se requerirían en cada momento; pero como no es así, nadie sabe lo que se espera de él y por lo tanto, para evitar confusiones, se catalogan la acciones de tal forma que podamos averiguar que operaciones debemos ejecutar y cuales nos están vedadas. Los reglamentos nos permiten saber que fantasías, que irrealidades, que insensateces, debemos desarrollar en presencia de los EPEP para mantenerlos contentos.
Los reglamentos nos evitan la penosa necesidad de pensar. Nos dicen cual es nuestra función: apretar tornillos, teclear en una máquina, sonreír estúpidamente, abrir y cerrar puertas, barrer... ¡Pero no todo junto!. ¡Una sola cosa!. Si nuestra función es lavar vasos no debemos ni siquiera pensar en escribir poesías; ¡el ser humano es demasiado torpe para ocupar su mente en varias labores simultáneamente!. Lo que, leído entre líneas, significa que debemos mantener paralizado nuestro cerebro, que no debemos intentar siquiera cambiar nuestra actividad y mucho menos tratar de modificar el orden establecido, la rutina eternizada... debemos pasar toda la vida apretando los mismos tornillos, tecleando las mismas máquinas, lavando los mismos vasos... El progreso es nocivo.
Nuestra tranquilidad y nuestro bienestar dependen, ante todo, de que nos aferremos con la más estólida rigidez prusiana a los reglamentos, como aquel soldado kaiseriano que cada vez que salía del sanitario reportaba a la superioridad: ¡Micción cumplida!.
Conociendo los reglamentos sabemos cual debe ser nuestra conducta y, consecuentemente, podemos diseñar la farsa necesaria para que crean que estamos produciendo; ésta debe ajustarse perfectamente a lo reglamentario. Para ello contaremos siempre y en todo momento con la asesoría de los EPEP que nos rodean. Siempre están cerca y nunca falta alguno que nos muestre con su ejemplo la forma correcta de actuar.



COCKTAIL EPEP: Analítico, Extreñido,
Preparatorio, Meticuloso y madrugador

Los EPEP analíticos abundan en los cuadros administrativos. Son aquellos que, sea cual sea el tema que les planteemos, declararán invariablemente que es muy interesante, muy importante y que hay que analizarlo detenidamente. Lo último, lo de detenidamente, es muy cierto; el asunto permanecerá detenido durante años y años mientras el EPEP lo estudia, lo analiza, lo evalúa, tan concienzudamente que cuando llega a alguna conclusión nadie recuerda por que y para que se hizo el estudio; ni siquiera él.
Sin embargo, no hay muchas posibilidades de que esto suceda.
Generalmente el EPEP analítico almacena el importantísimo e interesantísimo asunto y lo olvida. Si algunos años después preguntamos por él, el EPEP nos reconfirmará la importancia e interés del tema y declarará que está en estudio... pero no podrá darnos ni la menor luz de lo que ha adelantado en tanto tiempo.
Esta no es más que una variedad, una subespecie, de los EPEP colesterol ya mencionados.
Existen también los EPEP estreñidos; los que nunca obran. Los EPEP preparatorios y los meticulosos que son de ésta especie.
Los primeros invierten la mayor parte del día en preparar lo que van a hacer; de ahí su nombre. Sacan papeles de los cajones, afilan lápices, asientan buriles, van al almacén a pedir alguna parte y al volver descubren que no es la que necesitan, etc. Cuando por fin tienen todo lo necesario, es demasiado tarde y empiezan a guardar el material para iniciar el trabajo al día siguiente.
Los segundos son unos perfeccionistas: repiten diez mil veces el mismo escrito, aprietan cinco mil veces la misma tuerca, repasan a lápiz las letras borrosas de un escrito a máquina, dibujan doscientas veces el mismo cuadrito, explican de cuatrocientas formas el mismo hecho simple y evidente... Pero antes de ello se documentan bien: consultan en el diccionario el significado de todas las palabras, piden datos e informes a todo el mundo, oyen atentamente nuestra explicación y cuando la hemos terminado nos piden volver al principio o expresan exactamente lo contrario de lo que dijimos... cuando parece que, por fin, hemos conseguido introducir algo dentro de sus obtusos cerebros, se van, con la sonrisa en los labios y los ojos radiantes, a pedir la misma explicación a otra persona.
También son estreñidos los EPEP madrugadores, que se levantan tempranísimo y se acuestan tarde porque así pueden huevonear más tiempo.



EPEP STEAPPLE-CHASE

Una variedad muy abundante es la de los EPEP steaple-chase que, entre otras cosas, son los encargados de pedirnos toda clase de documentos, papeles, notas, recibos, facturas, actas, etc. cuando iniciamos algún trámite burocrático.
Su especialidad consiste en poner toda clase de obstáculos. Si les pedimos que desarrollen cualquier actividad encontrarán instantáneamente cincuenta mil dificultades, cien mil motivos por los que no se puede realizar lo solicitado.
Son también los que colocan bultos en las áreas transitadas, los que dejan coladeras abiertas, los que se estacionan en doble fila, etc.





EL COMPAÑERO EPEP SINDICAL

Los EPEP steaple-chase tienen especial afinidad por los cargos sindícales. No es difícil encontrarlos al frente de centrales obreras y organizaciones similares. Allí se desempeñan de maravilla: su actividad es francamente nefasta, definitivamente siniestra... Se les distingue fácilmente porque todo el mundo se dirige a ellos llamándolos "compañeros", trato con el que ellos responden también a todos aquellos a los que van a perjudicar inmediatamente después.
Cuando todavía no alcanzan un lugar relevante en su lucha en pro del proletariado, deambulan por fábricas, talleres, comercios, etc. con las manos en los bolsillos y aire de dejadez recomendando a sus "compañeros" que hagan lo menos posible. Organizan tertulias, preparan rifas, venden toda clase de chácharas, y con mucha frecuencia son los encargados de hacer préstamos usureros a sus "compañeros".
Si se les pide realizar alguna labor nos demostrarán sobradamente que les faltan herramientas, que no hay refacciones adecuadas, que los sistemas de producción no son los apropiados... y finalmente nos revelarán que, de todas formas, no es posible hacerlo porque va contra el reglamento interno de trabajo, no son sus funciones, altera las condiciones laborales, afecta el trabajo de otros, hay que modificar el contrato.
Es realmente notable su aversión hacia las máquinas nuevas o los sistemas de trabajo que reduzcan el esfuerzo y eleven la producción.
El compañero EPEP sindical pasará años dejando que otros hagan el trabajo por él, en espera de la ansiada oportunidad que le permita convertirse en "representante de sus representados" y le dé ocasión de mostrar sus dotes de progresista y anti burgués.
Durante mucho tiempo los EPEP se opusieron al sindicalismo; pero cuando éste fue un hecho inevitable, maniobraron hábilmente, se infiltraron y lograron desvirtuarlo completamente.
A lo largo del siglo XIX los obreros lucharon por conseguir condiciones de trabajo que al menos parecieran humanas y por tener el derecho a asociarse en uniones que los representaran y canalizaran sus aspiraciones a una vida mejor.
La búsqueda de un salario justo que les permitiera alimentarse, vestirse, dar educación a sus hijos; la obtención de un local limpio y seguro para trabajar, el derecho al descanso, la salud y el recreo, su propia elevación cultural para hacerse mejores, eran las metas que, en el lenguaje obrero, se llaman "reivindicativas". Pero al lado de éstas existían otras de tipo político, que planteaban la lucha de clases y la transformación de la sociedad. Los EPEP consiguieron paralizar ambas.
Después de casi un siglo de lucha constante, de esfuerzos y amarguras, de persecuciones, encarcelamientos, despidos, asesinatos, desapariciones y masacres, los que participaron en éste proceso lograron finalmente algunas de las demandas reivindicativas que se habían planteado. Los primeros años del siglo XX vieron como, en un país tras otro, se reconocían estos derechos. Las aspiraciones a un mejor nivel de vida dejaban de ser subversivas y quienes se asociaban para intentar hacerlas realidad dejaban de ser delincuentes. Se abría la posibilidad de sentarse a discutir cuerdamente, sin intolerancias, la búsqueda de un arreglo que favoreciera tanto a empresarios como a obreros. En aquella fase inicial se establecieron salarios mínimos y jornadas máximas, la higiene y la seguridad hicieron su aparición en la industria, se invento la seguridad social y la atención médica barata o gratuita para los asalariados, las escuelas y universidades se abrieron a todo el mundo... Pero allí estaban los EPEP dispuestos a tomar en sus manos el movimiento obrero y regresar todo al buen camino. Desde los años cuarenta controlaron las demandas reivindicativas a su manera; es decir, desde entonces no se ha avanzado un solo paso.
La primera medida que tomaron fue la de substituir las aspiraciones a una mejor educación para el obrero y su familia, por el establecimiento de cursos de “capacitación industrial”, exclusivamente para el empleado, destinados teóricamente a adiestrarlo en su trabajo, pero de ninguna manera a mejorarlo culturalmente, a quitarle las telarañas fabricadas por la ignorancia y el fanatismo; cursos que ni siquiera lo ayudan a mejorar su nivel dentro de la empresa, sino que lo perfeccionaron en la rutina que ya hace. La educación científica, universitaria, socialmente útil para el obrero y sus familiares quedo excluida de la lucha sindical.
Pero esto fue solo el primer paso. La seguridad de un salario estable, permanente y suficientemente alto como para permitir que el obrero se convirtiera en un consumidor constante, planteó la posibilidad de que las industrias dejaran de producir para una pequeña élite y lo hicieran para grandes masas; lo que significaba abundancia para todos: costos bajos, rendimientos altos y ganancias para los empresarios junto con la satisfacción de las necesidades de las mayorías. Esta situación que condujo, después de la Segunda Guerra Mundial, a una de las épocas más felices y de mayor prosperidad, fue modificándose progresivamente gracias a la labor de los EPEP sindicales que dejaron reducir gradualmente el poder adquisitivo de sus "representados" hasta obligarlos a volver a la miseria habitual, contrayendo simultáneamente el mercado y obligando a los industriales a disminuir un día si y otro también sus volúmenes de producción, hasta llevarnos a la crisis mundial que padecemos actualmente, donde no hay trabajo por que no se requiere porque no hay quién venda puesto que nadie tiene para comprar porque se les paga una miseria. ¡Ah. Pero eso si!; ¡con despliegues   de   pancartas,   con   prosopopéyicas declaraciones  sobre  los  derecho  obreros,  con  rasgaduras  de vestiduras para probar un ferviente fervor proletario...1.
La jornada de ocho horas que se logró en los primeros tiempos se mantiene, en el papel, igual que entonces. Fue un buen principio, pero debió servir para ajustes posteriores; para analizar como se desarrolla cada oficio, cada actividad, y fijar jornadas según el esfuerzo, el desgaste físico y mental, según los efectos sobre la salud... y también de acuerdo al rendimiento.
Si consideramos el esfuerzo realizado, es obvio que un minero consume muchas mas energías que, por ejemplo el empleado de una tienda de ropa. Ocho horas de jornada pueden representar un cansancio aceptable para el último, pero serán agotadoras para el primero.
El efecto nocivo producido por polvos, substancias tóxicas, gases irritantes, etc., no se toman en cuenta para nada al determinar la jornada. A quienes están expuestos a estas condiciones se les da un litro de leche... ¡Y ya!. ¡Asunto arreglado!.
Posiblemente las únicas excepciones a lo anterior sean las de quienes trabajan con materiales radioactivos y la de algún personal muy especializado de aviación, como pilotos y controladores de tránsito aéreo. El peligro de una sobredosis de radiación es tan evidente, que se limita el tiempo de exposición para los que manipulan éstas substancias. En el caso de la aviación, por Intereses militares (para evitar que una misión falle por cansancio de los tripulantes) se hicieron muchos estudios para conocer el comportamiento a grandes alturas, en condiciones de tensión, etc., lo que permitió después al personal civil normar criterios y establecer condiciones de trabajo adecuadas sin exponerse ellos y sin exponer a pasajeros y equipo.
Fuera de estos casos, el resto de los trabajadores disponen de ocho  magníficas  horas  diarias  para  adquirir   formidables tuberculosis, sorderas, silicosis, asmas, cegueras, hepatitis... o la enfermedad que más les agrade.
Para ello cuentan con el apoyo decidido de los médicos industriales, muy del agrado de los EPEP, dispuestos a recetarnos un poderoso vasoconstrictor que convierta nuestro simple constipado en una sinusitis dé la chingada; recetarnos un brebaje que transforme nuestro chorrillo en peritonitis; o tomar medicinas semejantes, según el mal que nos aqueje, pues lo importante no es curarnos, sino lograr que no dejemos de trabajar, que nos sintamos con fuerzas suficientes para seguir con nuestras labores, sin importar que nuestra presencia en un local cerrado y mal ventilado solo sirva para propagar los virus que transportamos y para contagiar a cuantos nos rodean. ¡Los especialistas en salud toman siempre muy en cuenta la acumulación excesiva de gente en los talleres u oficinas y orientan a arquitectos y constructores para que sus diseños aseguren la transmisión de epidemias! Pero no se piense mal de ellos; lo harán con el único fin de estudiar como se desarrollan éstas y podernos recetar adecuadamente. (Mas adelante veremos la colaboración del EPEP arquitecto).
El rendimiento, la cantidad de producto obtenido, tampoco se toman en cuenta para determinar la jornada. Por nuestras características y habilidades, así como por la experiencia productiva que hayamos acumulado, todos trabajamos a distintas velocidades; para hacer una misma tarea alguien se tomará siete u ocho horas mientras que otro solo tardará cuatro. El principio de justicia mas elemental especifica que a trabajos iguales deben corresponder salarios iguales. Si medimos los resultados en vez del tiempo de encarcelamiento, tendremos que reconocer que el trabajador más rápido cumplió con su cuota en solo cuatro horas y, por lo tanto, terminó su jornada del día; debe tener todo el derecho del mundo para disponer del resto de su tiempo. La posibilidad de gozar de algunas horas de descanso seria un acicate para que todos trabajáramos rápida y eficientemente. Pero ¡Cuidado!, ¡Se escapan!.
Los EPEP no pueden permitir éste libertinaje; hay que permanecer encerrados hasta que suene la sirena liberadora.
De ésta manera, el trabajador rápido se siente estafado con sobrada razón, puesto que en las ocho horas produce el doble y su trabajo, medido en resultados, es pagado a la mitad. Para corregir ésta injusticia se obligará a si mismo a trabajar lento, a buscar formas de perder el tiempo, a hacerse tonto. Se envenenará, puesto que no puede engañar a su conciencia, y terminará siendo cínico y vago. Su actitud será la del loco del cuento (iLoco pero no tonto!) que deambulaba con una carretilla puesta boca abajo "para que no me la llenen de piedras".
Pero ésta actitud será notada por el trabajador lento que, sin considerar su propia torpeza, lo verá holgazanear mientras él se afana y, tras criticarlo, decidirá tomarse los derechos que se atribuyó el otro; o sea el derecho a perder el tiempo, a simular que está trabajando, a leer el periódico en el retrete, a hojear la revista pornográfica escondida en el cajón, a platicar con el almacenista, etc.
De ésta forma, a su lentitud natural agregará una lentitud adquirida, una torpeza adicional que obligará al rápido a reforzar, a perfeccionar, sus tácticas dilatorias.
El resultado es, siempre una competencia cerrada de ineficiencia y de improductividad... Que, por supuesto, paga el nieto del señor X. "¿Que te preocupa?", dirá el EPEP sindical al trabajador rápido que protesta por la ineficiencia de su colega o a éste cuando reclame la inactividad del primero.    "¿Acaso tú le pagas?. ¿Es tuyo el dinero?. Haz lo mismo que él. No te esfuerces. Al fin que el patrón no se da cuenta". Pero resulta que el dinero si es suyo; es un dinero que se tira, que se desperdicia estúpidamente sin producir los satisfactores que todos necesitamos, que podría emplearse para generar una riqueza que permitiera elevar los salarios de ambos; es un dinero que se hubiera podido utilizar en otra parte para producir lo que ellos necesitan; es un dinero quemado inútilmente... y son dos vidas malgastadas en el rencor, en la crítica irracional, en la amargura y la improductividad...
George Frederick Taylor, a quien se debe esa herejía que es el trabajo en cadena, fue, a pesar de esto, un brillante administrador que introdujo interesantes innovaciones en la producción. Entre otras, redujo las jornadas de trabajo demostrando que un obrero descansado podía producir más en menos tiempo que otro agotado. También inventó el primer sistema de salarios con bonificación, consistente en pagar un sueldo fijo de garantía, que asegurara la supervivencia del  empleado,  más una cantidad proporcional  al excedente que, sobre un límite preestablecido, produzca cada trabajador; a mayor producción mayores ingresos.
Esta es una forma sencilla de corregir el problema ocasionado por la diferencia de velocidades. Midiendo la producción, el obrero lento tendrá una prueba palpable de porque sus ingresos son menores y se esforzará por mejorar su trabajo; el rápido recibirá una justa recompensa a su calidad productiva, se sentirá satisfecho en vez de estafado. La bonificación puede retribuirse en tiempo, permitiéndole salir más temprano.
El sistema es muy común entre altos ejecutivos; que reciben un ingreso fijo más un porcentaje de las ventas. Sin embargo, lo que para ellos les parece magnífico, lo consideran improcedente al tratarse de sus empleados: éstos deben rendir al máximo y, en todo momento, "ya veremos después si les damos algo extra como premio a su virtud". El planteamiento es perfectamente imbécil. El ejecutivo que piensa así asume el papel de esos padres antiguos, auténticos señores de horca y cuchillo, que exigen a sus hijos el cumplimiento estricto de lo que ellos deciden que es bueno y que se sienten magnánimos y caritativos al dar diez miserables centavos al hijo obediente. Pero los empleados no son nenes sino personas maduras que venden sus servicios para poder vivir; el trabajo que desempeñan tiene un valor que debe ser pagado. La bonificación por la cantidad que producen no es un regalo, no es el premio a un niño bueno, sino un acto de estricta justicia.
Tampoco es válida la actitud cicatera de quien pretende substituir éste pago por un par de palmaditas en el lomo, aduciendo que hay otras formas de incentivo más efectivas que la retribución monetaria. De acuerdo; el trato amable, la sonrisa, el reconocimiento a los valores de una persona son muy importantes y, precisamente porque no cuestan nada, deben ser parte de la vida diaria, de la convivencia continua dentro de una empresa y no se deben considerar como algo excepcional, como un premio otorgado solo a unos pocos. De acuerdo también que la mejor forma de incentivar a alguien es haciéndolo participe de los problemas de la empresa, permitiéndole intervenir en la toma de soluciones, en el establecimiento de objetivos, en el interés por los resultados... pero ¿permitirán esto los EPEP?.
Si los ejecutivos se oponen absurdamente al salario con bonificación, los EPEP sindicales no se quedan a la zaga. ¿El pretexto?: que esto lleva a la sobreexplotación y a la vigilancia del obrero.
Sobreexplotación y vigilancia. ¿Quien está más explotado; el que mientras más trabaja recibe más ingresos que le permiten satisfacer mejor sus necesidades o el que vive permanentemente en la mayor de las escaseces, sometido a la desnutrición, la incultura y el fanatismo?.
Por lo demás resulta curioso que los EPEP sorpresivamente se opongan a la vigilancia cuando toda su estructura piramidal se dedica a ello, cuando los mismos sindicatos han sido organizados piramidalmente para evitar que "la base" pueda opinar, para que los líderes controlen a sus súbditos y vigilen que no traten de actuar libremente. ¿Como puede oponerse a la vigilancia un EPEP sindical cuando es el primero en atisbar permanentemente a sus “representados”  para verificar que hagan precisamente lo que él quiere que hagan sin importar para nada los intereses de éstos?
El motivo real de tal decisión es que la vigilancia se ejerce sobre la producción y sus resultados, no solo sobre el que trabaja. El conocimiento de las cantidades y precios de los productos abriría muchos ojos. Los empleados podrían saber el valor de su trabajo y tasarlo adecuadamente; sabrían cuanto se fabrica y cuanto más hace falta para evitar la escasez; se interesarían en cubrir las necesidades de todo el planeta e intervendrían en la planeación; y esto afectaría al EPEP sindical cuya función es hacernos creer que su misión es muy importante, que actúa también como padre magnánimo de cuya benevolencia depende nuestra supervivencia, ya qua no nuestro bienestar.



Por eso nos engaña diciendo que el salario con bonificación implica establecer métodos de control que proporcionarían datos sobre nuestra productividad a los patrones; mismos que serian usados en nuestra contra. Esto demuestra que las industrias trabajan sin métodos que midan la productividad y que cuando estos existen son deficientes y están saboteados para que "no los empleen en nuestra contra".
Pero ¿A que debe temer el obrero productivo; el trabajador que trabaja?. Obviamente a nada; el reconocimiento de su labor la proporcionará un mejor nivel de vida; nada tiene que temer.
Al que definitivamente no le conviene es al torpe, al improductivo, al taimado, al holgazán... que se sepan sus mañas lo pone en peligro.
A éste es al que protege el EPEP sindical; defendiéndolo justifica su liderazgo, su razón de ser. Ya que no quiere obtener mayores salarios, jornadas racionales, condiciones más higiénicas y seguras, ya que no aspira a la superación intelectual y humana de sus representados, ya que no le importan los daños ecológicos ni la escasez universal de satisfactores a la que contribuye protegiendo a toda clase de zánganos improductivos, ni la miseria, injusticia y fanatismo que afectan a la mayor parte de la humanidad, tiene qua recurrir a la defensa de parásitos para demostrarnos que sirve para algo...¡Y el trabajador que trabaja, que se joda!; debe escoger entre hacer la parte de trabajo que les toca a otros o entrar a los simulacros de actividad... pero siempre soportando condiciones miserables de vida, siempre en la escasez.
Y si, a pesar de todo, se empeña en progresar, lo acusarán da anti sindicalista, de pro patronal... pues el progreso es nocivo, como nos lo demuestran a diario los miles o millones de EPEP resignativos, hermanos carnales de los sindicales, que, esparcidos por todo el planeta, tratan de convencernos de las bondades de la penuria: "Yo conocí la pobreza y allá entre los pobres jamás lloré. Primero entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico al Cielo. En la otra vida tendrás tu recompensa. Pobre, pero honrado". (Nada más eso faltaba: ser granuja y no salir de pobre). Cine, radio, televisión, literatura, opera… por todos los medios de difusión recibimos información de las ventajas de la miseria, alabanzas al hambre: ¡Es una dicha morir tuberculosos!, ¡Es sublime arrastrar nuestra dignidad!. ¡Consérvese esbelto… no coma!. La ignorancia y el fanatismo son lo máximo. ‘Queremos Rock!.¡Viva la muerte!.
Incluso para los que no son muy crédulos hay propaganda apropiada para que acepten la pobreza o para que sigan los procedimientos "adecuados" para salir de ella. ¿Cuantas versiones distintas se han, hecho de esa película que presenta a una abnegada madre que se mata trabajando, sacrifica su dignidad, soporta toda clase de infortunios para que su hijita estudie en una escuela para "gente bien", para que no se junte con "nacos", con "pelados", y así logra la gran recompensa de que en el "happy end" la niña dé braguetazo?.
Muchos de los recursos que se extraen a la producción de satisfactores de verdaderas necesidades, que se niegan a la difusión de la cultura, a la creación de una ética sana, son canalizados a la elaboración de churros lacrimógenos, de teleseries que exaltan la chabacanería o la matonería paranoica, para que aceptemos la escasez y sintamos que somos los protagonistas de los bodrios citados, o en todo caso, para acatar las normas establecidas y tratar de emplearlas obedientemente para salir de nuestra precaria situación siguiendo  e1 mismo camino que la niña, prostituida por su propia madre, del filme que acabamos de relatar.
Cambiar este panorama es relativamente fácil, pero requiere hacer modificaciones importantes en nuestras aspiraciones, en nuestra conducta, en los métodos de trabajo, en la forma de interpretar la vida y en la clasificación de los valores que consideramos éticos.
Estos cambios no son necesariamente políticos; aunque así lo consideraron los sindicalistas del siglo XIX y por eso propusieron metas de ésta índole: la transformación de la sociedad por la lucha de clases. Dentro de este contexto crearon un lenguaje muy peculiar que correspondía a la realidad de su ideología, a los fines que perseguían. Este lenguaje fue heredado por los EPEP sindicales, pero en ellos perdió todo su significado, se hizo hueco y demagógico, pues nada más lejos de sus intenciones que el modificar en un ápice, no ya la sociedad entera sino la más mínima e insignificante piramidita construida por ellos. Nada más lejos de sus intenciones que el acabar con la miseria, la injusticia y la ignorancia que les permite gozar del poder y medrar con las cuotas sindicales, que son un magnifico negocio.
Sin una realidad que lo respalde, convertido en mito y repetido constantemente sin ton ni son, éste lenguaje ha terminado por ser una burla que ofende, ante todo, a quienes supuestamente va dirigido. Y si se sigue empleando es por el efecto dañino, demoledor, que causa: restregar a todas horas en la cara del empleado la división de clases sin darle ninguna esperanza de cambio es recordarle permanentemente su calidad de ciudadano de segunda, de subalterno, de subordinado eterno sometido de por vida a los "villanos" (también eternos), los "explotadores", los "voraces burgueses". Es fomentar en cada momento el disgusto, el resentimiento, producidos por el hecho de saberse explotados, desposeídos, sin derechos... y provocar el desaliento, la desazón de reconocer que su situación no tiene remedio, que siempre será así.
Si realmente queremos la transformación de la sociedad, lancémonos a la calle y acabemos de una vez por todas con la desigualdad. Si no creemos en esto, dejémonos de falsas palabrerías y busquemos alguna alternativa que convenga a todos.
Lo que es inadmisible es que contaminemos el planeta, que malgastemos nuestro tiempo, que desperdiciemos nuestros recursos y los de nuestros hijos, para vivir precariamente... y amargados.
El bombardeo con demagogias dañinas que no se pretenden cumplir, no elimina la lucha de clases, pero si la reduce a su nivel más bajo, más pedestre; movidos por el rencor, por el desaliento, por el odio, los proletarios se limitan a actos aislados de sabotaje y a oponer una resistencia pasiva al trabajo; a producir lo menos posible, con lo cual son los primeros perjudicados.
El lenguaje revolucionario solo se oye bien en la boca de un revolucionario. De otra manera se convierte en blasfemia.
No se piense por ello que el EPEP sindical es un aliado del patrón que vende a sus compañeros. El EPEP sindical va mucho más allá de fines siniestros tan elementales. Su función es atacar con la mayor saña posible cualquier actividad productiva y por consiguiente arremete contra el patrón con la misma furia que emplea contra los empleados.
El EPEP sindical se opone a la modernización de máquinas, de métodos de trabajo, de sistemas eficientes; se opone a todo lo que pueda representar el más mínimo riesgo de que una empresa se vuelva productiva. Y en su empeño no dudará, incluso, en recurrir a la huelga.


EPEP ARQUITECTO

El diseño de centros laborales es una de las actividades más placentera para los EPEP. Poder construir grandes barracones de ladrillos grises o rojos, que con el tiempo y el humo se volverán negros; con incómodas, frías y sucias escaleras de hierro negro; con lúgubres pasillos largos, estrechos y húmedos; con grandes galeras de altos muros lisos, donde las ventanas se colocan en la parte superior para permitir el paso de una luz mortecina filtrada por el hollín y el polvo acumulados durante años de falta de limpieza y para impedir que los prisioneros vean el exterior, muros en los que los ecos del ruido de las máquinas se amplifican, se multiplican y reverberan, es una verdadera delicia para los EPEP. Poder acumular en estos galerones infinidad de máquinas y toda clase de desperdicios industriales, o rellenarlos de mesas, escritorios, tableros, archiveros, hasta hacerlos intransitables, lleva a los EPEP al orgasmo. Mientras más peligro, más suciedad, más insalubridad hayan en un centro de trabajo, más contentos estarán los EPEP.
Una vez construido el engendro bastará llenarlo de gente. Apiñar al máximo a toda clase de individuos despersonalizados, nulificados, para que traten de trabajar en las condiciones más incomodas posibles.
Aunque el trabajo requiera una buena dosis de concentración y meticulosidad, lo debemos hacer entre el estruendo de máquinas que no usamos para nada, entre las voces de quienes nos rodean, expuestos a accidentes innecesariamente. Condiciones que se podrían evitar si los locales se hicieran pensando en el trabajo que se va a efectuar en ellos y no con la única idea de que debemos ser vigilados estrecha y constantemente.
Pero la labor de los EPEP no termina con la construcción del adefesio. Por el contrario; apenas se inicia. Tiene que ocuparse incansablemente de cubrir de polvo el mobiliario, de colocar espectaculares torres de papeles amarillentos y sucios sobre los estantes, de amontonar chatarra en todas las esquinas, de dejar por todas partes máquinas inservibles, de pintar letreros y símbolos fálicos en las paredes, de conservar charcos de aceite en los pisos, de destruir todo lo que conserve cierta apariencia respetable. Deben propagar al máximo la antiestética y el ecocidio. Solo logrando un ambiente perfectamente depresivo se encuentran a gusto.




EPEP KOTEX

Pero sigamos analizando a los EPEP. Sin pretender hacer un catálogo completo, pues sus variedades son muchísimas. Veremos solo algunos casos más.
Si el steaple-chase se caracteriza por no haber bitoque que le entre, a su opuesto no hay huevo que no le embone.
Nos referimos, por supuesto, al EPEP kotex: ¡TODO LO ABSORBE!.
No hay actividad, trabajo o misión en la que no participe; interviene en todo; acumula toda clase de trabajos, documentos, peticiones... y luego no sabe que hacer con ellos. Es el encargado de todas las pérdidas y extravíos, de casi todos los olvidos y omisiones; de todo lo que no llega a su destino; pero no puede resistir la tentación de ayudar a todos... de ayudar a que salgan mal las cosas.
Se apodera del trabajo que debían hacer otros, a los que solo avisa cuando se presenta una crisis, en cuyo caso les cede toda la culpa.
Se compromete a hacer, estudiar, ejecutar... pero ni hace, ni estudia, ni ejecuta, pues la necesidad de estar siempre a la vista del superior, de interferir en todo, de demostrar su hiperactividad y su amplio sentido de colaboración le absorbe todo el tiempo y, por ende, no puede atender ningún asunto. No hay junta, asamblea o reunión en que no participe.



EPEP TODÓLOGO

Entre los EPEP kotex los más perfectos son los todólogos, aptos para todo, capacitados para cualquier cosa... a todo le entran... y todo lo echan a perder.
No hay que confundirlos con los milusos; gente de escasos recursos y poca preparación que para subsistir trabajan lo mismo de albañiles que de carpinteros, de electricistas que de vendedores de lotería. NO. El milusos es alguien que por necesidad hace cualquier clase de chapuzas; pero los todólogos no son así; cuentan con una solida posición económica y, por lo tanto, no hacen cualquier chapuzita de nada, ¡Sus chapuzas son en grande!. No es lo mismo quemar una plancha que echar a perder toda la cosecha de un año entero; no es lo mismo levantar un muro torcido que llevar a la quiebra a una industria; no es lo mismo descarburar un motor que darle en la madre a la economía entera de una nación.
Los todólogos son destructores de alto nivel. Ocupan importantes cargos en la industria y el comercio o son ungidos con la púrpura cardenalicia en los gobiernos de las naciones. Alcanzan su posición por elección popular o por sus nexos con otros todólogos encumbrados anteriormente. Su capacidad es tanta que pueden constituir un gabinete distinto cada cinco minutos, como en Italia, o pasar de cowboys de película a Emperadores del planeta. Donde quiera que se les ponga actuarán de maravilla. Los amplios conocimientos de farmacología permitirán a uno dirigir una compañía generadora de electricidad; otro urbanizará ciudades basado en su sapiencia sobre oncología; uno mas controlará las finanzas de un país o de una empresa pues para ello estudio corte y confección; el arquitecto dirigirá hospitales con la misma destreza con que el fabricante de garnachas conduce una orquesta sinfónica, con que el lechero organiza las perforaciones de una industria minera o con que el astrólogo controla una escuela de ciencias exactas... (Si ya me lo decían mis papas: "Estudia hijito, estudia... Para que apliques tus conocimientos") .
Además, son sumamente versátiles e inquietos; hoy estarán al frente de una planta química, mañana dirigirán una academia de filosofía, pasado planearán un programa agrícola y al día siguiente se ocuparán de la adquisición de barcos de guerra... Esta movilidad evita el riesgo de que puedan llegar a concebir la más remota y ligera idea de lo que traen entre manos; cosa que, aunque excesivamente improbable, podría suceder si permanecieran demasiado tiempo en un solo sitio.
Tienen, además, una gran vanidad, por lo que se ven impelidos a poner su toque de distinción en todo lo que emprenden. Nada de lo hecho por sus antecesores sirve y, consecuentemente, hay que desecharlo, tirarlo a la basura (no importa cuanto se haya gastado en ello), para hacer algo totalmente nuevo, absolutamente diferente, que refleje las características personales del todólogo en turno.
Pero, además, como sucede con todas las desgracias, nunca llegan solos. Los todólogos operan en equipo. Cuando un todólogo penetra en una empresa trae tras de sí a toda una cauda de todólogos menores y auxiliares que desplazan a los que ocupaban antes los puestos de la pirámide jerárquica; muchas veces todólogos de un equipo anterior caídos en desgracia, pero muchas otras, gentes que hacían algo positivo, que conservaban algo de lucidez e intentaban mantener la producción.
Llegan en alud, revuelven todo, modifican reglamentos, políticas y técnicas de trabajo, cambian el panorama completo del negocio, lo hacen aún más desorganizado e improductivo... y se alejan en tropel hacia otra actividad donde sean requeridos sus servicios, mientras la estructura organizativa sacudida por ellos tiembla, cuando no alcanza a derrumbarse completamente.
Las estampidas de todólogos tienen una ventaja evidente: arrancan de cuajo cualquier brote de raciocinio u ordenación lógica que haya podido surgir en una empresa o gobierno. Como sucedía con el caballo de Atila, donde pisa un todólogo no vuelve a crecer la hierba.



TODÓLOGOS ERUPTIVOS

Hay una variedad moderada de los EPEP todólogos, a la que podemos llamar eruptiva. A diferencia de los todólogos crónicos, los de ésta variedad se ven afectados solo ocasionalmente por el mal. Entonces emprenden alguna actividad que les es totalmente desconocida; pero terminan por estabilizarse y permanecen en ella. Como justificación a su audacia esgrimen siempre un lema que consideran clave: "Al ojo del amo engorda el caballo". Esto lo arregla todo.
Un ejemplo palpable de engorda de caballos lo tenemos en una bella canción mexicana de J. A. Jiménez: El corrido del Caballo Blanco, "que un día domingo feliz arrancaba, iba con la mira de llegar al Norte...".
En realidad el subconsciente del autor identifica en un solo ser al jinete y su cabalgadura y atribuye a ésta la decisión de llegar al Norte y demás motivos del viaje.
"Su noble jinete le quito la rienda, le quito la silla y se fue a puro pelo...". La simbiosis es patente en ésta estrofa donde, recordando que al caballo se le conoce también como Noble Bruto, se equivoca de palabra y llama noble al jinete.
"Cruzo como rayo tierras nayaritas...
... a paso más lento llego hasta Escuinapa
y por Culiacán ya se andaba quedando...
Cuentan que en los Mochis ya se iba cayendo,
que llevaba todo el hocico sangrando...
... dicen que cojeaba de la pata izquierda...
... y por Mexicali sintió que moría...
... subió paso a paso por la Rumorosa...
... y no quiso echarse hasta ver Ensenada...
Total, el pobre penco, extenuado por su bruto jinete, muere reventado.
Podemos concluir que el corrido nos relata el inmisericorde asesinato con premeditación, alevosía, ventaja y ensañamiento de un infeliz cuaco.
"Al ojo del amo engorda el caballo". ¿Cuántas industrias no cojean de la pata izquierda?. ¿Cuántas naciones no llevan todo el hocico sangrando?. ¿Y cuántos negocios quiebran diariamente gracias a las habilidades hípicas de sus nobles propietarios?.
A mediados del siglo XIX la actividad económica habla decaído tanto a causa de la indolencia de los nobles jinetes que, en muchos países, se tuvieron que promulgar leyes expropiando los bienes de manos muertas para ponerlos a producir. ¿No seria bueno, en nuestros días, decretar una ley de Expropiación de los Bienes de Manos Idiotas?. ¿No convendría quitar sus  negocios  a  los  nobles propietarios y ponerlos en manos de alguien que sepa lo que está haciendo?.
Si yo, en éste momento, decidiera abrir un consultorio médico o un bufete de abogados, si me pusiera a construir un rascacielos calculado por mi, mañana sin falta estaría en la cárcel por fraude, por el ejercicio sin título de una profesión y por quién sabe cuantos cargos más; pues yo no soy médico, ni abogado, ni ingeniero civil.
La ley exige ciertos requisitos para el ejercicio de muchas profesiones. Es una forma de garantizar, hasta cierto punto, la calidad de los servicios que recibirán quienes recurran a los profesionistas. Pero ¿que méritos, que cualidades, que conocimientos, que habilidades debe tener un propietario, un director de empresa?. Absolutamente ninguno. Lo único que se requiere es tener la osadía de considerarse capaz de ello. _Ningún gobierno restringe nuestra libertad de jugar a los empresarios, de arriesgar los recursos de otros... Es más: todavía ahora muchos empresarios hacen alarde de su incultura, de su falta de preparación, y hasta de su analfabetismo: ¡"Todo esto lo levanté partiendo de la nada y sin saber leer y escribir"!...
En efecto, muchas veces es innegable el esfuerzo y el sacrificio de éste tipo de personas que han alcanzado la prosperidad gracias a una muy peculiar combinación de astucia, tesón y suerte; pero ¿no se les ha ocurrido pensar donde hubieran llegado con una buena preparación, con unos conocimientos adecuados?. Por otra parte; sin que esto restrinja sus méritos, ¿hasta que punto se debe su progreso a la escasez permanente provocada por los EPEP que permite resanar todos los errores a base de subir precios y especular?. Sin la miseria obligatoria, en condiciones de abundancia, ¿habrían soportado una competencia abierta con empresas más eficientes?. La respuesta es ¡No! Y éste ¡No! será cada día más contundente; cada vez se necesitan más conocimientos, más análisis y manejo de información para competir; las empresas que han entendido esto son las que marchan a la cabeza e introducen en sus organizaciones los más recientes adelantos, las máquinas más modernas. . . La dirección de empresas se hace cada día más científica.
La treta, la astucia, la corazonada, son cada vez menos válidas. Quien se base exclusivamente en su "olfato para los negocios" solo percibirá el aroma del queso que el competidor puso en la ratonera.
Tener capital no significa en absoluto contar con los conocimientos y la capacidad para dirigir un negocio. Los estragos que causan las improvisaciones en la economía mundial son tremendos: familias que se quedan sin ingresos al quebrar un negocio, usuarios que no obtienen las refacciones y el mantenimiento para la maquinaría que compraron, accionistas y acreedores que ven desaparecer su capital (¿El nieto del señor X?), mercancías caras y malas, etc.
Si en la economía local esto no resulta tan evidente, a nivel internacional es demasiado palpable. Los países que se han opuesto al avance tecnológico, los que no han querido invertir en investigación científica, los que mantienen concentrada su riqueza en un grupo de hacendados abúlicos, de mercaderes poquiteros o de industriales improvisados, han visto decaer constantemente sus economías, se han ido haciendo cada vez más dependientes, más improductivos, y han llegado a estados lamentables de miseria y barbarie. La brecha tecnológica tiene dos orillas: una que avanza y otra que permanece estática, aferrada al pasado, adherida a la improvisación, la irresponsabilidad, la falta de visión y la carencia de sentido de grupo. . . Es muy fácil culpar de todo al imperialismo.
Pero si resulta desastroso dejar una industria determinada en manos de un empresario impreparado, carente de imaginación y conocimientos, sin sentido de responsabilidad social ni nacional, miedoso y pendiente solo de satisfacer sus necesidades personales INMEDIATAS y, por lo tanto, sin visión del futuro; poner la economía de toda una nación en individuos semejantes es definitivamente funesto...
En lugar de exigir estudios y hasta una cédula profesional, dejamos la actividad económica y el gobierno de las naciones en manos de aventureros, improvisadores, ladrones, ególatras, que no saben lo que están haciendo y cuya única cualidad es que, a veces (muy raras, por cierto), lo hacen de buena fe.
La dirección de empresas y gobiernos se debe aprender como la medicina o la ingeniería. La improvisación en estos campos es más dañina que en el ámbito profesional. Hay que evitar que en éstas actividades tan importantes se ejerza sin titulo.




EPEP INVISIBLE Y EPEP ANUBIS

La actitud omnipresente de los EPEP kotex contrasta con la del EPEP invisible; aquel que jamás está en su lugar de trabajo o que se encuentra permanentemente oculto tras la puerta de su despacho. Podemos hacer días y días de antesala y el EPEP invisible se mantendrá encerrado sin contar con un solo segundo para atender a simples mortales como nosotros. Su trabajo es demasiado importante, está excesivamente ocupado como para permitirse perder el tiempo. Estoy seguro que muchos de ellos ni siquiera tienen una existencia real, son simples invenciones para que nos aburramos y desistamos de solucionar el problema que nos aqueja. Si se nos permitiera abrir la misteriosa puerta (después de engrasar sus oxidados goznes) solo encontraríamos polvo y telarañas; quizá los restos fosilizados de un EPEP antediluviano muerto en el cumplimiento de su deber.
Para que estos entes puedan subsistir son imprescindibles los EPEP anubis que, como el dios-perro de los egipcios, vigilan eternamente la entrada de la cámara prohibida. Transfigurados en amables secretarias o malencarados porteros, los Anubis impiden el paso por todas partes; mantienen cerradas todas las puertas; evitan que su vigilado (muchas veces su prisionero) reciba la menor señal del mundo exterior; debe permanecer aislado de quienes tengan que tratarle algún asunto, de sus subordinados y de sus superiores, incluso de sus familiares y amigos; ¡No está para nadie!.
Los Anubis son particularmente útiles en la entrada de fábricas o bodegas y, aún más, en los departamentos de contratación, compras o proyectos. Impiden la entrada de nuevas ideas de nuevos métodos, de gente que piense, de insumos adecuados, de materiales modernos... en fin, de cualquier novedad que pueda alterar la rutina establecida.



EPEP EXPERTO

Los modelos mas recientes de EPEP Anubis aparecen como psicólogos industriales que seleccionan "científicamente" a los aspirantes a ser contratados, garantizando sus cualidades de servilismo, obediencia, falta de inventiva, apego a los reglamentos, amor por el escalafón, etc., para que encajen perfectamente en la pirámide jerárquica y no pretendan alterarla. Incluso consideran como locos desequilibrados a los que, estando dentro, pretenden alguna innovación y los internan en clínicas psiquiátricas para disidentes. Por este motivo prestan una gran atención a la experiencia. Jardiel Poncela decía, con sobrada y justificada razón, que la experiencia no es una secreción de vejez, sino una emanación del espíritu, por eso hay jóvenes expertísimos y viejos que mueren inexpertos. Sin embargo, en el ámbito laboral se confunde sistemáticamente decrepitud con experiencia. Esta se mide solamente en años; no se toman en cuenta otros parámetros. Basta dar una ojeada a los requerimientos de personal de cualquier empresa o a los anuncios clasificados de los periódicos para comprobar lo anterior: EDAD MÁXIMA 25 AÑOS, EXPERIENCIA MÍNIMA 30 AÑOS,- EXPERIENCIA INDISPENSABLE 80 AÑOS; etc. (Los anuncios clasificados nos permiten saber, por otra parte, que quienes tienen más oportunidades de trabajo son los bisexuales; casi siempre se solicitan PERSONAS DE AMBOS SEXOS).
El aparente error de confundir experiencia con años de servicio no es casual. Por el contrario, está perfectamente maquinado y es una de las artimañas más finamente diseñadas por los EPEP para sabotear nuestras actividades productivas. Ya hemos dicho que la mayoría de las labores implican un trabajo repetitivo, monótono, enajenante, embrutecedor, donde la creatividad, la innovación y la iniciativa se consideran como actitudes peligrosas o subversivas. La "experiencia" pedida por los EPEP consiste, por lo tanto, en un proceso de desgaste en el que el trabajador se acostumbra a prescindir de su individualidad, de su personalidad, de su actividad mental, hasta convertirse en un robot capacitado solo para repetir mecánicamente unos cuantos patrones de conducta y operación. Aplastado constantemente por la monotonía, acaba por reaccionar violentamente en contra de todo lo que lo saque de su rutina; se acostumbra a un universo rígido, repetitivo y limitado en el que la "experiencia" consiste en saber cual es el siguiente estímulo que pondrá en actividad sus reflejos condicionados y en seguir ciegamente a estos. De este modo, el trabajador "experimentado" es aquel que repite fielmente las rutinas establecidas y que se niega a cualquier cambio, por insignificante que sea.
Se sabe que el mayor aprendizaje de un ser humano es en los cinco primeros años de su vida; después la capacidad va disminuyendo gradualmente. Algo semejante podemos decir de nuestra vida laboral; en los primeros años aprendemos la mayoría de los hábitos, costumbres, métodos, formas de comunicación, actitudes de ataque y defensa, tipos de colaboración, posturas de sumisión o prepotencia, etc. que nos servirán para ambientarnos y desarrollar las funciones que nos encomienden. Una vez adquiridas éstas en los primeros trabajos que desempeñamos, serán casi inamovibles y muy difíciles de modificar.
Por éste motivo, al contratar gente joven, se pone especial interés en que carezca de experiencia previa, pues eso permite modelarla de acuerdo a las características que se consideran del todo ideales para la empresa. En otras palabras, los primeros contratantes tendrán la primacía para crearles reflejos condicionados, para deformar su personalidad y su percepción del mundo, para ajustarlos a las características de docilidad, sumisión e irracionalidad adecuadas a la empresa de que se trate en particular y lograr con ello que teman a un cambio de trabajo, ya que en otros sitios encontrarán situaciones y condiciones diferentes que les causarán sorpresa o terror. Serán los primeros en habituar a los empleados a sus esquemas y rutinas sin encontrar la dificultad de tener que modificarles las costumbres adquiridas con anterioridad. Con el paso del tiempo, las acciones repetitivas y monótonas tendrán un efecto de retroalimentación, grabando cada vez con más profundidad los hábitos iniciales.
Se estimula al trabajador que permanezca en su puesto, en la misma actividad, para acumular experiencia que le servirá para ascender (cuando su jefe inmediato muera de viejo) a una mejor posición jerárquica en la que existirá la misma monotonía que ya conoce perfectamente. Y en ésta posición seguirá acumulando "experiencia". Se le estimula a permanecer eternamente en lo mismo, lo que sabe y que le garantiza la permanencia y estabilidad en su empleo, y con la esperanza de alcanzar una jubilación que le permita terminar de enmohecerse tranquilamente al final de su vida. (¿La jubilación debe ser a la misma edad y después de los mismos años de servicio para un minero que para un oficinista, independientemente del esfuerzo, las condiciones de salubridad, etc., compañeros EPEP sindicales?).
Lo mismo que el carácter queda fijado por las experiencias de los primeros años de vida, el "carácter laboral de una persona" queda determinado por sus primeros años de trabajo. La "experiencia", considerada como envejecimiento en la rutina no es mas que una fijación de los primeros años y, por lo tanto, del mantenimiento de la mente del individuo en la época en que se formó. Mientras la humanidad avanza (pese a los EPEP) tecnológica, científica y culturalmente, el trabajador "experimentado" sigue aferrado a sus esquemas originales y, por ende, se va rezagando, ligado a estadios primitivos de desarrollo, ajeno a cualquier innovación administrativa o tecnológica, y si tiene la mala suerte de enfrentarse a condiciones distintas de su rutina, si se topa sorpresivamente con lo que en sus tiempos era un futuro fantástico y que ahora es un presente real, reaccionará con violencia, negará su existencia y se refugiará en su pasado; se aferrará tenazmente a la tradición; tratará de destruir aquello que le incomoda porque le hace pensar, porque lo convierte en un ser vivo... Mientras más "experiencia" acumule, más retrogrado se hará; mayor será su odio hacia situaciones que lo amenazan, que le quitan la estabilidad, que le hacen ver su obsolescencia...
Este tradicionalismo trasciende mas allá del mero empleo. La rutina afecta a toda la vida de quién la padece haciéndolo víctima de las "buenas costumbres" heredadas de sus mayores, del "así ha sido siempre y así siempre será", de la añoranza por un pasado que "siempre fue mejor". Su oposición al cambio no se da únicamente en el trabajo, sino en todo. El "experto" repudia cualquier alteración de lo establecido, aun aquellas novedades cuyos beneficios son claros y evidentes.
Para evitar éste estancamiento, ésta fijación en el pasado, sería necesario actualizar periódicamente al trabajador; evitarle el "shock del futuro", manteniéndolo en contacto permanente (o casi) con las innovaciones, no solo tecnológicas y afines a su trabajo, sino con todo lo que representa una novedad, un progreso en cualquier aspecto de la vida. Actualizarlo sobre todo en su mentalidad, haciéndole ver los mecanismos psicológicos y sociológicos que norman su propia conducta y la de aquellos con quienes convive, ayudándole a mejorar sus relaciones con otros seres y a corregir sus errores de comportamiento, mostrándole como los avances en cualquier área repercuten en una vida más llena de goces materiales y espirituales, enseñándole a ser tolerante y perceptivo para que pueda analizar y seleccionar lo más conveniente; impulsándolo, en resumen, a formarse una personalidad definida e integral, a aceptar los cambios y amoldarse a ellos utilizándolos en su propio beneficio.
Pero esto es lo que, a toda costa, tratan de impedir los EPEP. La actualización, la educación de los trabajadores daría al traste con el sistema piramidal que con tanto empeño sostienen. La humanidad se libraría de ellos e iniciaría una marcha acelerada hacia el progreso y la libertad.
Por eso los EPEP se niegan sistemáticamente a la instrucción de la gente. Odian la educación. La experiencia, alegan, se obtiene en el trabajo diario; no hay por que desperdiciar tiempo y recursos capacitando al personal, ¡y menos aún educándolo!; la misión de éste es producir (?) y si existe la posibilidad de separar a alguien temporalmente de su trabajo, eso significa que no es necesario y, entonces, es mejor prescindir totalmente de él. Ante ésta amenaza el trabajador desistirá de cualquier intento por adquirir nuevos conocimientos y se aferrará a la segura rutina diaria. El chantaje es el arma favorita de los EPEP .
El trabajador experimentado ha pasado tanto tiempo repitiendo tareas tontas y aburridas que, aunque no lo reconozca, le causan asco. Consciente o inconscientemente se revela ante la aridez, la esterilidad de la rutina diaria y poco a poco va desarrollando mecanismos de defensa que le permitan escaparse del triturante tedio que lo aplasta.
Progresivamente aprende del EPEP experto que le enseña a eludir las tareas encomendadas, a recorrer el camino más largo entre dos puntos, a huir al baño para disfrutar de un momento de libertad, a encontrar la excusa precisa en el momento oportuno para negarse a hacer un trabajo, a transformar en gripas las resacas de los lunes, a entender al revés las ordenes e instrucciones, a hacer movimientos semejantes a los que efectúa cuando realmente trabaja mientras su actividad en ese momento es otra, a dormitar sentado o de pie, a inculpar a otros, a esquivar cualquier responsabilidad, a tomar para si las mayores ventajas, a no reconocer los méritos ajenos...
En lo único que aumenta la experiencia es en la cantidad y calidad de las mañas adquiridas con el tiempo. La mezcla de obsolescencia y tedio es el alimento de que se nutre nuestro interés por aprender trampas. La experiencia buscada por los EPEP es una siniestra combinación de caducidad, hastío y marrullería.
Al fomentar la "experiencia" los EPEP no hacen mas que plagar las empresas con tramposos, inútiles y retrógrados, de cerebros envejecidos, que pondrán todo su empeño en mantener formas de trabajo anticuadas y rutinarias, en evitar la racionalidad, la vocación, el gusto por hacer las cosas bien. Experto significa, en pocas palabras, viejo obsoleto y marrullero.
Aunque en ambos casos se trate de pliegues, no son lo mismo las circunvoluciones que las arrugas.


NI TODOS LOS QUE SON…

A lo largo de éste ensayo hemos presentado a los EPEP y hemos visto someramente sus modos de operación. Un estudio más detallado de su actividad requiere más espacio del que, por razones de presupuesto podríamos dedicar a ésta obra. El campo de acción de los EPEP es tan amplio que resulta imposible citarlos a todos. Un catálogo amplio de estos entes seria demasiado extenso y requeriría el arduo trabajo de generaciones enteras de estudiosos, por lo que, habiendo dado ésta orientación preliminar, dejamos al lector la tarea de buscar entre quienes lo rodean para que forme su propia colección. No obstante, creemos que lo expuesto hasta aquí es mas que suficiente para entender como somos constante e inmisericordemente esquilmados y como los EPEP mantienen la hambruna que azota desde siempre a la humanidad.

Solo nos resta terminar con el dicho popular: Ni son todos los que están, ni están todos los que son…

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